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Que nadie diga que no se les dijo Opinión

Que nadie diga que no se les dijo

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Ernesto Moreno Beauchemin
Por : Ernesto Moreno Beauchemin Doctor en sociología
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La hipótesis de que un gobierno de Kast creará condiciones de tensión social más que preocupantes y en que la inestabilidad será una amenaza permanente en el funcionamiento de la sociedad, es más que plausible.


Los resultados electorales del domingo conducen a una disyuntiva electoral ante la cual la ciudadanía no puede ser indiferente, particularmente en el caso de las personas que optaron por alguna de las otras candidaturas presidenciales que no pasaron a segunda vuelta, así como también para quienes votaron nulo o blanco y/o simplemente no fueron a votar. 

Nos parece que mucho de las características y futuro de la democracia, de su gobernabilidad, de la paz y de la justicia social en nuestra sociedad están en el tapete, según quien sea electa o electo en 30 días más.

Al respecto y tratando de sintetizar nuestro análisis, creemos que si hay un “considerando” y fundamento a ser reflexionado por la ciudadanía para decidir su voto, este tiene que ver con los cambios que ambas candidaturas proponen para nuestro país en los próximos años.

Es así como el candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast, ha enarbolado como eslogan de su campaña “La Fuerza del Cambio”, a la vez que la candidata de la coalición de centroizquierda, Jeannette Jara, ha planteado la necesidad de llevar a cabo varias transformaciones en diferentes ámbitos de la sociedad que inciden en la vida de las personas.

La pregunta que inexorablemente debemos entonces hacernos es ¿qué tipo de cambio, con qué implicancias y consecuencias es el que nos proponen ambos candidatos? La respuesta a esta pregunta no corresponde a una especulación, distorsión o intencionalidad nuestra, sino que se encuentra, precisamente, en las declaraciones, discursos, foros, entrevistas y medidas programáticas concretas de Jara y Kast.

Una lectura y un análisis de estos antecedentes, nos llevan a concluir que, y esta es nuestra tesis central, de triunfar el candidato Kast, la fuerza del cambio por él postulada insertaría a la sociedad chilena en un ciclo, no solo conservador y de retroceso en relación con las transformaciones socioeconómicas imprescindibles para avanzar hacia una sociedad más justa, sino que implementaría una política restauradora, fundamentalista y en que diferentes derechos laborales, sociales y de diversas minorías, serían postergados o definitivamente cercenados.

Paralelamente, su concepto de identidad nacional que linda con un nacionalismo extremo y su política de seguridad, asumirían rasgos xenofóbicos e inhumanos. Chile sería un país más intolerante, más autoritario y en el que las desigualdades se agravarían severamente, posesionando al Estado en un rol predominantemente represivo, aliado con los grandes grupos económicos y absolutamente indiferente a los ritmos del mercado y al bien común.

Además, muchas de sus propuestas carecen de absoluta viabilidad y no son realizables (como expulsar 350 mil migrantes ilegales por avión y en que cada uno se pagara su pasaje).

Nos encontramos frente a una visión y propuesta del cambio cuya dirección y radicalidad está en innegable controversia con la justicia social y los derechos sociales básicos, asumiendo perfiles propios de las democracias protegidas y ejerciendo una hegemonía cultural en que ellos redefinen los marcos del debate público, ideologizando conceptos como familia, libertad, seguridad y nacionalismo, a la vez que identifican a grupos e instituciones como amenazas a la integración del país (migrantes, feministas). Esto se ve orquestado con el uso y manejo distorsionado de las redes sociales a través de la difusión de falsedades y de narrativas emocionales y polarizadoras.

La hipótesis de que un gobierno de Kast creará condiciones de tensión social más que preocupantes y en que la inestabilidad será una amenaza permanente en el funcionamiento de la sociedad, es más que plausible.

En la otra vereda, las propuestas de Jeannette Jara tienen como preocupación central y foco programático las necesidades y urgencias de la ciudadanía, por cierto, en seguridad, pero también en la búsqueda de dignificar a las personas y acoger sus carencias, lo que se plasma en su mensaje de que “el crecimiento llegue a la mesa de todos los chilenos y que cada uno de los hogares pueda llegar a fin de mes”. Sus propuestas, la mayoría de las cuales son resultado de los diálogos y escuchas que la propia candidata llevó a cabo en terreno en contacto directo con la ciudadanía, son realizables y serias, buscan sumar a todos y su viabilidad ha sido testeada y se han divulgado transparentemente al país a través de 383 medidas que abarcan los diferentes ámbitos de preocupaciones ciudadanas.

Pero, por sobre todo, la oferta programática de Jeannette Jara va más allá de las siempre necesarias soluciones técnicamente fundadas y asume un compromiso moral con un proceso da cambios graduales que da pasos significativos hacia una sociedad con mayor justicia social, con cohesión social y con un horizonte de esperanza.

Son cambios que asumen que la cohesión y la paz comunitaria suponen la justicia social, y esta, a su vez, tiene que ver con crear condiciones para que las personas puedan desarrollar libremente sus capacidades y con la convicción de que los recursos y la riqueza del país se deben distribuir más equitativa y adecuadamente. Son estas convicciones y valores los que atraviesan cada una de las propuestas programáticas de Jara, a lo que se agrega la idea de que es necesario y posible mejorar la vida en sociedad, con decisión, voluntad política y esfuerzo colectivo.

Pero, más allá de lo ya señalado, y refiriéndonos a un aspecto que  nos influye más integralmente, Chile decide de manera especial sobre qué tipo de valores y marco cultural será el que regirá y condicionará la vida en nuestra sociedad; se trata, ni más ni menos, de discernir entre dos propuestas y modelos de sociedad clara y definitivamente opuestos.

Estamos en presencia de una profunda y significativa disputa cultural en la que, mientras Janet Jara aspira a que en la sociedad chilena las orientaciones de nuestra acciones y decisiones estén inspiradas y mandatadas por la justicia social, la memoria histórica, la inclusión, el bien común, la diversidad cultural y la participación ciudadana, el proyecto de Kast pone como valores condicionantes y mandatantes de sus acciones y decisiones el individualismo (símbolo de la “libertad”), la propiedad privada, el patriotismo beligerante, el orden represivo, la competencia, el principio de que “cada uno se rasque con sus uñas” (causa eficiente de la desigualdades progresivas) y la exclusión cultural y étnica. 

Este 14 de diciembre, más que nunca, adquiere crucial importancia la expresión de que “no da lo mismo por quién votar”. Asimismo, nos resulta algo ligera y poco adecuada la repetida frase “da lo mismo quién gane porque mañana tengo que ir igual a trabajar”.

Definitivamente, el trabajo de las personas y las relaciones entre nosotros, no se van a llevar a cabo los próximos años bajo las mismas condiciones ni tendrán el mismo trato, según gane una u otra de las candidaturas enfrentadas en esta segunda vuelta.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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