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El reality de la polarización Opinión Archivo

El reality de la polarización

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Camilo Herrera
Por : Camilo Herrera Director Ejecutivo 3xi
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El porvenir de Chile que anhelamos no se escribirá en un programa de gobierno, sino en la forma en que volvamos a hablarnos, cuando el lenguaje deje de ser trinchera y vuelva a ser puente, cuando conversar no signifique convencer, ni discrepar implique destruir.


Mientras creemos que peleamos por ideas, Chile se ha convertido en un reality que reescribe su guion cada semana. Hay virtuosos y villanos, eliminados por convivencia, likes, trending topics y votaciones del público. La democracia se nos confunde con el rating.

Vivimos pendientes de la cuña ingeniosa para reenviar en WhatsApp. Los políticos compiten por likes, los periodistas y los medios por clics, y los ciudadanos nos informamos por memes. Instagram y TikTok se volvieron especialistas en secuestrar nuestra atención y la política ya no se juega en el Congreso, sino en el matinal compitiendo por el rating de la indignación.

Mientras más emoción provoque un titular, más verdad parece tener. Disfrutamos del espectáculo encapsulados en burbujas de eco, donde el conflicto contamina todo el contenido y la furia da los mejores premios.

El Tercer Estudio Nacional de Polarizaciones muestra algo que todos intuimos: lo que más crece en Chile no es la distancia real entre las personas, sino la distancia imaginada. No nos separan los hechos, sino los guiones que inventamos sobre el otro. Como en todo buen reality, el secreto está en la edición: recortamos los matices, amplificamos los gestos y musicalizamos el conflicto.

Mal de muchos, consuelo de tontos, diría mi madre. En el mundo entero, la política se parece cada vez más a un show en vivo: presidentes que se promocionan como reyes con corona, parlamentos convertidos en challenges de TikTok, debates reemplazados por performances de interpelaciones morales. Lo visceral manda; los datos estorban. Y en esa lógica global, Chile –tan moderno como frágil– se mira al espejo y repite el libreto.

En nuestro reality, cada sector promueve su versión de la verdad, aunque si observas con atención verás que todas las críticas comparten un mismo pulso, que es la desconfianza hacia lo construido colaborativamente, hacia lo común.

Danzan las narrativas: seguimos siendo abusados y explotados; que los treinta años fueron un fraude; que tenemos una democracia poco profunda; que nuestras instituciones están capturadas por oscuros intereses; que el mérito es un engaño; que el individualismo mató lo colectivo; que el Estado fue tomado por parásitos; que los impuestos son un robo. Nos entretenemos con la pelea mientras se nos va desarmando la casa y el resultado es predecible: lo común se volvió espacio de disputa y amenaza, la democracia pierde su fuerza moral.

Ninguna comunidad –incluido Chile– se sostiene solo en normas. Se construye sobre vínculos y ese es precisamente el desafío de nuestro tiempo, no permitir que la polarización destruya nuestros vínculos, el sentido de ser ciudadanos, nuestra democracia. Porque esta no se concreta solo con el derecho a elegir, sino con la capacidad de cocrear sentido con otros.

El porvenir de Chile que anhelamos no se escribirá en un programa de gobierno, sino en la forma en que volvamos a hablarnos, cuando el lenguaje deje de ser trinchera y vuelva a ser puente, cuando conversar no signifique convencer, ni discrepar implique destruir, cuando elijamos seguir juntos, incluso sabiendo que no siempre estaremos de acuerdo.

Si logramos mirar el riesgo y, a la vez, la posibilidad, podremos reconocernos como coguionistas de una temporada nueva con narrativas de futuro y música de esperanza. Una donde los datos pesen más que los gritos, la conversación valga más que el retuit, los medios sean mediadores y no gladiadores, y donde nuestra atención esté puesta en cuidar las infancias (el futuro concreto), y no en los minutos de exposición digital.

Medir y reflexionar sobre la polarización no es un ejercicio técnico; es un acto de cuidado. Cuidar la democracia, aquello que compartimos es cuidar la vida común. Porque la democracia, en el fondo, es el único reality donde todos perdemos si dejamos de actuar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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