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Guzmán según Hugo Herrera Opinión Archivo

Guzmán según Hugo Herrera

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Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
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Herrera seguramente piensa en Carl Schmitt, un católico devoto y comprometido, quien percibe a la Iglesia como una institución de “asombrosa elasticidad… capaz de formar alianzas con grupos y corrientes contrapuestas”.


Hugo Herrera es, sin duda alguna, el más serio, ilustrado e inteligente intelectual de derecha en la actualidad. Por ello, lo que él escriba acerca de Jaime Guzmán es necesario tomarlo seriamente en cuenta. En un momento en que se ha intentado asimilar su figura política a la de José Antonio Kast, Herrera sale en su defensa detallando la extraordinaria acción política que desarrolló Guzmán, fundador de la UDI.

Nos dice Herrera que esa acción “se fundaba en pocos principios, pero ‘graníticos’ (…). Su acción era, por lo mismo, impredecible, sorprendente, excepcional, altamente mutable, veloz. (…) Guzmán cambió casi todo en su vida, mucho más rápido que quienes le rodeaban. Probablemente lo único que no alteró fueron su fe y su anticomunismo”.

Herrera resume esos cambios que divide en cuatro etapas. De fanático franquista en su juventud pasa a ser, durante el Gobierno de Allende, “el defensor más acérrimo de la democracia liberal y los derechos humanos.” Luego, a partir del golpe militar, abraza “la dictadura, el libre mercado, la subsidiariedad negativa” y, una vez restablecida la democracia, “vuelve Guzmán a ser un demócrata liberal”.

Cuestionable proceso evolutivo. En su juventud se manifiesta abiertamente partidario de Franco, particularmente de la vertiente gremialista carlista de ese régimen y del ideario del carismático José Antonio Primo de Rivera. No hay evolución con respecto a su gremialismo, que usa para oponerse al socialismo de Allende. La democracia que defiende no es liberal, sino una concepción orgánica congruente con su gremialismo.

En estricto rigor, no abraza la dictadura soberana, y no meramente comisaria, de Pinochet, sino más bien la funda, como resulta evidente cuando contribuye a la redacción de DL Nº 128. Al amparo de esa dictadura estructura las bases constitucionales que permiten la implantación del neoliberalismo y la subsidiariedad negativa.

¿Conocía Pinochet la diferencia entre una dictadura soberana y una comisaria? Por supuesto que no. Por último, decir que Guzmán “vuelve” a ser un demócrata liberal carece de sentido, porque efectivamente nunca lo fue. La Constitución que concibe Guzmán, y que Pinochet otorga en 1980, se puede definir, antes de sus muchas reformas, como liberal-autoritaria.

Queda así en pie el carácter “impredecible, sorprendente, excepcional, altamente mutable, [y] veloz” de su acción política. Tiene razón Herrera en este respecto. Y esto es lo que le reprocha a la UDI post-Guzmán, y ahora a Kast. Lo que los define, a partir de la trágica muerte de Guzmán, es una rigidez dogmática por la que se aferran “a la combinación de democracia protegida, economicismo y moral sexual de 1991” y que, supuestamente, Guzmán habría superado. La UDI y Kast se han fosilizado y no toman en cuenta las nuevas sendas que se han abierto para la centroderecha en Europa.

La acción flexible y mutable de Guzmán se apoya, según Herrera, en principios graníticos e inmutables, en su fe y su anticomunismo. Por ahora no me pronunciaré con respecto a su anticomunismo y solo me referiré a su inquebrantable fe católica. Herrera seguramente piensa en Carl Schmitt, un católico devoto y comprometido, quien percibe a la Iglesia como una institución de “asombrosa elasticidad… capaz de formar alianzas con grupos y corrientes contrapuestas”.

Muchos consideran, afirma Schmitt, que la política católica es de un “oportunismo sin límites”. La Iglesia se ha aliado con absolutistas monárquicos, y con anti-monarquistas. Ha demostrado ser reaccionaria y enemiga de todas “las libertades liberales”, pero ha auspiciado fervientemente la libertad de enseñanza y la libertad de prensa. Observa que De Maistre y Donoso Cortes fueron católicos ultraconservadores, en tanto que Montalembert y de Tocqueville fueron católicos liberales.

Algunos católicos se han aliado con el socialismo al que otros católicos consideran como una ideología satánica. Según Schmitt, “con cada cambio en la situación política cambian aparentemente todos los principios, excepto el poder (Macht) del catolicismo” (hay que tener presente que la obra de Schmitt que vengo citando tiene un Imprimátur de la Iglesia en Múnich de fecha 17 de julio, 1925).

Schmitt en 1932, defiende la Constitución de Weimar, que considera ser un documento democrático de inspiración liberal. Se opone así tanto a los nazis como a los comunistas alemanes que buscan derogarla. Ambos partidos conforman una mayoría negativa en el Reichstag, lo que significa una parálisis legislativa.

En marzo de 1933 Hitler desata el nudo gordiano. Schmitt, en una muestra de claro oportunismo, apoya la decisión de Hitler, aconseja la destrucción de la Constitución de Weimar y el 1 de mayo firma los registros del Partido Nazi. Es visto así por muchos como el Kronjurist de Hitler. Por esta y otras razones, no puede caber duda de que Guzmán comparte el ocasionalismo de Schmitt.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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