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Menos espectáculo, más ideas
Fortalecer las ideas requiere reflexionar sobre el país que aspiramos ser, las relaciones sociales que queremos construir y la forma en que balanceamos conseguir el desarrollo presente, pero protegiendo las condiciones de vida de las futuras generaciones.
Cuestionamientos a cifras oficiales, uso de bots en redes sociales, promesas de recortes milagrosos y fórmulas mágicas para resolver los problemas más urgentes que enfrenta el país (en seguridad y salud, por ejemplo), junto a un extendido ambiente de hostilidad que ha dejado atrás la tradicional cordialidad democrática, son lo que hasta ahora ha marcado las campañas presidenciales y parlamentarias.
Más que una campaña electoral que busca convencer o influir en la decisión de los votantes, estamos frente a representaciones de personajes que plantean ideas inviables de ejecutar, interpelaciones lúdicas en los debates presidenciales, “o te vas a hacer el Larry”, así como tibios discursos que buscan desmarcarse de los extremos. Simplemente un espectáculo.
¿Dónde está el propósito? ¿Cómo nos haremos cargo de los problemas más importantes del país? ¿Qué camino vamos a tomar para mejorar las condiciones de bienestar de las personas? Encontrar respuesta a preguntas como estas se vuelve muy difícil en programas presidenciales que, más que una carta de navegación, parecen una lista de supermercado, con promesas efectistas, medidas radicales y ofertas incomparables de buenos resultados.
Lo que caracteriza a las sociedades en donde el espectáculo ha ganado terreno –tal como lo describió el filósofo francés Debord, a mediados del siglo pasado– es que la vida social y la política han declinado “en tener, y de tener en simplemente parecer”. Importa más cómo nos mostramos que lo que pensamos, cómo nos perciben que quiénes somos realmente. Termina siendo más relevante lo que decimos que haremos, que lo que efectivamente ejecutamos.
Si queremos recuperar la legitimidad que la democracia ha perdido, es imperioso que las ideas vuelvan a ser el centro del debate público. Que las diferencias se centren en la forma en que resolvemos los problemas y no en la interpretación que les damos a los datos. Y, en especial, que seamos capaces de poner nuevamente a las personas en el centro de la acción del Estado, en lugar de usar los espacios de poder para la promoción de los propios intereses.
Fortalecer las ideas requiere reflexionar sobre el país que aspiramos ser, las relaciones sociales que queremos construir y la forma en que balanceamos conseguir el desarrollo presente, pero protegiendo las condiciones de vida de las futuras generaciones.
Promover ideas en el debate público requiere escuchar y ser escuchados, encontrar puntos de consenso e identificar claramente aquellas cuestiones en las que el disenso requiere miradas innovadoras.
Impulsar cambios desde las ideas precisa de la honestidad de los distintos sectores políticos y la transparencia de sus acciones para construir desde la conciencia de que el desarrollo solo se edifica a partir de la confianza, el diálogo y la honestidad.
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