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Cambio de eje en Sudamérica
Todo indica, sin perjuicio de los giros que puedan surgir fruto del clásico realismo mágico de Latinoamérica, que se viene un nuevo ciclo político en Sudamérica, con una preeminencia de gobiernos de derecha y una agenda compartida centrada en la seguridad, la economía y la reforma del Estado.
Las últimas elecciones y las proyecciones para los próximos comicios dan luces de un cambio masivo de signo político en los países de nuestro subcontinente.
El puntapié inicial lo dio Venezuela en julio de 2024, pero sabemos que el régimen de Maduro desconoció el avasallador resultado adverso y desde entonces gobierna sostenido en una dura represión y un férreo control social.
Luego siguió Ecuador, en abril de este año, siendo reelegido macizamente Daniel Noboa, lo que constituye la cuarta derrota consecutiva del correísmo y, aunque este mantiene una importante presencia en el Congreso, esta última derrota podría consagrar su declive definitivo.
También en agosto de este año tuvieron lugar los comicios generales en Bolivia, pasando a segunda vuelta dos candidatos de derecha, derrotando estrepitosamente al MAS en el Congreso, el cual, de haber tenido el control de ambas Cámaras, quedó solo con un diputado. En octubre triunfó el democratacristiano Rodrigo Paz, asumiendo la presidencia este 8 de noviembre, dejando atrás 20 años de gobiernos del MAS.
Ecuador y Bolivia estuvieron en la esfera del chavismo y ambos siguieron el patrón refundacional de aprobar nuevas constituciones que consagrarían el socialismo del siglo XXI. Sus ciudadanos han terminado exigiendo un cambio drástico de rumbo. En el caso de Ecuador, este 16 de noviembre acudirán a un referendo en el cual una de las alternativas a votar se refiere a redactar una nueva Constitución mediante una asamblea constituyente.
Siguiendo con los hitos del cambio de eje ideológico, el pasado 26 de octubre Milei salió victorioso en las elecciones legislativas de mitad de período, lo que no solo es un voto de confianza para sus reformas, sino que también lo deja en buen pie para una posible reelección.
El próximo 16 de noviembre tendremos en Chile elecciones generales, a las que seguirá Colombia en marzo del próximo año con las legislativas. Perú tendrá en abril elecciones generales reintroduciendo el bicameralismo. En mayo serán los comicios presidenciales en Colombia, con segunda vuelta en junio. En el caso de Perú, la segunda vuelta será también en junio.
En estos tres procesos, lo más probable es que las candidaturas oficialistas salgan derrotadas. De ser así, el próximo año toda la orilla del Pacífico sudamericano podría tener gobiernos del ala derecha del espectro y, si tomamos la región en su conjunto, la excepción ideológica estaría únicamente en Brasil y Uruguay.
¿Qué ha empujado este giro y cuán sólido es? Respecto de lo primero, sin duda que las razones tienen que ver con la seguridad y la economía. Todos nuestros países se han visto literalmente asaltados por el crimen, especialmente en su dimensión organizada.
Esa realidad se refleja en la transversalidad de la prioridad ciudadana en materia de seguridad y la fuerte percepción, correcta o no, de que los gobiernos de izquierda no tienen la voluntad o la capacidad para enfrentar este fenómeno. En casi toda nuestra región, la bandera del orden y de la seguridad se la ha apropiado la derecha política o se la identifica con ella.
Adicionalmente, la situación económica ha empeorado, generando zozobra en los sectores más vulnerables, lo que se potencia con la dinámica criminal. Ahí también la población percibe crecientemente que el modelo estatista y de subsidios imperante en varios países se ha convertido en un lastre para el desarrollo económico privado, que es el que genera los recursos del Estado.
En otras palabras, el énfasis en la redistribución, al mismo tiempo que se ha restringido la actividad privada, ha terminado empobreciendo a nuestras sociedades. En esa línea, menos Estado (identificado con burocracia) y más desarrollo parece ser la consigna que se está imponiendo.
Respecto de la solidez de este giro, está por verse. En las últimas elecciones nuestra región ha alternado entre un signo y otro, siendo rara la prolongación del incumbente. Nuestras sociedades no se han dado por satisfechas con lo realizado hasta la fecha. La clave de una continuidad pasará, entonces, por el éxito que los nuevos gobiernos tengan en su lucha contra el crimen y en mejorar la situación económica.
Respecto de lo primero, no será suficiente una estrategia únicamente doméstica, aunque el restablecimiento del concepto de autoridad, apalancado con un mayor despliegue del Estado en materia de seguridad, podría mejorar las cosas. Para tener éxito no hay otro camino que profundizar la cooperación regional e internacional, porque no se puede vencer al pulpo que es el crimen organizado cortándole uno o más tentáculos, los que se regeneran. Hay que cazarlo dondequiera que esté.
Quizá la diferencia respecto de otros ciclos es que hay un mayor sentido de urgencia frente al avance criminal y también quizá mayor determinación política para enfrentarlo. En ese contexto, la afinidad ideológica podría facilitar la cooperación, aunque en nuestra región eso nunca ha estado garantizado. En otras palabras, no obstante estar los elementos para favorecer esa vía, está por verse.
En cualquier esquema sudamericano, si bien la cooperación de todos es esencial, lo que suceda en Bolivia, Colombia y Perú es determinante, porque estos tres países son los principales productores de cocaína del mundo.
En Bolivia, la reciente instalación del presidente Rodrigo Paz da pistas de lo que serán las nuevas claves del clivaje político. En su inauguración, el mandatario señaló que buscará reconstruir la economía del país tras dos décadas de desastrosa gestión del MAS, estimulando la actividad privada y abriéndose más al comercio internacional y a la inversión extranjera. También anunció una profunda reforma del Estado, para hacerlo más eficiente y pequeño. Finalmente, esbozó una política exterior que privilegiará la cooperación estratégica con sus vecinos, no importando el signo de sus gobiernos.
Una interrogante adicional en materia de cooperación es si los gobiernos de derecha que podrían acceder en los otros países estarán disponibles para cazar el pulpo o, por razones ideológicas, más bien se aislarán y contentarán con solo cortar sus tentáculos en su territorio en vez. Tiendo a pensar que, al menos en materia de seguridad, la coordinación debiera profundizarse.
Todo indica, sin perjuicio de los giros que puedan surgir fruto del clásico realismo mágico de Latinoamérica, que se viene un nuevo ciclo político en Sudamérica, con una preeminencia de gobiernos de derecha y una agenda compartida centrada en la seguridad, la economía y la reforma del Estado.
En un escenario tan fragmentado políticamente en la región y convulsionado globalmente, serán objetivos muy complejos de acometer y por supuesto que ninguno podrá resolverse en el corto plazo, pero la continuidad de los nuevos gobiernos dependerá de la percepción ciudadana de que se está respondiendo correctamente a su clamor.
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