
«Santiago»: el libro que narra las vivencias de los refugiados políticos de la dictadura en la Embajada de Italia
El texto se lanza este lunes 3 de noviembre, para la conmemoración de los 40 años del asesinato de Lumi Videla Moya, la joven estudiante de 26 años, asesinada en una sesión de tortura. Sus restos fueron más tarde lanzados a las dependencias de la embajada.
Este lunes 3 de noviembre, en la Embajada de Italia en Chile se realizará un homenaje en conmemoración a los 40 años del asesinato de Lumi Videla Moya, la joven estudiante de 26 años asesinada en 1974 por asfixia, en una sesión de tortura en el centro de exterminio de José Domingo Cañas, el llamado Cuartel Ollagüe. Sus restos, posteriormente, fueron lanzados al patio del recinto diplomático en un intento por desviar sospechas.
Videla era estudiante de filosofía y sociología de la Universidad de Chile, y militante del MIR. En el momento de su muerte, la DINA llevaba a cabo una intensa cacería para dar con el paradero del Secretario General del MIR, Miguel Enríquez. Tras su detención, el 21 de septiembre de 1974, fue detenido al día siguiente su pareja, Sergio Pérez Molina, quien hoy forma parte de la lista de los detenidos desaparecidos.
Lumi fue madre a los 22 años. Pudo compartir con su hijo Dagoberto hasta los tres años, cuando se produjo el golpe de Estado de 1973. El estará entre quienes la recuerden este lunes 03 de noviembre en el lugar desde donde fue lanzada al interior de la Embajada de Italia.
Para recordar ese crimen y la macabra operación de la DINA, las organizaciones derechos humanos rendirán homenaje a Lumi Videla a 40 años de su asesinato, en una actividad de reparación simbólica y memoria en la sede ubicada en calle Román Díaz con Elena Blanco. Al interior de la sede diplomática se inaugurará «EL Olivar de la Memoria» y una escultura natural.
Testimonios en la embajada
Cuando los agentes de la DINA lanzaron el cuerpo sin vida de la joven a las dependencias de la Embajada de Italia, unas 250 personas se encontraban refugiadas en su interior. Hacía un tiempo ya que hasta ese lugar habían llegado chilenos y extranjeros, perseguidos políticos en busca de un lugar donde ampararse. El cientista político italiano, Piero de Massi, estaba en aquel entonces entre quienes llevaban las gestiones en la embajada. Le tocó no sólo tomar la decisión de abrir las puertas a los refugiados, pese a los riesgos que aquello implicaba, sino también comprar colchones, preparar habitaciones y estructurar los turnos para cocinar los cientos de platos de comida.
Estas experiencias han sido recogidas en su libro Santiago, 1 de febrero de 1973 – 27 de enero de 1974, el cual será lanzado el día lunes 3 de noviembre, en el Centro Cultural GAM, en el marco de la conmemoración de la muerte de Lumi Videla. La presentación estará a cargo de la ministra de Cultura, Claudia Barattini, y el subsecretario de RR.EE., Mario Giro, entre otros.
El libro describe, entre otros aspectos de la dictadura y cómo se manejaron las relaciones diplomáticas con otros países en ese contexto, cuál fue el hito que hizo cambiar de opinión a De Massi y abrir las puertas de la embajada a los refugiados. El texto reza: «Saliendo junto a Roberto, dado que habíamos acordado que me quedaría a dormir en su casa para no quedarme solo por la noche, notamos justo a la entrada de la Cancillería personas que al vernos se acercaron a nosotros. Eran un hombre, una mujer y unos niños que se apretaban contra la mujer. Eran bajos y más bien gruesos, parecían redondos. Llevaban ponchos en aquella tarde de fin de invierno aún fría. Nos pidieron entrar en la embajada, dijeron que estaban en peligro. Les preguntamos de donde eran, dijeron que uruguayos. Me acordaba que aquello que Piola nos había dicho por la mañana a propósito de la persecución a los extranjeros a la que se dedicaban los militares chilenos. Y los uruguayos estaban en la misma situación que los brasileños, dada la dictadura despiadada instaurada en su país por Juan María Bordaberry. Pero en aquella situación no podíamos ceder al principio de que la embajada se ocupaba de los italianos. Dijimos a aquellos pobrecillos que no se podía, ellos insistían, veíamos el terror en sus ojos, la mujer en lágrimas, los niños asustados. Pero teníamos que mantenernos firmes y tajantes, aunque se me revolviera el estómago. Camino de casa no comentamos aquella escena. Pero dentro de mí tomé una decisión categórica: no me negaría más a ayudar a alguien que me lo pidiera».
Más adelante, los funcionarios tendrían que aprender a administrar el refugio. «Con Roberto habíamos decidido que los asilados permanecerían en la planta baja donde se encontraban los locales de la representación, la cocina y otros espacios de servicio. Cuando la cantidad de huéspedes comenzó a aumentar tuvimos que comprar un cierto número de colchones para colocar en el suelo, así como mantas. Era un gasto totalmente atípico que ni siquiera intentamos buscar el modo de incluirlo entre los gastos de la embajada. Por ello pagué esas compras con mi dinero. También los gastos de alimentos para dar de comer a estos huéspedes corrieron de mi cuenta en los primeros tiempos», cuenta el libro.
En otro extracto, explica cómo hacían para ingresar a la dependencia los refugiados. «Las entradas escalando el muro continuaron incluso después de que la embajada fuese puesta bajo vigilancia de los militares. El control consistía en uno o dos soldados situados en la reja principal, con un cabo jefe del puesto, y un soldado armado en cada esquina. Aquellos que tenían la intención de saltar, caminaban lentamente, como si se pasearan, hasta la mitad del muro. Allí, alguna mano providencial había procedido a sacar unos cuantos ladrillos de manera que se creara una escalera para permitir un ascenso y un salto muy rápidos. Los soldados por descuido o por solidaridad no intervenían y el saltador iba a engrosar el número de los asilados».