
Irán: el fracaso de la diplomacia y el regreso de la amenaza nuclear
Hoy, el escenario es más incierto que nunca. Irán afirma que no busca armas nucleares, pero cada paso técnico lo acerca a ellas. Israel, por su parte, ha reiterado que no permitirá un Irán nuclear y ha demostrado que está dispuesto a actuar preventivamente.
El pasado fin de semana, Irán dio por terminado el histórico acuerdo nuclear de 2015. La noticia no sorprende, pero sí confirma que el último gran intento diplomático por contener el programa atómico iraní ha llegado oficialmente a su fin. En realidad, el pacto –firmado en Viena bajo la administración de Barack Obama– llevaba años en agonía.
El Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) fue uno de los mayores logros diplomáticos de la década pasada. Firmado entre Irán y el grupo conocido como P5+1 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania), el acuerdo limitaba el enriquecimiento de uranio al 3,67 %, reducía drásticamente las reservas almacenadas y establecía inspecciones periódicas de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). A cambio, se levantaban sanciones internacionales que asfixiaban la economía iraní.
El objetivo era claro: impedir que Teherán alcanzara capacidad para fabricar armas nucleares y abrir un nuevo capítulo de cooperación. Sin embargo, el frágil equilibrio se rompió cuando, en mayo de 2018, Donald Trump decidió retirar a Estados Unidos del pacto, al considerarlo insuficiente para frenar el desarrollo de misiles balísticos iraníes y su apoyo a milicias en Medio Oriente. La Casa Blanca reinstaló las sanciones más duras y el acuerdo comenzó a desmoronarse.
Desde entonces, Irán fue abandonando gradualmente sus compromisos. Los inspectores internacionales registraron incrementos sostenidos en la producción y el grado de enriquecimiento del uranio, junto con la instalación de centrífugas más avanzadas. Para 2025, el país ya se encontraba peligrosamente cerca del umbral técnico que le permitiría fabricar una bomba atómica en cuestión de semanas, si así lo decidiera.
La Guerra de los 12 Días, que estalló en junio pasado entre Israel e Irán, terminó por sellar el destino del pacto. Durante ese breve pero intenso conflicto, Israel y EE.UU. atacaron instalaciones militares y nucleares iraníes, y Teherán respondió con una andanada de misiles y drones sobre objetivos israelíes. Aquella confrontación demostró que el problema nuclear había dejado de ser diplomático: se transformó en un asunto de supervivencia nacional para ambos.
Ahora, con el anuncio oficial del fin del acuerdo, Irán queda libre para enriquecer uranio más allá de los límites civiles, abrir nuevas plantas y almacenar material fisible sin supervisión internacional. El riesgo no es solo que construya una bomba, sino que logre una capacidad disuasiva que altere por completo el equilibrio regional. En un Medio Oriente donde las percepciones de amenaza se traducen rápidamente en acción militar, ese cambio es profundo.
Además, existe un peligro silencioso y transversal: la transferencia tecnológica. La posibilidad de que el conocimiento o los materiales nucleares iraníes lleguen a otros países o actores no estatales, preocupa tanto como la bomba misma. En un escenario de sanciones y aislamiento, Teherán podría ver en esa exportación clandestina una fuente de influencia y recursos.
El fin del JCPOA también deja una lección amarga sobre la fragilidad de los acuerdos internacionales. Un pacto de seguridad no se sostiene solo con firmas: requiere continuidad política y confianza. Cuando Washington se retiró en 2018, desmanteló la piedra angular que garantizaba el equilibrio. Lo que siguió fue predecible: Irán perdió los incentivos para cumplir, Europa quedó marginada y la diplomacia multilateral perdió una de sus victorias más emblemáticas.
Hoy, el escenario es más incierto que nunca. Irán afirma que no busca armas nucleares, pero cada paso técnico lo acerca a ellas. Israel, por su parte, ha reiterado que no permitirá un Irán nuclear y ha demostrado que está dispuesto a actuar preventivamente. Si las tensiones siguen escalando, una nueva guerra entre ambos países no solo es posible, sino probable, y sus efectos podrían remecer nuevamente los frágiles cimientos de Medio Oriente.
La era del control nuclear negociado con Irán ha terminado. Lo que comienza ahora es una carrera entre la diplomacia y la disuasión, en un terreno donde los errores se miden en megatones.
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