Publicidad
Las personas soberanas Opinión

Las personas soberanas

Publicidad
Marta Lagos
Por : Marta Lagos Encuestadora, directora de Latinobarómetro y de MORI Chile.
Ver Más

La desconfianza en las instituciones, que venimos midiendo a la baja desde 1996 —hace ya casi 30 años—, no ha sido abordada. La política vive con este juicio lapidario de desconfianza en las instituciones básicas de la democracia como si no fuera esencial recuperarla


Chile vive la crisis política más grande de su historia con una democracia de masas, con voto obligatorio y sufragio universal. El votante es soberano y toma sus decisiones en las elecciones castigando al sistema político con el único instrumento que tiene: el voto.

Llevamos cinco elecciones con voto obligatorio donde la participación electoral es en torno a los 83/85 puntos porcentuales, que corresponden a cerca de 13 millones de habitantes. En las cinco elecciones, el votante no ha hecho lo esperado.

La democracia se fortalece con estos 13 millones de chilenos que votaron. Tomaron sus decisiones no dándole a nadie el poder total en el Parlamento y castigando a los dos candidatos que vienen del establishment. Votaron mayoritariamente por candidatos “fuera de la caja”, una alternancia distinta a las anteriores. Boric también estaba “afuera de la caja” cuando fue elegido. Las alternancias fortalecen la democracia. Esta vez parece que lo harán de nuevo. Tendremos alternancia, pero sin mayorías parlamentarias y con un sistema de partidos fragmentado.

La fragmentación del sistema de partidos es la peor de las pandemias de la política. No es verdad que los 17 partidos que estarán representados en el próximo Parlamento tienen 17 visiones de futuro sobre el país. Los personalismos y los egos muchas veces parecen ser más importantes que el bien común, a ojos de la población. Hay partidos que existen porque tienen un candidato presidencial más que un proyecto de país diferente.

La corrupción galopante que hemos visto los chilenos en las pantallas y páginas de nuestros diarios afecta a más de 600 causas a nivel municipal, y a un sinnúmero en todos los ámbitos de la vida nacional. Los chilenos también cometen fraude masivo contra el Estado con las licencias médicas. La relación entre el Estado y los privados se ha vuelto turbia, llena de causas de corrupción. Muy por debajo del nivel de corrupción de otros países de América Latina, pero muy por encima de la imagen que nos gusta tener como país. Esos son hechos irrefutables.

La penetración del crimen organizado y el narcotráfico como fuente principal de violencia es otro de los elementos que definen lo que vivimos hoy. No solo la desproporcionada cobertura de matinales y noticiarios de la televisión abierta —que da la sensación de vivir entre balas—, sino también el discurso instrumental que usan directivos y voceros de la política para conseguir adhesión. El crimen y el narco han llegado para quedarse. Ningún país de la región ha logrado deshacerse de ellos. Bukele solo rasguña la superficie al tomar preso a miles de sus miembros sin debido proceso, pasando por encima de la Constitución. Es sabido que el crimen organizado se ha acercado al poder político para poder seguir funcionando en muchos países de la región. La ingenuidad de creer que es posible ganarle la batalla a estas amenazas sacando militares a la calle u otras medidas de ese tipo asusta. El desarrollo y el desmantelamiento de las desigualdades es el único camino. Cuando la gente tenga la oportunidad de un mejor futuro que el que ofrece el narco y el crimen, existirá la posibilidad de combatirlo para ganar.

El desencanto con la política, el desplome de la autoridad del Estado, el desplome de la autoridad de los líderes políticos y la debilidad del Estado que no se ve capaz de imponer la ley. Solo el no poder controlar las licencias médicas o el pago del boleto del bus en la capital desacredita el Estado de Derecho.

El sistema de justicia chileno deja mucho que desear; no cabe duda de que tampoco es capaz de transmitir la imagen de que está controlando y cumpliendo la misión de implantar justicia. Los poderes fácticos que defienden a las personas acusadas de lo que sea dan la sensación de una justicia distinta según de quién se trate. La corrupción también ha penetrado el sistema de justicia.

La desconfianza en las instituciones, que venimos midiendo a la baja desde 1996 —hace ya casi 30 años—, no ha sido abordada. La política vive con este juicio lapidario de desconfianza en las instituciones básicas de la democracia como si no fuera esencial recuperarla. La desconfianza es consecuencia de todo lo anterior.

