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Chile: el ocaso de la excepcionalidad
El mensaje de Gallup es claro y desolador: la excepcionalidad chilena está en serio riesgo. Y lo que queda no es solo un país en vías de desarrollo, sino una sociedad que ha normalizado el miedo.
Durante décadas, Chile se proyectó al mundo –y ante sí mismo– como la excepción latinoamericana. Estable, próspero y ordenado, el alumno aventajado de la región, con instituciones fuertes, el caso de éxito que contrastaba con los vecinos, muchas veces sumidos en crisis.
Sin embargo, el Global Safety 2025 de Gallup nos confronta con una imagen brutalmente distinta: Chile no solo ha dejado de ser la excepción, sino que se ha convertido en un símbolo del colapso de la seguridad ciudadana. Entre otros factores, Chile presenta un raquítico 39% de personas que se sienten seguras caminando solas de noche y el país se hunde en el ranking global, ubicándose entre los 10 peores del mundo, junto a naciones desgarradas por conflictos o con Estados derechamente fallidos.
Esta cifra, más que un dato duro, es un termómetro de una fractura social profunda. No se trata de una mera percepción inflada por el sensacionalismo mediático; es la experiencia cotidiana de ciudadanos que ven cómo el espacio público se les ha arrebatado. El temor ya no es una sombre lejana, sino una compañía habitual al salir del trabajo, al esperar el transporte público o al recorrer el espacio camino a casa. Chile ha pasado de ser el oasis a convertirse en el territorio donde la delincuencia y –por sobre todo– la violencia imponen su ley.
Lo más desesperanzador es que la excepcionalidad chilena no se perdió por un desastre natural o una guerra externa; fue una renuncia autoinfligida, un derrumbe paulatino de las instituciones, un fracaso colectivo en la contención de la delincuencia y en la construcción de cohesión social, tal como lo han documentado informes como los del PNUD y Latinobarómetro.
La percepción de seguridad se derrumba cuando el contrato social se resquebraja: cuando la ciudadanía deja de creer en la capacidad del Estado para impartir justicia, en la eficacia de las policías y en la solidez de un proyecto común. El miedo a caminar de noche es, en esencia, la expresión más cruda de una desconfianza generalizada que ha corroído los cimientos de la excepcionalidad chilena, demostrando que esta no era más que una fachada que ocultaba las mismas fracturas que aquejan al resto de la región.
La inseguridad no solo afecta directamente la situación interna del país, sino que también nos posiciona como un país en donde la fragilidad y el riesgo, sobre todo de inversiones extranjeras –hoy tan necesarias–, se ven notoriamente comprometidos, así como el impacto en la actividad turística nacional.
El mensaje de Gallup es claro y desolador: la excepcionalidad chilena está en serio riesgo. Y lo que queda no es solo un país en vías de desarrollo, sino una sociedad que ha normalizado el miedo y ha visto cómo su contrato social más básico –el de la seguridad– se quiebra sin remedio aparente. El futuro, lejos de prometer una recuperación, se vislumbra más oscuro, más inseguro y más solitario. La excepción aparentemente fue un espejismo; el presente informe, tristemente, es evidencia de lo anterior.
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