Opinión
Las lecciones del triunfo de Mamdani para el progresismo
Su victoria, cargada de simbolismo, a la vez revela una profunda fractura al interior del Partido Demócrata, activando tensiones entre conservadores, moderados y progresistas.
Estados Unidos vivió recientemente una nueva jornada electoral. Lo hizo en un momento particularmente convulso para la política interna del país (y del mundo también), con un Donald Trump recargado y desatado, haciendo y deshaciendo desde la Casa Blanca; con un Partido Demócrata anquilosado intentando recomponer su rumbo tras la “sorpresiva” e impactante derrota presidencial; y con una fractura/polarización de la sociedad y del propio Partido Demócrata que no se respiraba desde hechos como la Guerra Civil de 1861, el New Deal de Franklin D. Roosevelt (1933) o el Movimiento por los Derechos Civiles 1956-1969 de Martin Luther King-John Kennedy-Lyndon B. Johnson.
El resultado en favor del Partido Demócrata, sin duda, mostró una inflexión en el cuadro político interno al darle un pequeño respiro a esta colectividad escasa de principios y sumida en la apatía y decadencia. Ken Martin, presidente del Comité Nacional Demócrata dijo: “El Partido Demócrata está de vuelta”.
Sin embargo, este respiro no solo le duró poco con el descuelgue de 8 senadores que permitieron a Trump poner fin al cierre de Gobierno más largo de la historia del país, sino que anuncia el inexorable desafío de una profunda discusión ideológica sobre la olvidada justicia social, esa idea de construir una sociedad más equitativa, en la que todas las personas tengan las mismas oportunidades, derechos y acceso a los bienes.
En el anclaje de esta discusión de fondo (ajena al hechizo del “populismo” que prima hoy), más importante que los triunfos de las demócratas Abigail Spanberger en Virginia y de Mikie Sherrill en Nueva Jersey, de la aprobación de la redistribución de distritos en California (Proposición 50) para mediatizar el “gerrymandering” obrado en Texas o de la aprobación de derechos parentales y/o que solo pudiesen votar los ciudadanos en Texas, fue el triunfo del economista Zohran Mamdani y su programa social en Nueva York , esa ciudad de 8.5 millones de habitantes que hablan distintos idiomas, con una de las economías urbanas más grandes del mundo (su PIB es de más de US$ 2,5 billones), con vitales centros de finanzas (Bolsa de NY y el Nasdaq), de tecnología, medios, turismo, moda, arte, gastronomía, etc.
Mamdani, con muy escaso apoyo del liderazgo partidario, no solo ganó la alcaldía en la “Gran Manzana” con el 50.4% de los votos, venciendo a Andrew Cuomo, el exalcalde demócrata que corrió como independente y que fue apoyado por los ultrarricos y Trump que veían al joven postulante como una amenaza, y al republicano Curtis Sliwa, un eterno candidato y excéntrico a la alcaldía, sino que ganó con una participación ciudadana extraordinariamente alta para una elección local fuera de ciclo (no hay voto obligatorio).
Mamdani fue capaz de romper la apatía de sectores bajos y medios, de jóvenes menores de 30 (62%), de inmigrantes, de profesionales y pequeños empresarios (generó un voto de identidad), de más de 2 millones de neoyorquinos que acudieron a las urnas, un nivel de votación que no se veía desde 1969.
En su discurso de triunfo, Mamdani, además de resaltar que se ha “derrocado una dinastía política”, agradeció a “la abuela mexicana”, “los propietarios de bodegas yemeníes”, “los taxistas senegaleses”, “las enfermeras uzbecas”, “las tías etíopes”, todas esas comunidades que sostienen Nueva York como elemento estructural y que, hasta ahora, rara vez se habían visto representadas en sus líderes (la política expresada en la vida cotidiana). Pero también dijo “solo necesitamos mirar al pasado para encontrar pruebas de cómo el socialismo puede moldear nuestro futuro”, evocando a Vito Marcantonio, un socialista que representó a Harlem en el Congreso durante siete mandatos.
De a pie y con una actitud afable contagio de alegría y esperanza a la “ciudad que nunca duerme”. Mamdani centró su campaña en las urgencias de la asequibilidad (capacidad de cubrir gastos básicos), vivienda y servicios públicos frente a una ciudad cada vez más difícil de pagar y de habitar.
Algunos de sus compromisos más importantes fueron congelar los alquileres para los apartamentos regulados (“rent-stabilized units”); hacer que los autobuses de la ciudad sean gratuitos y más rápidos; cuidado infantil universal para niños de 6 semanas a 5 años; creación de “tiendas de comestibles” de la ciudad (city-run grocery stores) para bajar los precios de los alimentos; aumentar el salario mínimo a US$30 por hora hacia el año 2030; construcción de 200 mil nuevas viviendas asequibles en un período definido; aumentar los impuestos a corporaciones y a las personas con ingresos muy altos (por ejemplo, imponer una sobretasa del 2% sobre ingresos de más de 1 millón US$) para financiar los programas; etc.
