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Voto a voto, pero con la verdad por delante Opinión Archivo

Voto a voto, pero con la verdad por delante

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Ese es el alegato: no rendir la democracia en la antesala, no bajar la cabeza antes de votar, no ceder la esperanza a los profesionales del miedo. La segunda vuelta está abierta. Entremos en ella con la verdad por delante y la dignidad intacta.


Desconfío de los que siempre tienen la razón en solitario. Apenas las cosas no salen como esperaban, aparecen los agoreros de siempre, esos que nunca estuvieron realmente en la pelea y, sin embargo, juran que “lo predijeron todo”. No arriesgan un voto impopular, ni una madrugada de trabajo, ni una conversación incómoda. Solo esperan al caído para decir su frase favorita: “Yo lo dije”. Entre esos tipos y yo, como diría Serrat, hay algo personal.

Partamos de la verdad incómoda. Pasamos a segunda vuelta con Jeannette Jara, pero si se suman aritméticamente los votos de los candidatos de derecha, la cifra supera el 50%. No se necesita un tratado de ciencia política: basta una calculadora. Es un dato duro. Negarlo sería ingenuo; sobredramatizarlo, irresponsable.

Pero la política no es una planilla Excel. No todos los votos se trasladan mecánicamente, no todos los apoyos se suman como fichas de casino que se empujan de una mesa a otra. La segunda vuelta se definirá voto a voto, en un terreno estrecho donde no sirven ni los triunfalismos vacíos ni el derrotismo elegante. Ahí se verá si seguimos en política por comodidad o por convicciones.

Por eso este no es tiempo de harakiri político ni de funeral anticipado. Es tiempo de ánimo sobrio, de trabajo concreto. No se puede enfrentar una segunda vuelta con el espíritu de quien ya se siente derrotado. Quien llega sin ánimo se rindió por dentro antes de empezar la batalla.

El 20% de Parisi es, sobre todo, un voto de rechazo a la clase política. No es un voto de centro ni un gesto de moderación: es el grito de un país cansado de que lo traten como menor de edad. Gente que mira a las élites, a los partidos, a los expertos de televisión y ve distancia, complacencia, autocomplacencia. Esa es la señal que debemos leer, aunque duela.

Ahí es donde el famoso “centro” se vuelve coartada. Lo invocan para no hacerse cargo de los conflictos de fondo, para moverse milimétricamente entre las orillas sin pisar nunca el agua. Las encuestas lo describen como un espacio dócil y disponible; las urnas, una y otra vez, lo desmienten. Ante un electorado desconfiado, lo más honesto no es buscar la fórmula mágica del centro, sino decir las cosas como son, aunque incomoden a los poderes fácticos.

Hace tiempo uso una expresión que hoy es más válida que nunca: no podemos ser colonos mentales. Colono mental es quien acepta que otros definan los límites de lo decible y del “realismo”, quién dicta la agenda, cuál es el marco aceptable del debate. En ese punto uno ya no piensa: administra. Ya no hace política: gestiona. Y la cabeza se le arrienda, sin contrato, a los que mandan de verdad.

En eso, paradójicamente, Kaiser, Kast y Parisi no transaron: se mostraron como son. No me gusta lo que representan; en más de un caso me inquieta profundamente. Pero una parte del país los votó precisamente porque percibió autenticidad, después de haber probado antes otras combinaciones. Sería un error grave no entender la lección: la gente huele el disfraz.

Y aquí llegamos a Jeannette Jara. Que no falte el manual del experto de turno: hay que pulirla, dicen; suavizarle los bordes populares, editarle la biografía para que no asuste a nadie. Esa lógica me rebela. Esta segunda vuelta es una lucha verdadera precisamente porque se libra por lo que somos, no por lo que un focus group quisiera que fuéramos. Si intentáramos maquillar a Jeannette para encajarla en un molde de candidata neutra, renunciaríamos a lo único que hoy nos da fuerza: hablarle al país desde una verdad limpia, sin imposturas.

Conviene recordarlo con sencillez: estamos en política por ideales, no por conveniencias. Por la dignidad de las personas, por la justicia social, por un país que no abandone a sus barrios, por una democracia que no sea un decorado sino un límite real al abuso. Ese “deber ser”, tantas veces ridiculizado, es lo único que impide que la política se degrade en pura administración del miedo.

El momento es grave, sí. La derecha tiene hoy un poder que no veíamos desde la dictadura y lo ejercerá, gane o pierda, desde los medios, desde el dinero, desde sus redes de influencia. Pero justamente por eso esta elección importa. Lo que se juega en la segunda vuelta es si Chile va a enfrentar la delincuencia y el crimen organizado desde la democracia o desde la tentación autoritaria.

Hablemos claro: queremos más seguridad que nadie, pero una seguridad democrática. Para la mujer que vuelve tarde a su casa, para los niños del barrio, para el trabajador que llega en micro de noche. Y eso exige reprimir sin contemplaciones al delito, sí, pero también seguir la ruta del dinero, entrar a las oficinas alfombradas, perseguir a quienes lavan y financian el negocio. Seguridad para la gente, controles para el poder. Ni impunidad para el crimen ni cheques en blanco al Estado.

Sé que llegará la hora de la autocrítica y de los balances. Habrá que revisar errores, decisiones, diagnósticos. Pero ese tiempo no es hoy. Hoy toca explicar por qué vale la pena dar esta pelea. No se trata de regalar falsas ilusiones: la elección es difícil, la correlación de fuerzas es adversa. Justamente por eso pelearla tiene sentido. Cuando todo es fácil, la política es administración; cuando se pone cuesta arriba, se convierte en carácter.

A Jeannette quiero decirle una cosa sencilla: gracias. Sin tu candidatura, el resultado habría sido irremontable; contigo, la segunda vuelta es una disputa real. Te has ganado en la cancha el derecho a representar al mundo progresista en su conjunto y a enfrentar de igual a igual la amenaza ultraderechista.

Por mi parte, no estoy dispuesto a retroceder sin luchar. No hace falta gritar ni fingir euforia. Se trata de sostener la línea con serenidad, como los espartanos en las Termópilas: pocos, rodeados, perfectamente conscientes del peligro, pero sin dar un paso atrás. Ese es el alegato: no rendir la democracia en la antesala, no bajar la cabeza antes de votar, no ceder la esperanza a los profesionales del miedo. La segunda vuelta está abierta. Entremos en ella con la verdad por delante y la dignidad intacta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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