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COP30 y adaptación al cambio climático: cuando la ciencia pone a las personas en el centro Opinión

COP30 y adaptación al cambio climático: cuando la ciencia pone a las personas en el centro

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Pilar Moraga
Por : Pilar Moraga directora del CR2, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.
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Cuando la ciencia ingresa a este proceso, no lo hace solo con datos y gráficos. Aporta legitimidad, rigor y, sobre todo, confianza.


En el debate público sobre cambio climático, la adaptación suele presentarse como un asunto técnico, reservado a ministerios, expertos y documentos estratégicos extensos que pocas personas leen y aún menos comprenden. Se habla de planes, de hojas de ruta, de indicadores, pero rara vez se discute con la profundidad necesaria una pregunta fundamental: ¿estamos adaptándonos realmente para mejorar la vida de las personas o simplemente para cumplir metas en el papel?

La realidad es incómoda, pero evidente: la capacidad de un país para adaptarse al cambio climático no puede depender solo del Estado. En vastos territorios —especialmente en contextos de alta vulnerabilidad— el aparato público simplemente no alcanza. Los recursos son escasos, las capacidades institucionales limitadas y la velocidad del cambio climático supera con creces la capacidad de respuesta de las políticas tradicionales.

Sin embargo, durante la reciente COP30 sobre cambio climático en Brasil, se hizo patente que la acción persiste. Y muchas veces, florece lejos del centro del poder.

Son las comunidades, los municipios, las cooperativas, las organizaciones sociales y las pequeñas empresas quienes sostienen la adaptación en la práctica. Son ellos quienes improvisan soluciones, reconstruyen después de desastres, protegen fuentes de agua, adaptan sus sistemas productivos y resisten día a día los impactos del clima extremo. Pero este esfuerzo enfrenta un riesgo creciente: si no se mide, no existe; y si no existe, puede ser fácilmente instrumentalizado, ignorado o, peor aún, maquillado bajo discursos de greenwashing.

Hoy el verdadero desafío no es sumar más proyectos de adaptación, sino distinguir cuáles generan cambios reales en la calidad de vida de las personas. No se trata de contar acciones, sino de evaluar impactos. No basta con declarar resiliencia: hay que demostrarla.

El Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2 representa precisamente esa intersección necesaria entre conocimiento y acción pública. Como espacio interdisciplinario independiente, reúne a especialistas de las ciencias naturales y sociales para responder una pregunta crucial: cómo traducir evidencia científica en decisiones que protejan a las personas. Que el 45% de la representación chilena ante el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) provenga del CR2 no es un dato anecdótico, sino una señal inequívoca de liderazgo científico con impacto global. Chile no solo observa el cambio climático: influye activamente en las formas en que el mundo decide enfrentarlo.

Desde el rol del CR2 como Secretaría Técnica de Race to Resilience, campaña de los Climate High-Level Champions de Naciones Unidas se ha impulsado un marco de métricas que redefine el sentido de la adaptación. No se trata de medir cuántos proyectos se ejecutan, sino de responder preguntas incómodas pero necesarias, como si ha mejorado la seguridad hídrica de las comunidades, si se ha fortalecido su resiliencia económica o si han disminuido las brechas de género frente al riesgo climático.

Estas métricas no son un lujo metodológico. Son una herramienta de justicia. Permiten visibilizar a quienes históricamente han sido excluidos de las decisiones, y exigen que la adaptación deje de ser un concepto abstracto para convertirse en un derecho tangible. Por ello, representaron un insumo clave para la discusión sobre la adaptación al cambio climático en la COP30.

Cuando la ciencia ingresa a este proceso, no lo hace solo con datos y gráficos. Aporta legitimidad, rigor y, sobre todo, confianza. Confianza entre comunidades y autoridades, entre saberes locales y conocimiento global, entre quienes viven el impacto y quienes diseñan las políticas.

Durante décadas hemos medido el clima: la temperatura, las emisiones, las precipitaciones. Pero hemos dejado en segundo plano lo esencial: cómo estos cambios afectan la vida cotidiana de las personas, su bienestar, su seguridad y su dignidad.

Ahí radica la revolución silenciosa que la ciencia puede ofrecer hoy: convertir los datos en comprensión, y la comprensión en decisiones con sentido humano. Porque adaptarse no es solo resistir el cambio climático. Adaptarse es aprender, juntos, a transformar un modelo que ya no es sostenible, y hacerlo poniendo la vida en el centro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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