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Sudamérica, donde la estabilidad es tan breve Opinión

Sudamérica, donde la estabilidad es tan breve

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Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile y exsubsecretario de Defensa, FFAA y Guerra.
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Desde la asunción de la administración Trump, la llamada guerra arancelaria demolió el marco jurídico y político que organizaba la economía planetaria.  Vivimos una época no solo de transición, también de incertidumbre.


Un fantasma recorre América del Sur. Es el fantasma de la inestabilidad. También podríamos decir que es el fantasma del malestar. ¿Contra quién? Es la indignación desesperada de muchos contra la pobreza por economías deterioradas, o cuyos frutos se concentran en las minorías de siempre. También es el reclamo contra la corrupción que destroza la credibilidad en instituciones y en autoridades. Por cierto, es la bronca que provoca la creciente actividad del delito organizado que mediante la extorsión y el uso casi impune de la violencia, domina territorios urbanos y rurales que es al mismo tiempo, demostración de la ausencia de Estado.

Motivos para estar disconforme no les faltan a las familias sudamericanas. Ojo, no generalicemos, porque en este panorama Brasil presenta una realidad más promisoria. Con sus más de 200 millones de habitantes y con una de las economías mas grandes del planeta. Pequeño pero meritorio, también destaca el noble pueblo uruguayo, que ha sabido construir un país posguerra fría con una cultura y una institucionalidad encomiable.

Un fin de año crítico

El último trimestre es particularmente demostrativo de todo lo anterior. De norte a sur la radiografía del momento nos muestra una situación crítica en la costa Caribe, donde se ha instalado un bloqueo de facto en aguas internacionales, cuyo objetivo a la fecha sigue difuso. Ello ha provocado el aumento de tensiones con los gobiernos ribereños, especialmente el venezolano y el colombiano, pero a cambio genera simpatías en sus respectivas oposiciones.

El mundo andino asiste a un momento de agitación extrema en el caso ecuatoriano, donde el ajuste económico provoca que la oposición del mundo indígena coincida con la oposición política al presidente Noboa. Perú es sacudido por una ola de violencia delictual que sacude a un sistema político desprestigiado y el nuevo presidente designado por el congreso enfrenta a una sociedad indignada. Bolivia elige a su presidente este domingo 19 y todo el mundo coincide en que se tiene que abrir el motor de la economía. Algunos leen mal, dicen que el MAS solo sacó un 3%. En realidad el MAS se quedó fuera del sistema, pero sigue en la sociedad.

Y en la punta sur sudamericana asistimos a un panorama a lo menos agitado. El gobierno argentino se ha jugado a fondo por conseguir el apoyo de EEUU, mas las palabras del presidente Trump condicionan su ayuda a que al oficialismo le vaya bien en las próximas elecciones: “si a Milei le va mal, nos vamos de Argentina”, es la frase que explica los vaivenes del peso y del riesgo país.

Chile ya está en tierra derecha en materia electoral, que anuncia una segunda vuelta polarizada donde las argumentaciones se extreman: para unos Chile se cae a pedazos, para otros, el IV Reich está en la puerta. No hay que ser cientista político para visualizar un fin de año convulso a ambos lados de la cordillera.

Lo positivo de este momento

Cuidado con adherir a nuevas versiones del catastrofismo, de esas mentalidades que piensan que “porque somos como somos, estamos como estamos”. Este no es el primer capítulo de inestabilidad en la región y algunas lecciones hemos sacado.

En primer término, en varias de las crisis nacionales que hemos descrito anteriormente, la fórmula para resolver los desacuerdos es el voto ciudadano. Las elecciones se transforman en el mecanismo que permitiría buscar horizontes mejores. Hasta allí todo muy bien, nada más que no basta que la gente vote, que se cuenten los votos y que gane el que sacó más (aunque a veces esto no ocurre tan así). La democracia debe ser eficiente, y allí empiezan más problemas. Pero de momento, en la región predomina una solución no violenta para la resolución de los conflictos.

Justo es decir que no toda Sudamérica es una confederación de cantones suizos, las campañas se ven desprestigiadas por la presencia a veces de poderes facticos, las elites carecen de capacidad de renovación, las emergentes carecen de preparación, el clientelismo abunda como objetivo inmediato para muchos candidatos, etc. Pero al menos no nos agarramos a balazos.

Quienes han sacado mayores lecciones de todo esto parecieran ser las FFAA sudamericanas, que luego de los protagonismos a los que los llevó la guerra fría han extraído lecciones.  Los problemas sociales y políticos no tienen soluciones militares, las FFAA no pueden involucrarse en la contingencia, no deben ser de derecha ni de izquierda, las FFAA deben ser de todos. En mis conversaciones con militares retirados en la región suelo escuchar el mismo argumento: “señor, nosotros podemos poner orden, pero va a tener costos, y ¿qué va a pasar cuando regresen los civiles? Se va a formar una Comisión Verdad y adivine a quienes van a juzgar.”

Ojo que la tensión que a veces se produce por la tentación de algunos gobiernos por resolver problemas internos con el uso de las FFAA no solo es un tema latinoamericano: el recientemente renunciado almirante Holsey, jefe del comando sur de EEUU en su despedida junto con manifestar su satisfacción por haber servido en las FFAA de su país, manifestó el mismo orgullo por haberlo hecho en los marcos de la Constitución.

No hay soluciones ni fáciles ni rápidas

Reactivar las economías, fortalecer la presencia estatal, neutralizar a las mafias, legitimar las instituciones, entre otras tareas pueden sonar altisonantes, pero sintetizan el quehacer prioritario de buena parte de los países sudamericanos. Asumamos que se trata de esfuerzos que requieren tiempo y políticas públicas sostenidas en el tiempo y muy en especial, contar con un amplio apoyo ciudadano.

Para mayor complejidad, agreguemos que el panorama de conflictividad global no ayuda para nada.  El panorama mundial actual no solo se caracteriza por el crecimiento de los conflictos armados, ya de por sí destructivos y generadores de inestabilidad, expulsión de millones de refugiados, desequilibrios de todo tipo. Hoy, desde la asunción de la administración Trump, la llamada guerra arancelaria demolió el marco jurídico y político que organizaba la economía planetaria. Vivimos una época no solo de transición, también de incertidumbre. Obviamente todo esto golpea a Sudamérica, desorganiza su comercio exterior y aumenta sus dificultades económicas con sus obvias consecuencias sociales y políticas.

Construir miradas comunes sobre el futuro, entender que los desafíos descritos superan con creces el periodo de un gobierno y probablemente del siguiente, superar una concepción de la política que no esté dominada por agendas personales, entender que los discursos de odio generan sus respuestas, en suma, asumir visiones de Estado frente a los desafíos comunes de nuestras sociedades, son elementos indispensables.

¿Idealismo? puede ser, pero los otros caminos nos llevan a la descalificación mutua, a la disminución de la cohesión social, y a las soluciones que no son tales: como el mundo de las cuñas, de las fake, de la farándula visual, todos en si, elementos del populismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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