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La nueva elite Opinión Imagen referencial, Agencia Uno

La nueva elite

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Juan Ignacio Izquierdo Hübner
Por : Juan Ignacio Izquierdo Hübner Capellán de los colegios Tabancura y Huelén
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Esta es la nueva desigualdad que segmenta a nuestra juventud: mientras unos viven distraídos, otros consiguen estudiar.


A veces, por fijarnos demasiado en la coyuntura, dejamos pasar las cuestiones realmente decisivas. En el ámbito de la educación se habla de puntajes de corte para alumnos de pedagogía, de estrategias de financiamiento en la educación superior, pero hay un elefante paseando por la cristalería que, a pesar de su tamaño, tiene poca visibilidad. Me refiero a los celulares en manos de los adolescentes. Y digo que es un asunto decisivo más que coyuntural, pues está en la raíz de una auténtica remodelación de las clases culturales del país. 

Estaba sentado con unos 10 adolescentes y un par de profesores en torno a una mesa larga, metálica. Tomábamos té con leche, hallullas con mermelada o margarina; todos cansados, masticando lento después de un largo día arreglando casas. De pronto, un adolescente flaco de Iº medio llama la atención de todos. “Estoy muy contento”, dice. “Hoy terminé el Duolingo de italiano”, añadió, encogiéndose de hombros. “¿Qué?”, otro que estaba en frente casi se atora de la impresión. Los ojos extrañados de los amigos; el recelo frente a la sospecha de broma. “Sí —continuó, a la vez que sacaba el teléfono para mostrar la evidencia—. Terminé una racha de dos años. Ya no quedan más etapas… Aprendí italiano, parece”. Silencio. Ojos abiertos como platos, las hallullas suspendidas en las manos. “¿Y cómo lo hiciste?”, preguntó el compañero. “Fácil… No tengo redes sociales”. Los demás no fueron capaces de soportar tanta realidad, como diría Eliot. Cambiaron el tema. Pero luego, una vez finalizado el té, uno a uno, se fueron acercando a él para pedirle que ampliara su experiencia.

Así como hubo épocas de Francia en que la elite se distinguía por un sofisticado uso de la lengua y cierta soltura con los clásicos, hoy somos más modestos. En los colegios, la nueva elite la forman esos niños y adolescentes que luchan para domesticar las pantallas. Son pocos todavía, pero están poniéndose de pie para rebelarse contra la mediocridad. Su mérito consiste en defender la legítima aspiración de ser normales: simplemente son jóvenes que quieren aprender. Parece poco, quizá, pero con eso están adquiriendo amplias ventajas frente a los demás, quienes, en cambio, dedican entre 5 y 6 horas al teléfono por día (según un estudio de la Universidad de La Frontera realizado el 2024). Y no precisamente a Duolingo.

Ahora bien, ¿cómo es posible que hayamos llegado a esto? Parecía que Internet y los celulares iban a revolucionar la educación. Como decía Claude Allègre —ministro de Educación durante el gobierno de Jacques Chirac—: “El servicio público de educación tendrá ahora un competidor formidable. Ya no es la educación subvencionada, sino Internet. Internet educará y controlará sin castigar, ayudará a cada cual a su ritmo (…). Internet barrerá con todo” (Le Monde, 8 de abril del año 2000). Sin embargo, más que educar, esos aparatos democratizan grandes dosis de confusión. Por así decir, lo que el colegio construye en la mañana, el aparato lo pulveriza por la tarde. De hecho, Francia acaba de prohibir por ley el uso de celulares en colegios a los menores de 15 años.

Por otra parte, las familias con más información, tiempo y recursos advirtieron las ventajas que otorgan a sus hijos cuando les limitan el tiempo en pantallas. Todos los niños tienen un celular, pero no todos los padres tienen la posibilidad de rescatarlos de ese laberinto. El análisis es de Daniel Mansuy: “En el fondo, ganan los que tienen la posibilidad de limitar la acción del presunto instrumento redentor” (Enseñar entre iguales, IES, 2023, p. 148). 

Esta es la nueva desigualdad que segmenta a nuestra juventud: mientras unos viven distraídos, otros consiguen estudiar. Mientras unos se marean en el Tagadá de las distracciones, otros ejercitan la concentración. Mientras unos salen de IVº medio con miles de reels y stories en el cuerpo, otros pueden decir que aprendieron italiano. En suma, mientras unos olvidan hasta que las estrellas existen, otros tienen acceso a un contacto significativo con el mundo.

Los jóvenes que gestionan racionalmente su tiempo prometen conformar la nueva elite. Y gracias a Dios existe, aunque sean pocos, pues alguien tendrá que despertar a los miles de sonámbulos que está produciendo la industria de la “educación digital”, ¿no?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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