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Generación Z y seguridad Opinión Archivo

Generación Z y seguridad

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La Generación Z nos enseña que la protesta ya no se mide solo por carteles o plazas ocupadas, sino como transforma la cultura en política y el simbolismo en poder. Ignorar esto es quedarse fuera de la historia e ignorar que podríamos estar presenciando el fin de las ideologías.


En Chile y el mundo, la Generación Z ha inaugurado una forma inédita de protesta juvenil. No se organiza a través de partidos ni ideologías tradicionales, sino mediante símbolos culturales y universos digitales. La icónica bandera del anime One Piece es solo un nodo en un entramado más amplio, que incluye videojuegos como Animal Crossing, ídolos del K-pop, memes virales e influencers. Estos elementos funcionan como gramática de la resistencia, expresando rechazo a la corrupción y la deslegitimación de la política y los partidos tradicionales.

Las protestas de la Generación Z buscan visibilizar un malestar profundo frente a estos problemas. Este objetivo se expresa de manera simbólica y difusa: más que proponer reformas concretas, estas movilizaciones utilizan íconos culturales y redes sociales para mostrar su descontento y generar visibilidad de su rechazo al sistema político vigente.

Sin líderes visibles ni agendas homogéneas, los símbolos permiten a los jóvenes mostrarse unidos frente a un sistema que perciben como injusto y opaco. Su activismo se enmarca en un mundo post-ideológico, donde el espectro izquierda-derecha se diluye y se privilegia una política de valores prácticos y comunidades afectivas. La ansiedad climática, la precariedad económica y el agotamiento activista alimentan un activismo íntimo y colectivo al mismo tiempo.

Hereda un mundo en crisis y lo enfrenta con los símbolos de su infancia. Así, crea una mitología de resistencia desde lo íntimo y lo cotidiano, conectando emociones, cultura y política en un lenguaje transnacional. Cada meme, cada pancarta o cada bandera es un nodo de identificación que genera comunidad y anonimato al mismo tiempo.

El modelo tiene fragilidades: su organización es efímera, la efectividad política cuestionable y depende de algoritmos de plataformas comerciales. La estética de la protesta puede trivializar su contenido. Sin embargo, su dispersión y rapidez son parte de la innovación: por primera vez, el activismo juvenil es global, conectando Bangkok, Hong Kong, Santiago y Los Ángeles en un mismo lenguaje contestatario.

Comparado con el anarquismo insurreccional chileno, que persigue objetivos estratégicos mediante acciones directas, la Generación Z opera mediante visibilidad simbólica y viralidad, presionando socialmente sin recurrir al daño físico. Al mismo tiempo, construye barreras generacionales intencionales que dificultan la cooptación por adultos o instituciones tradicionales.

Esta generación aprendió más sobre justicia social viendo Attack on Titan que siguiendo debates parlamentarios. Esto no es una fase juvenil. Es un cambio estructural en la política, donde la literacidad digital y la comprensión de símbolos culturales serán herramientas centrales para participar en democracia (si esta se mantiene como nuestra forma de organización social).

Y aquí surge la pregunta inevitable: ¿cómo puede la política tradicional influir en esta generación? La respuesta no pasa por imponer viejas estructuras ni discursos abstractos. Solo conectando genuinamente con su lenguaje simbólico, respetando sus códigos culturales y creando espacios híbridos de participación digitales y presenciales, podrá transformar el descontento en acción política concreta. La coherencia, transparencia y capacidad de adaptación pueden ser las llaves para ganar confianza y relevancia ante una generación que está redefiniendo lo que significa movilizarse y actuar políticamente.

Chile enfrenta así un doble desafío: canalizar el descontento de su juventud digitalizada y garantizar seguridad. La Generación Z nos enseña que la protesta ya no se mide solo por carteles o plazas ocupadas, sino como transforma la cultura en política y el simbolismo en poder. Ignorar esto es quedarse fuera de la historia e ignorar que podríamos estar presenciando el fin de las ideologías.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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