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La confesión de Carla: carne fresca para una jauría hambrienta Crónica de una conferencia de prensa

La confesión de Carla: carne fresca para una jauría hambrienta

Alejandra Carmona López
Por : Alejandra Carmona López Co-autora del libro “El negocio del agua. Cómo Chile se convirtió en tierra seca”. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Así como los periodistas aprendimos de fútbol, de economía o de política, vamos a tener que aprender sobre este tipo de temas. Vamos a tener que aprender a tratar los temas de género y violencia con el mismo ímpetu con que nos preparamos para descifrar una encuesta sobre crecimiento económico por ramas. Vamos a tener que aprender incluso que el periodismo siempre necesita de una herramienta tan básica como el sentido común. Que es imposible interpelar a un hombre si le hablamos a una mujer trans; de la misma forma en que es imposible hablar de “matar por celos” cuando estamos frente a un femicidio.


Apenas llegó a la pequeña sala, los flashes llovieron sobre Carla González Aranda (19), vestida de negro, nerviosa, flanqueada por el vocero del Movilh, Rolando Jiménez, enfrentando por primera vez a una especie de jauría hambrienta.

Después de una breve presentación sobre qué hacía ella ahí, comenzó el descalabro.

Antes de todo esto, antes de que ella cruzara la puerta del segundo piso del Movilh, en el centro de Santiago, para hablar ante los periodistas, uno de los miedos de quienes han trabajado en materias legales vinculadas a la no discriminación de las personas trans en Chile, era que un proceso personal se transformara en un show, en un ataque a Marcela Aranda –vocera del “bus de la libertad”–, en un espectáculo morboso respecto a la relación de la joven y su madre, un espacio íntimo al que resulta hasta violento acceder en una conferencia de prensa donde gana quien grita más fuerte: “Carla, para el matinal…”.

Y todos esos miedos no fueron más que una certeza.

“Hay mucha gente que se pregunta cómo fue tu vida con tu mamá”, lanzó una periodista. Y Carla respondió una frase incómoda sobre un tema en el que no quería ahondar.

¿Por qué estaba ella ahí? ¿Por qué voluntariamente se expuso a un show que anticipadamente se sabía que tendría más de morbo que de respeto por la dignidad? Tal vez para decirles a otros, que han experimentado lo mismo, que “sientan confianza en que no están solos, porque el proceso es súper complicado y difícil de llevar. Busquen apoyo, independiente de si es familia biológica, amigos o instituciones”, según ella misma explicó.

Pero no. Las preguntas fueron más insistentes, abiertamente irrespetuosas, como si de alguna manera al sentarse en esa silla Carla tuviera que abrir obligatoriamente las puertas de un tema familiar e íntimo que nadie sabe si ha procesado lo suficiente.

¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu mamá? ¿Tu decisión tiene que ver con el paso del «bus de la libertad»? ¿Qué sientes? La gente se pregunta… La gente en sus casas… La gente quiere saber… ¿La gente? Como si la gente fuera un espacio vacío, identificable, y los periodistas no pudiéramos hacer nada más que representarlos sin pensar, a costa de cualquier cosa. Sobre todo con la premura del “en vivo” como un verdugo.

[cita tipo=»destaque»]Ese aprendizaje no nos incluye solo a nosotros, a los periodistas. Se suma a la cadena inhumana que se genera en redes sociales, como si en ella no existieran personas sino robots insensibles y opiniones sin sangre. La confesión de Carla en la sede del Movilh también cuestiona a quienes se adelantaron y revelaron su identidad, a su madre que prefirió asimismo un comunicado para hablar del conflicto más íntimo que puede estar viviendo y, por supuesto, a quienes la acompañaron y apoyaron en contar algo tan grande como quién es, ante las preguntas de una jauría hambrienta.[/cita]

Incluso le preguntaron si en la familia la habían tratado de “sanar” y una periodista fue más allá: pese a que estaba de pie frente a Carla, una mujer, ella quería saber sobre su vida “cuando niño”. Ahí solo quedaba clara una sobredosis de lugares comunes y una falta de preparación enorme frente a temas de género. Si Carla hubiera reaccionado como Jorge González, lanzando los micrófonos por el aire, habría sido comprensible.

Porque la rapidez del periodismo se entiende. Trabajamos siempre contra muchas cosas: contra el tiempo, contra los equipos reducidos, contra una hoja en blanco o una nota sin “monos”. Trabajamos contra el sueldo, contra los codazos de los propios compañeros, contra los llamados de autoridades, contra la furia de quien no entiende que hacemos nuestro trabajo, pero a veces también contra quienes solo tienen ese par de micrófonos para contar una historia –que para nosotros son páginas, notas y cuñas, pero para ellos es la vida entera–.

Así como los periodistas aprendimos de fútbol, de economía o de política, vamos a tener que aprender sobre  este tipo de temas. Vamos a tener que aprender a tratar los temas de género y violencia con el mismo ímpetu que nos preparamos para descifrar un informe sobre crecimiento económico por ramas. Vamos a tener que aprender incluso que el periodismo siempre necesita de una herramienta tan básica como el sentido común. Que es imposible interpelar a un hombre si le hablamos a una mujer trans; de la misma forma en que es imposible hablar de “matar por celos” cuando estamos frente a un femicidio o llamar monga a una mujer.

Pero ese aprendizaje no nos incluye solo a nosotros, a los periodistas. Se suma a la cadena inhumana que se genera en redes sociales como si en ella no existieran personas sino robots insensibles y opiniones sin sangre.

Por supuesto, también al Movilh, que apoyó a Carla en el formato más impersonal para hablar de su vida.

Marcela Aranda habló de la “utilización mediática e inhumana que hace el Movilh como si un hijo fuera un producto o un arma con la que se puede destruir”.

Y aunque se trata de una instrumentalización que Carla negó, claramente sí fue una sobrexposición a la que voluntariamente se expuso.

Al final era ella, con 19 años, contando algo tan grande que no calculó en su dimensión y que, al final, no fue más que carne fresca ante las preguntas de una jauría hambrienta.

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