La Nueva Mayoría ha encontrado un “maestro” que posee las credenciales para llevar a cabo las “terminaciones” de una obra gruesa que a la postre ha resultado ser esencialmente restauradora. Ciertamente, la complejidad que asumen los procesos de politización en un escenario de abierta descomposición, rebasa la capacidad que ostenta un simple cambio ministerial en la morigeración de una crisis política que –como todo parece indicar– se apresta a recibir los embates de un eventual auge movilizatorio.
En los próximos días, la renuncia de Jorge Burgos como ministro del Interior copará los medios de opinión pública. Portadas, editoriales y columnas pondrán en juego los más variados análisis y perspectivas en torno a las implicancias del cambio ministerial. No obstante aquello, en no más de 24 horas, la irrupción informativa ha encontrado sitios comunes para enfrentar las preguntas de rigor.
La primera y más obvia de todas: ¿cuáles fueron las motivaciones que precipitaron la renuncia de Burgos? La respuesta no merece mayores dificultades: la larga cadena de impasses que enfrentó al otrora jefe del comité político con la Presidenta Michelle Bachelet. Ya bastante tinta se ha derramado al respecto.
La segunda pregunta, común a todo cambio ministerial: ¿cuál es el perfil político del ministro entrante? En este caso, la respuesta abraza nuevos antecedentes, lo cual permite aventurar algunas hipótesis de lectura respecto al escenario sociopolítico actual. En efecto, los antecedentes recabados por la prensa admiten establecer que el perfil político de Mario Fernández es plenamente compatible con la naturaleza fáctica de la Nueva Mayoría y el estado actual de la correlación de fuerzas que habita en su interior.
Por un lado, estamos ante un ministro que representa la más pura facticidad negociadora de la Concertación (ex ministro de Defensa, Segpres y ex miembro del Tribunal Constitucional), revestida de un conservadurismo valórico recalcitrante que –no obstante– es capaz de cuadrarse con las iniciativas legislativas impulsadas por el Gobierno en materia “valórica”. Por lo visto, iniciativas que pueden ser incompatibles con su credo, más no con el cargo que desde el miércoles ostenta.
Por otro lado, nos encontramos ante una figura que también ofrece características que lo ponen en sintonía con el ala izquierda del pacto gobernante. Los pronunciamientos del ex embajador de Chile en Uruguay a favor de la Asamblea Constituyente permite alimentar las quimeras del alicaído bacheletismo, sobre todo, si aquella opción se asocia con sus “raíces socialcristianas”, raíces que supuestamente lo alejan de perspectivas económicas de orden neoliberal.
Seguramente, estas menciones serán irrelevantes dentro de las variantes ofrecidas por el proceso constituyente de carácter restringido elaborado por el Gobierno, así como, también, dentro de las líneas directrices emanadas desde Hacienda (donde la voz del ministro de la cartera se impone sin contrapesos dentro del comité político).
[cita tipo=»destaque»]El perfil del nuevo ministro de Interior, es el fiel reflejo de la correlación de fuerzas que habita al interior de la Nueva Mayoría, situación en la que se impone la avasalladora hegemonía conservadora conducida por la Democracia Cristiana en desmedro de un progresismo nuovomayorista incapaz de revertir esta tendencia. Así las cosas: ¿no es entonces Mario Fernández una carta idónea para otorgar continuidad a la performance restauradora? Nada más cierto.[/cita]
Bajo estas consideraciones, es dado sostener que el perfil del nuevo ministro de Interior, es el fiel reflejo de la correlación de fuerzas que habita al interior de la Nueva Mayoría, situación en la que se impone la avasalladora hegemonía conservadora conducida por la Democracia Cristiana en desmedro de un progresismo nuovomayorista incapaz de revertir esta tendencia. Así las cosas: ¿no es entonces Mario Fernández una carta idónea para otorgar continuidad a la performance restauradora? Nada más cierto.
Con este cambio de piezas en el tablero político, la Nueva Mayoría ha encontrado un “maestro” que posee las credenciales para llevar a cabo las “terminaciones” de una obra gruesa que a la postre ha resultado ser esencialmente restauradora. Ciertamente, la complejidad que asumen los procesos de politización en un escenario de abierta descomposición, rebasa la capacidad que ostenta un simple cambio ministerial en la morigeración de una crisis política que –como todo parece indicar– se apresta a recibir los embates de un eventual auge movilizatorio.