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Peña: Iglesia más preocupada de lo que dice Berríos de lo que hace O’Reilly Argumenta que la ortodoxia es fundamental en el catolicismo

Peña: Iglesia más preocupada de lo que dice Berríos de lo que hace O’Reilly

«Su actitud muestra uno de los fenómenos que parece estar experimentando la religiosidad en Chile, producto, sin duda, de la modernización capitalista: la protestantización, es decir, la idea de que la religión es electiva, un fruto de la voluntad, una actividad para reflexionar acerca del sentido de lo humano y no, como afirma la Iglesia Católica (y quien no le crea ¡que se cambie!), un misterio que nos acerca a la verdad», expone el rector de la UDP.


«La Iglesia Católica parece más preocupada de la herejía que del pecado: más alerta ante las opiniones de Berríos que ante los actos de O’Reilly», señala el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, al referirse a los últimos hechos en los que se ha visto involucrada la Iglesia católica durante la semana.

En su habitual columna en el diario El Mercurio, Peña explica que una de las cosas que más sorprendieron en el último tiempo no fue la condena del sacerdote John O’Reilly, ya que «este tipo de cosas ya no sorprenden (salvo, es de esperar, a las familias que acogen a curas como él».

Agrega que lo sorprendente fue la molestia de muchos católicos por lo hecho por el Nuncio Apostólico Ivo Scápolo de solicitar antecedentes al cardenal Ricardo Ezzati sobre las opiniones de Felipe Berríos, José Aldunate y Mariano Puga.

Peña sostiene que esa solicitud fue vista como «un intento de perseguir o acallar a esos curas y a su voz pretendidamente profética. Hubo quien incluso, apresurándose a las decisiones del Vaticano, los proclamó santos (a cuyos talones, es de suponer, el Nuncio y todos quienes auscultaban sus opiniones, apenas lograrían empinarse)».

El académico explica que tales reacciones muestran una incomprensión de la naturaleza de la Iglesia Católica, ya que «de todas las religiones, la única que reclama para sí un carácter estricta y rigurosamente temporal, el más temporal de todo: el de un Estado».

«Por eso la Iglesia tiene, desde antiguo, un derecho propio, el derecho canónico (que suele esgrimir para asegurar la autonomía frente al Estado Secular). La existencia de ese derecho es una muestra elocuente de la índole, si no única, predominante de la Iglesia: la de regular con afanes de obligatoriedad a quienes dicen adherir a ella. Se suma a ello que la Iglesia cuenta con una doctrina y un aparato para custodiarla: la Congregación para la Doctrina de la Fe. La Iglesia posee una cierta ortodoxia, un puñado de puntos de vista acerca de la condición humana que juzga irredargüiblemente verdaderos y que un católico no puede discutir. En fin, la Iglesia se concibe a sí misma como la depositaria de una verdad que habría recibido, a la vez, por revelación y por tradición», menciona.

En tal sentido, expone que la iglesia tiene una doble naturaleza, ya que es una organización jerárquica con derecho y ortodoxia propia y al mismo tiempo «el pueblo de Dios», «pero esta última expresión, lo saben bien los teólogos, no tiene un sentido sociológico, no es el ‘pueblo’ en el sentido democrático, ni la comunidad de las sociedades tradicionales (lo que la sociología clásica llama Gemeinschaft)».

Por tanto, sostiene que la Iglesia no es una asamblea de librepensadores, ni una sociedad de debates ni un seminario de libre discusión acerca de los asuntos públicos, tampoco una suma de líderes carismáticos o una organización de ayuda social, ni una organización no gubernamental encargada de proveer de ayuda espiritual a los desorientados de este mundo.

«¿Por qué se extrañan de que El Vaticano investigue con esmero si acaso las opiniones de sus miembros están o no de acuerdo con la ortodoxia? Pero ¿qué esperaban? ¿Aplausos para quienes piensan distinto? La Iglesia Católica incurriría en una grave contradicción performativa si proclamara que es maestra de verdad y de moral, y, al mismo tiempo, permitiera que algunos de sus miembros la pusieran en duda. Una Iglesia cuyos miembros pudieran dudar de las orientaciones que ella formula en materia de aborto o matrimonio homosexual, no podría intentar influir el espacio público. Si la Iglesia fuera un jardín de dudas, un ámbito en el que las interrogantes de lo humano pudieran florecer sin ninguna restricción, simplemente dejaría de ser lo que es. ¿A qué título podría la Iglesia reclamar una posición de privilegio para dirigir los asuntos humanos como, v.gr., la sexualidad, si en vez de atesorar la verdad cultivara el debate y las dudas? ¿Cómo podría pretender ser norma de la sociedad si consintiera que algunos curas pensaran que, en vez de eso, debe seguir lo que de hecho ocurre?», señala.

El rector de la UDP también argumenta que existe un malentendido cuando tales católicos se rebelan porque el Nuncio inquiere sobre las opiniones de los sacerdotes, puesto que «su actitud muestra uno de los fenómenos que parece estar experimentando la religiosidad en Chile, producto, sin duda, de la modernización capitalista: la protestantización, es decir, la idea de que la religión es electiva, un fruto de la voluntad, una actividad para reflexionar acerca del sentido de lo humano y no, como afirma la Iglesia Católica (y quien no le crea ¡que se cambie!), un misterio que nos acerca a la verdad».

Finalmente, el académico afirma que «la ortodoxia es fundamental en la Iglesia Católica y que por eso es lo más natural del mundo que custodie las opiniones, explica por qué, como observó Max Weber, ella ‘castiga al hereje, pero es indulgente con el pecador’».

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