Es una agenda enfocada en la justicia económica y la ampliación de los derechos civiles (el bienestar como inversión pública), además de la seguridad. Frente a esto último, Mamdani planteó la necesidad de abordar la seguridad no solo como cuestión policial centrada en la disuasión/represión y control de armas, sino como un problema de salud pública, lo que implica prevenir la violencia antes de que ocurra, atacando las causas estructurales: pobreza, salud mental, inestabilidad habitacional, desigualdad.
Para ello, propuso crear el “Departamento de Seguridad Ciudadana” con un enfoque preventivo y de intervención social en salud mental, violencia armada, prevención de delitos de odio y violencia de género (crisis sociales las denomina), dejándole a la policía el tema de los crímenes violentos
Su propuesta cosmopolita, por tanto, busca diferenciarse de los anquilosados liderazgos de “barones y baronesas” que han capturado el partido fundado en 1829, los mismos de siempre que practican la política de pasillo y salón (léase gobierno y Congreso) y que están muy ajenos a la compleja realidad de la calle, y de los condicionamientos del dinero que han dominado la política de los demócratas desde los 80.
No olvidemos que, tras consecutivas derrotas electorales a manos republicanas, los liderazgos demócratas concluyeron que debían acercarse más a los intereses empresariales para competir con recursos y el partido adoptó la llamada “Tercera Vía” con Bill Clinton (1992–2000) y creó el grupo Democratic Leadership Council (organización centrista que limitó las políticas progresistas). Esto implicó la aceptación de la economía de mercado, privatizaciones parciales, tratados de libre comercio, vínculos con Wall Street y transformar la justicia social en meras políticas paliativas.
Además de aceptar limitar la justica social y de ser la mayoría de los representantes demócratas acaudalados (se necesita plata y nexos para las campañas), esto consolidó una élite donante de los demócratas (bancos, fondos de inversión, tecnológicas, farmacéuticas, aseguradoras, Hollywood y universidades) que financian sus campañas, think tanks y medios afines.
A cambio, estas élites financieras influyen/condicionan políticas clave que pudiesen afectar sus intereses (desregulación financiera, propiedad intelectual, impuestos moderados a grandes fortunas), lo que los alejó de parte de su base electoral natural, hablamos del sector laboral (en especial, del “Cinturón del Óxido”) y de los ciudadanos de a pie.
Mamdani, a contrario sensu del establishment partidario, financió su campaña con pequeñas donaciones de muchos ciudadanos (le sirvió para amarar compromisos), con apoyo público de la ciudad y de algunas organizaciones no gubernamentales. Además, apoyó su campaña principalmente en redes (“digital-first”), en desmedro de la publicidad tradicional, con video cortos de “walk-and-talk” (“camina y habla”), donde hablaba directamente con gente en la calle. Su mensaje fue notablemente coherente: generar la posibilidad de que la ciudad pudiera convertirse en un lugar donde los trabajadores pudieran vivir con dignidad.
Mamdani es un perfil que desafía el molde del “establishment” y, por lo mismo, se está convirtiendo en un paradigma (un laboratorio de políticas públicas y fórmula de renovación) y símbolo de ruptura con la élite bipartidista que ha dominado la política largamente durante décadas, pero ahora especialmente frente a las políticas restrictivas/conservadoras implementadas por Trump.
Es el alcalde más joven que ha tenido Nueva York (34 años), musulmán y socialista democrático (es parte del Democratic Socialists of America, junto figuras como Alexandria Ocasio-Cortez, Jamaal Bowman y Bernie Sanders); es un neoyorquino de Queens, hijo de padres intelectuales indios y nacido en Uganda. Es alguien que conoce de primera mano la vida de quienes sostienen la ciudad (trabajó como organizador de inquilinos y asesor de vivienda antes de entrar a la política).
Su victoria, cargada de simbolismo, a la vez revela una profunda fractura al interior del Partido Demócrata, activando tensiones entre conservadores, moderados y progresistas. Su triunfo es un golpe directo a la derecha partidaria y su ala “centrista/acomodaticia”, y una señal de que el electorado demócrata también puede caminar hacia un “progresismo pragmático” de fuertes convicciones sociales, redefiniendo su identidad y su estrategia nacional.
La elección de Mamdani es una señal de que la ciudad resiste y desafía el clima político nacional (hay una narrativa ganadora sobre la cual construir: esta es una victoria estratégica y la prueba fehaciente de que se puede no solo resistir, sino también ganar).
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