Escuchar la campaña presidencial no abordar la mayor parte de lo aquí expuesto y concentrarse en una lista de supermercado de políticas públicas que los chilenos saben que no harán diferencia para llegar al desarrollo es un insulto a la inteligencia del elector. El elector no le interesa la política (70%), no dice lo que piensa de la política (80%) y está desencantado de ella. Esta es la elección presidencial donde el 60% de los electores declaró que no le gustaba ninguno de los candidatos. Quizá aquella en que una gran cantidad votó por alguien a regañadientes, por ser el menos malo pero no el mejor.

Ese es el Chile que votó. Y hoy le echan la culpa a un candidato que logra recoger el voto de casi 2 de cada 10 chilenos, el voto más lejano del establishment, y logra 14 diputados. ¿En serio le echan la culpa al votante “no informado”? ¿No informado de qué? ¿Qué más necesita saber el votante que lo aquí expuesto? ¿De verdad creen que la campaña “informa”? La campaña presidencial “desinforma”: trata de eliminar ciertas verdades para que los electores se queden con un pedazo de la verdad que le conviene al que habla. Y lo contrario hace el otro. No se dan cuenta de que están hundiendo la política aún más, porque le dan la razón a ese votante “desinformado”, según tantos autócratas que se dan el lujo de insultarlos como ignorantes (porque tienen tribuna). Le dan la razón en confirmar que lo que importa no son las mayorías, sino ellos. El 70% del país cree que todos los últimos gobiernos han gobernado para el beneficio de unos pocos, incluidos los dos gobiernos de Bachelet y Piñera.

Chile necesita una campaña presidencial que se dirija a la persona del chileno, a ese que está más informado que nadie por lo que vive, más que por lo que ve. No necesita que un candidato le venga a decir que arreglará todo, porque ya tiene ocho elecciones donde se ha podido dar cuenta de que eso es mentira. El votante chileno necesita que lo comprendan, que lo acompañen en sus problemas, que muestren que trabajarán para la mayoría, que no quedará nadie atrás, que el desarrollo se construye con todos y solo es posible con la igualdad ante la ley (asunto que todos saben que no existe), que el Estado tiene que lograr imponer la ley a todos por igual (asunto que no sabe hacer por el momento y que nunca lo ha logrado plenamente).

La persona del votante chileno, el que más sabe sobre Chile y sus circunstancias, debe estar mirando esta campaña —donde se los ningunea como ignorantes— con pena, porque es evidencia de que la política chilena, a pesar de la profunda crisis en que se encuentra, aún no se pega la palmada en la frente para empezar a recuperarse.

A la Bolsa de Santiago le puede interesar que las encuestas solo digan quiénes pasan a segunda vuelta, pero lo cierto es que las encuestas no han sido capaces de reflejar lo que aquí se enumera y lo que implica en el voto de los chilenos. El solo resultado del Parlamento queda como evidencia: 17 partidos. El resultado presidencial, con una derrota de las dos coaliciones que han gobernado Chile durante 30 años… parece que aún se necesita más evidencia.

Como dice mi maestro Emile Durkheim, las sociedades se demoran mucho tiempo en reconocer lo que ya sucedió. En Chile comienza en la pospandemia, no solo un paradigma, sino también una nueva época política con esta elección. En ella, los votantes agnósticos y sin ideología, que no se ubican en la escala izquierda-derecha, están creciendo y son los que tumban las elecciones. Al mismo tiempo, candidatos intentan posicionarse fuera de la caja para ver si obtienen el poder.

La demanda de mano dura, al final del día, no es otra cosa que la exigencia de un Estado de Derecho que no sea burlado y de una autoridad que tenga legitimidad. Detrás está la demanda de democracia de más del 65% de la población, que quiere derechos y un mundo más horizontal; está consciente del nuevo paradigma que tanto asusta, donde existe la pobreza de África, la amenaza que algunos ven en las religiones, la inmigración, el cambio climático y la pérdida de poder de los Estados nacionales. La extrema derecha es solo una consecuencia de que las viejas ideologías no han sabido entregar respuestas coherentes a todo eso. Hay espacio para la extrema derecha; por eso existe. No tiene competencia.

Con todo, entregar una visión de país que integre todos estos elementos es lo que no tenemos en esta elección presidencial, donde, por cierto, tanto la izquierda como la derecha, aplastadas por los monstruos de Gramsci, aún creen que no ha sucedido o que es imposible no verlo.

José Antonio Kast será, con alta probabilidad, el próximo Presidente de Chile, en un país donde al votante no se le pueden vender “pomadas”. Nadie sabe más del país que la persona soberana, el elector chileno, que seguirá tumbando elecciones hasta que nos demos cuenta de lo que nos ha pasado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad