Publicidad
El voto Parisi: Ni apolíticos ni inocentes Opinión Víctor Huenante/AgenciaUno

El voto Parisi: Ni apolíticos ni inocentes

Publicidad
Miguel Torres Romero
Por : Miguel Torres Romero Cientista Político, Mg. (c) en Investigación en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Ver Más

Es un síntoma de que el centro político ya no ordena nada, de que el eje izquierda-derecha ya no organiza identidades, y de que la palabra “pueblo” ya no la posee ni el progresismo ni la derecha tradicional, sino quien mejor exprese el resentimiento acumulado.


La escena se repite, pero el sistema político aún no la comprende. Franco Parisi, un populista de derecha sin presencia territorial, sin estructura partidaria, sin giras masivas ni debates televisivos, vuelve a posicionarse como un actor importante en la elección presidencial chilena. Desde 2021 que se insiste en leer a su electorado como “voto apolítico” o “antipolítico”. Pero esa etiqueta, además de condescendiente, es analíticamente incorrecta.

Porque el voto por Parisi no es la expresión de ciudadanos desinformados que no entienden la política. Es, por el contrario, el resultado de ciudadanos que consumen política de otra manera, con otros códigos, otro lenguaje y otra desconfianza. No están fuera del sistema político, sino que lo atraviesan desde el malestar, el escepticismo y la desafección con las élites que hablan un idioma que ya no les dice nada.

El progresismo lo descalifica como voto irracional, la derecha lo mira como reservorio de apoyo potencial y los comentaristas lo tratan como anomalía. Pero ese electorado existe hace rato. Lo vimos con el Partido de la Gente en 2021, que, aunque sucumbió, hoy nuevamente es un segmento estructural del mapa electoral chileno.

No es un voto “apolítico”. Es post-partidario, pues no confía en los partidos, pero reconoce el poder del Estado. Es híbrido ideológicamente, pudiendo exigir mano dura contra la inmigración irregular y al mismo tiempo defender la idea de que el Estado debe proteger a quienes se sienten abandonados. Es profundamente político, solo que no se identifica con los códigos tradicionales de izquierda/derecha ni con los rituales de la política parlamentaria.

¿Qué consume ese votante? Política, claro. Pero no la política de la franja electoral ni del panel matinal. Consume lives, TikToks, cálculos de bolsillo, indignación y relatos de “gente común estafada por los poderosos”. En ese ecosistema, Franco Parisi cumple una función que el sistema político no ha querido ver, al traducir el enojo en una identidad electoral.

Y es ahí donde su propuesta conecta, porque no promete igualdad, promete eficiencia; no ofrece justicia redistributiva, ofrece venganza contra los abusos; no habla de democracia, habla de que la política tradicional “no sirve”. Lo suyo no es la anti-política, sino la política sin mediadores. Un candidato-marca que dice lo que sus votantes creen, aunque no sea cierto o no se sostenga.

Si un candidato de un partido sin estructura, sin territorio, sin programa detallado y con causas judiciales pasadas puede capturar más del 30% (o más) en comunas enteras, ¿el problema es el elector o es la política chilena?

La respuesta es incómoda. El voto Parisi existe porque los partidos dejaron de representar, porque la élite habla para sí misma y porque el sistema político perdió su promesa de movilidad y protección. No es una anomalía, es un síntoma.

Es un síntoma de que el centro político ya no ordena nada, de que el eje izquierda-derecha ya no organiza identidades, y de que la palabra “pueblo” ya no la posee ni el progresismo ni la derecha tradicional, sino quien mejor exprese el resentimiento acumulado.

El voto Parisi no es un fenómeno pasajero. Es la antesala de algo mayor, de una ciudadanía que ya no busca representación, sino el reemplazo del sistema de representación y mientras se siga llamando “apolítico” a lo que no se sabe interpretar, seguiremos ciegos ante una evidencia que grita desde 2019 que la crisis no es de participación, sino de intermediación.

El voto por Parisi es la prueba de que los chilenos no dejaron de hacer política. Lo que dejaron fue de creerle a quienes aún creen que la política les pertenece.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad