La subsecretaria de Educación logró sobrevivir los cuatro años de Gobierno. Una hazaña que no muchos en su cargo pueden mostrar. Y es que fue una tarea ardua, no solo porque debió dirigir casi una treintena de iniciativas ante el Congreso sino porque también tuvo que manejar resquemores y críticas por su falta de experiencia política, principalmente desde el seno de los partidos de la Nueva Mayoría. La “subse” sobrevivió a la jefatura de Eyzaguirre en el Mineduc y dio paso a un trabajo metódico junto a la ministra Delpiano, con quien consiguió acuerdos hasta con la oposición para sacar adelante uno de los principales pilares del Gobierno de Michelle Bachelet.
De una “mente más que brillante”, así describen a la subsecretaria de Educación, Valentina Quiroga, en los pasillos del Congreso. Lugar en donde se la ha visto cada semana, desde el 2014, tramitando una apretada agenda de más de 30 proyectos de ley en materia educacional, uno de los pilares del actual Gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet.
A todas luces ha sido la mujer ancla del Ministerio de Educación, logró sobrevivir los cuatro años de administración, cientos de negociaciones con parlamentarios y partidos políticos, resistir la presión del movimiento estudiantil, un histórico paro docente y, además, al cambio de ministro.
Es la matea del ministerio, la que tiene todos los datos, el detalle de cada proyecto y la respuesta a cada consulta respecto a educación. “Sin duda no podría haber salido ningún proyecto sin ella”, reconoce la diputada Cristina Girardi, de la Comisión de Educación de la Cámara, aunque asegura que tanto protagonismo en el ámbito legislativo dejó a un lado su potencial a nivel interno, el que es más propio de las subsecretarías.
Aunque no muchos lo saben, es ingeniera civil de la Universidad de Chile y tiene un magíster en Economía Aplicada, una formación un poco distante del mundo educacional, aunque su tesis del master está centrada en las posibles repercusiones del trabajo materno en la formación escolar de los hijos. Se metió de lleno en el mundo educacional en el año 2008, cuando junto a Mario Waissbluth, estudiantes de la PUC y la U. de Chile, levantó la fundación Educación 2020, con quienes hoy mantiene una buena pero “distante” relación. Allí se desempeñó como directora del área de política educativa, hasta que migró al Mineduc.
Trabajó en la construcción de las bases de la propuesta educacional del comando de Michelle Bachelet, no tiene militancia política y muchos la definen como una “bachelovers” o bacheletista. Llegó a dicha cartera luego de que Claudia Peirano (DC) no pudiera asumir el cargo, debido a la lluvia de críticas por su cercanía con el mundo de las ATEs.
[cita tipo=»destaque»]Esta obsesión por hacer bien el trabajo, por responder ante cada duda en las comisiones de Educación y tener una claridad panorámica y en detalle de cada uno de los más de 30 proyectos trabajados por el Mineduc, llevaban a que Quiroga pasara maratónicas jornadas de trabajo junto a su equipo. Las reuniones de presupuesto son especialmente recordadas, ya que terminaban pasadas las tres de la mañana. La subsecretaria podía llegar a estar hasta 10 horas de corrido trabajando en un mismo tema, revisando frase por frase de cada proyecto de ley. Con ella nada podía ser al voleo, ni siquiera una minuta de prensa, leía cada punto, cada renglón, hasta la última palabra de los documentos entregados por su equipo de la subsecretaría.[/cita]
Que no haya sido la primera opción gubernamental fue difícil. En el Mineduc veían los seis primeros meses de Gobierno como el plazo para lograr sobrevivir, ¿la razón? Valentina “es mujer”, dicen. Cuando asumió tenía 32 años, prácticamente la mitad de su jefe, el entonces ministro Nicolás Eyzaguirre. Además, cargaba con el estigma de ser un cuadro técnico, sin militancia ni muñeca política. Sus méritos académicos eran más que suficientes, estaba calificada, pero su ausencia de militancia tradicional no era bien vista por los partidos del oficialismo.
Pero, más allá de los complejos pronósticos, dio vuelta la tortilla. La misma subsecretaria habría definido poner una impronta política al cargo. Se abrió a negociar con parlamentarios oficialistas y de oposición, secretarios de partidos, hasta con los ministros de Estado, de esos pesos pesados, que incluyen a Hacienda e Interior, en los tiempos de Valdés y Burgos. Ardua, más bien “extenuante” tarea, bromea un parlamentario, lo que le valió el apodo de “la mujer maravilla”, ahora “una mujer fantástica”, añade también bromeando un colaborador.
De esta forma, logró ser uno de los pocos subsecretarios que alcanzó a estar los cuatro años de Gobierno. Además, fue la última subsecretaria de Educación que asumió la labor técnica en los tres niveles: párvulo, escolar y superior, tarea que hace un par de años fue dividida.
La rudeza y terquedad de los políticos tradicionales o, más bien dicho, de la vieja escuela, son características más que lejanas para Valentina Quiroga. Sus cercanos la reconocen como el sinónimo de la alegría, cercanía y sencillez. Su amigo, y cofundador de Educación 2020, Mario Waissbluth, asegura que Quiroga es “alegre y cariñosa (…) para mí, nuestra amistad es una fuente de placer y orgullo”.
“La subse” no es particularmente sinónimo de seriedad en todo momento, sus cercanos afirnan que alegra e ilumina cada espacio en el que está. Es amante de la cueca brava, pero los últimos años se ha quedado pegada con “Despacito”, el reggaeton de Daddy Yankee y Luis Fonsi, “se conoce todas las versiones”, bromea un colaborador.
La subsecretaria de Educación no viene de cuna política, menos de una aristocrática, pues su niñez la vivió en la comuna de Independencia, luego se trasladó a Colina. Eso sí, la calidad de su educación siempre fue una preocupación en su casa, de niña asistió al colegio María Inmaculada de Santiago y luego entró la Universidad de Chile. Allí, tras pasar por Medicina e Ingeniería en Matemáticas, comenzó a estudiar Ingeniería Industrial y luego de diez años estudiando sacó el pregrado y el magíster.
Esta simpleza, tranquilidad y cercanía de la que hablan sus cercanos, quedó en evidencia cuando participó en el programa “Santiago no es Chile”, de Canal 13. En el año 2010, la “subse” –como la llaman en el trabajo– llegó hasta Puerto Aguirre, allí conoció a la profesora del lugar, quien contra todas las dificultades que tiene la educación rural, llevaba sus conocimientos a los niños y niñas del puerto. Justo en el cierre del programa, en medio de un apretado abrazo, Quiroga le dice a Marcelina: “Nos vamos a tomar este país”. Y así fue, un año más tarde la educación se convertía en la principal bandera de lucha, se tomaba las calles, colegios y universidades, y miles de niños, jóvenes y profesores demandaban una mejor educación.
Otra de las características de la subsecretaria es la tranquilidad y capacidad de diálogo. Dicen que cuando entra a un lugar, “no importa cuán encrispado esté el ambiente”, ella logra poner la nota de cordura y calmar los ánimos. Hasta consiguió que los equipos que estaban armando la compleja reforma al Sistema de Educación Superior se sentarán a discutir y escribieran una ley única, tarea que parecía imposible, mientras cada subequipo tironeaba para su propio lado.
Quienes han mantenido duras negociaciones con la subsecretaria, tanto del mundo estudiantil como de los profesores, aseguran que Quiroga es una mujer “con quien se puede dialogar”, “la verdad, la única del Gobierno con quien se podía conversar”, agrega un diputado de la oposición. Aunque otros critican esa falta de rudeza, tan característica de la selva política. En el Congreso, varios personeros del oficialismo miraban con distancia sus intervenciones, “le faltaba pachorra”, sostienen desde el Senado.
