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Felipe Cubillos: cómo el mar lo inspiró para emprender, ayudar y vivir con lo imprescindible

De los 21 pasajeros que cayeron al mar en Juan Fernández, uno encontró la muerte en el lugar que él más quería: Felipe Cubillos. Toda su vida giró en torno al mar: sus negocios fallidos y exitosos; su primera ayuda después del terremoto; la fundación que, al regresar de su vuelta al mundo, quiso crear para que los jóvenes aprendiesen los beneficios de la navegación. El mar le enseñó a vivir con lo justo. “Si yo tuviera más plata, ¿qué haría? Mi casa tiene 120 metros y me sobran varios”.


El mar lo inspiraba. Mientras daba la vuelta al mundo en su yate “Desafío Cabo de Hornos” pensó cómo hacer para que más chilenos viviesen esa experiencia tan maravillosa. Imaginó una fundación sin fines de lucro para que jóvenes de menores recursos recorrieran la zona del Beagle durante una semana.

Planeaba comprar un barco a vela de principios de 1900. “La vida a bordo te enseña disciplina, temple, a trabajar en equipo, a manejar frustraciones y a no rendirte nunca. Aunque al mar nunca le ganas; te deja pasar”. No le alcanzó el tiempo.

Felipe Cubillos, abogado de 48 años, padre de cuatro hijos, que ejerció la profesión corto tiempo para transformarse en un emprendedor empresarial y social, encontró la muerte en el lugar que más quería: el mar.

Decir que fue un empresario sería un error. No iba desesperadamente detrás de los números y no pensaba que “al ojo del amo engorda el ganado”. Él contaba que se imaginaba y armaba un negocio, pero después lo soltaba, porque creía que había gente mejor que él para administrarlo.

Su primera incursión fue una lancha pesquera. Le fue pésimo y perdió la casa que había construido en Puerto Montt. “Como viene se va; esa es la parte emocionante de los emprendedores: ninguno tiene comprado la rueda de la fortuna”. De esa experiencia entendió que no sabía nada de negocios y se inscribió en un diplomado en administración en la Universidad Adolfo Ibáñez.

El mar fue una y otra vez fuente de inspiración para sus emprendimientos: la Marina del Sur, donde guardan sus grandes yates los navegantes que recorren el sur de Chile; y la Naviera del Navegante que transporta salmones y smolts y que partió en plena crisis del virus ISA. “Nunca me ha tocado fundar una empresa a la que le haya sido fácil la vida. Y eso más que desmotivarme me apasiona”.

La excepción fue el sitio negocia.com, uno de los pocos en Chile que sobrevivió a la burbuja punto.com y que sigue manejando su amigo y navegante Marcos Fuentes.

“Te preparan para aspirar a aquello que no necesitas”

El martes posterior al terremoto y tsunami ya estaba en Iloca emprendiendo la obra más trascendente de su vida: Desafío Levantemos Chile que sumó a grandes empresas, arquitectos, ingenieros, abogados y a quienes quisieran aportar. Cuatro de ellos lo acompañaban en aquel último viaje a Juan Fernández a inaugurar pequeños comercios para que sus habitantes pudiesen emprender.

[cita]De los 21 pasajeros que cayeron al mar en Juan Fernández, uno encontró la muerte en el lugar que él más quería: Felipe Cubillos. Toda su vida giró en torno al mar: sus negocios fallidos y exitosos; su primera ayuda después del terremoto; la fundación que, al regresar de su vuelta al mundo, quiso crear para que los jóvenes aprendiesen los beneficios de la navegación. El mar le enseñó a vivir con lo justo. “Si yo tuviera más plata, ¿qué haría? Mi casa tiene 120 metros y me sobran varios”.[/cita]

Cuando llegó a la caleta la primera idea fue construir un hotel modular. Los habitantes dijeron que no y Cubillos y su incipiente equipo entendieron que los expertos deben callar para escuchar lo que la gente necesita. “El hotel podía estar listo en 15 días, pero nos dijeron que no lo iban a usar, porque preferían cuidar lo poco que les había quedado de sus casas. Nos pidieron un colegio”.

Se involucró tanto que nunca se sabía dónde estaba. La impaciencia por la tardanza en ver a familias con sus casas definitivas, lo llevó a criticar al gobierno por entramparse en sanear títulos de propiedad en lugar de acreditar su condición de damnificados para obtener un subsidio.

Poco apegado a lo material, se preguntaba “si tuviera más plata ¿qué haría? Yo tengo mi casa de 120 metros cuadrados y me sobran varios”. Algo que el mar le enseñó. Embarcarse en un yate a vela y pasar 146 días navegando con un compañero de ruta que duerme mientras el otro está al mando, es vivir al límite, con lo imprescindible. En algún minuto de la travesía contaron con cuatro litros de agua para dos semanas. Así lo recordaba: “En el mar percibes que necesitas muy poco. En su libro Barack Obama conversa con un poeta que le dice te preparan para aspirar aquello que no necesitas”. Otra de las enseñanzas fue que, a veces, es bueno dejar pasar las oportunidades, “no hay que tomarlas todas, pero nuestro ego nos traiciona”.

En su año como decano de Economía de la Diego Portales, a donde llegó para promover el emprendimiento, dejó huella: creó la Fundación Imagina, uno de sus proyectos más queridos, para que los alumnos de cuarto año de la carrera apoyaran con conocimientos a microemprendedores. Éxito total: la mitad de la generación se inscribió en el programa, pero quedó stand-by cuando dejó el decanato.

Lo retomó años después en la Universidad del Desarrollo y pudo ver a varias generaciones de microempresarios recibiendo su diploma. “Me atrae que la gente pueda cumplir su sueño de surgir y que los alumnos que han tenido las mismas oportunidades que yo dediquen, al menos, un semestre a convivir con el Chile real. Esos van a ser los futuros líderes y ejecutivos de este país y esta experiencia es mucho más de lo que van a aprender en un ramo de la universidad”.

Felipe supo navegar con la pericia del que distingue lo relevante de lo que no lo es. Y murió haciendo lo que más quería: ayudar.

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