Eso sí, la “subse” tendría una gran defecto, que a la vez sería una de las fortalezas por las que fue elegida para su cargo: es extremadamente autoexigente, meticulosa y matea. “Lo sabe, o quiere saber todo, de todo”, eso sí, siempre cuidando de lo que llama “la inteligencia colectiva”, priorizando el trabajo en equipo, por sobre el individual.
Esta obsesión por hacer bien el trabajo, por responder ante cada duda en las comisiones de Educación y tener una claridad panorámica y en detalle de cada uno de los más de 30 proyectos trabajados por el Mineduc, llevaban a que Quiroga pasara maratónicas jornadas de trabajo junto a su equipo. Las reuniones de presupuesto son especialmente recordadas, ya que terminaban pasadas las tres de la mañana. La subsecretaria podía llegar a estar hasta 10 horas de corrido trabajando en un mismo tema, revisando frase por frase de cada proyecto de ley. Con ella nada podía ser al voleo, ni siquiera una minuta de prensa, leía cada punto, cada renglón, hasta la última palabra de los documentos entregados por su equipo de la subsecretaría.
Una meticulosidad que se incrementó luego de que Adriana Delpiano arribara al Mineduc, ya que la nueva ministra estaba mucho más abierta a la colaboración y “se nota que confía mucho en Valentina”, destaca un parlamentario oficialista.
A pesar de las flores y el reconocimiento a Quiroga, su paso por el Mineduc no estuvo exento de momentos tensos. Uno de los más recordados se dio en 2015, cuando se levantó la idea de que no había reforma a la Educación Superior, que el proyecto no iba a estar listo antes de que terminara el Gobierno y que los equipos estaban tan alejados entre sí, que era prácticamente imposible lograr sacar una ley única.
Ante ese momento de crisis, arribaron los pesos pesados al Mineduc, llegó toda la caballería ministerial a pedir explicaciones, algo poco común en los gobiernos, ya que los ministros no tratan con los subsecretarios. Es así como los ministros Rodrigo Valdés, Jorge Burgos y Marcelo Díaz llegaron a reunirse con la subsecretaria Quiroga, quien logró calmar los ánimos y explicar la situación del proyecto de ley de educación superior.
Otro de los momentos más complejos fue el paro docente. Fueron dos meses en que ni siquiera la hábil capacidad negociadora de Quiroga logró poner paños fríos al conflicto. Mientras se negociaba con la presidencia del Colegio de Profesores, en ese entonces comandado por Jaime Gajardo (PC), se dejaba todo pactado, las bases levantaban una nueva consulta y mantenían las paralizaciones, las que no solo incluían a los colegiados sino también a docentes no necesariamente adscritos.
Aunque estos fueron los momentos más tensos de su periodo, hay un hecho que todos los que están cerca de ella le reconocen. En el Congreso aseguran que la “subse” es una sobreviviente, porque “aguantó el suplicio de trabajar con Eyzaguirre” y dio continuidad a los proyectos tras la llegada de Delpiano, quien los meses anteriores se desempeñaba como jefa del grupo de asesores del Mineduc.
“Eyzaguirre es un personaje muy monolítico, con el que cuesta mucho conversar y que te escuche”, reconoce la diputada Girardi. El actual titular de Hacienda es reconocido por ser un jefe “difícil”, es más, Quiroga es la única subsecretaria –mujer– que ha trabajado con él en el actual Gobierno de Bachelet. Habría sido este carácter y falta de disposición al diálogo lo que habría marcado la relación entre Eyzaguirre y Quiroga, quien habría “desplegado sus alas” tras la llegada de Delpiano, tanto así que le dicen “el dúo dinámico”.
Ya en los últimos días de Gobierno el reloj no para de girar. Ni el cansancio de estos cuatro años ni su embarazo, que ya se nota, le restan energía para el final de esta corrida, es más, aún le quedan tres proyectos por presentar, y las reuniones, las largas reuniones comandadas por Valentina Quiroga, no paran en la Subsecretaría de Educación.