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Enrique Opaso y las residencias de protección:  “Es el Estado el que falla, no nosotros” PAÍS

Enrique Opaso y las residencias de protección: “Es el Estado el que falla, no nosotros”

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Conocido por popularizar a San Expedito en la parroquia de Viña del Mar, ahora es párroco de Olmué. Acá habla como capellán de Refugio de Cristo, fundación que tuvo 20 hogares para niños gravemente vulnerados y que ahora tiene sólo 5.


El escándalo de los convenios, la desconfianza ambiente, la salud mental de la infancia y un gobierno que prometió poner a los niños primero y que, asegura, no ha hecho nada, los tiene en graves apuros. 

El jesuita Alberto Hurtado inspiró profundamente al sacerdote René Pienovi, quien en 1952 fundó el Refugio de Cristo en Valparaíso, siguiendo los pasos del Hogar de Cristo, que había nacido en 1944. Entonces abundaban “los palomillas”, como se les decía a los niños abandonados que dormían bajo los puentes del Mapocho; ellos fueron el grupo de atención prioritaria de la fundación en ese tiempo inicial. 

Esa “infancia vulnerada”, en el decir actual, era consecuencia de la migración desde el campo a la ciudad. Niños analfabetos, vestidos con ropas haraposas, descalzos, desnutridos y piojentos, no cabían en los conventillos y en las ranchas que proliferaban en torno a la capital. Lo mismo sucedía en el puerto principal. La iniciativa del padre Pienovi prosperó y llegó a atender a 20 mil niños abandonados en los años 60. Hoy intenta sobrevivir en medio de una crisis mayúscula: la del Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y a la Adolescencia, el Sename que en un intento de mejorar su imagen se llamó en un tiempo llegó Mejor Niñez. 

El capellán de la Fundación Refugio de Cristo es Enrique Opaso (74), que se hizo conocido al popularizar el culto a san Expedito en la parroquia de Reñaca. Hoy es párroco de Olmué y desde ahí se queja, se emociona y se indigna con lo que él denuncia como el afán del gobierno de “destruir a los organismos colaboradores del Servicio de Protección”. 

Intenso y apasionado, el cura Opaso habla en Hora de Conversar, sin pelos en la lengua de un sistema que, sin duda, nunca ha dejado de estar en crisis.

Hace poco más de un mes, el director de la entidad estatal, Claudio Castillo, reconoció que existen 41 mil niños, niñas y adolescentes en lista de espera para acceder a protección por parte del Servicio. Básicamente, para ingresar a una residencia. Esto se explica porque son varias y en distintos puntos del país las que han debido cerrar en el último tiempo por razones financieras y de agotamiento con una temática que cada vez se vuelve más compleja. 

Es el caso del Refugio de Cristo: de tener 20 hogares hace décadas, hoy sólo administra 5. 

Dice su capellán:

Actualmente, tenemos cinco; acabamos de cerrar dos, recién. Lo hicimos, porque tenemos la convicción más profunda de que por el bien superior de nuestros niños, no teníamos la capacidad de intervenir en la salud mental, en los problemas de droga, de violencia, de robos. Son niños muy complejos. No contamos con el personal especializado que requieren. Nosotros nos movíamos con profesionales de la educación y del servicio social, no de la psiquiatría, de la salud mental, que es lo que esta nueva infancia necesita.

“La inmensa mayoría de nuestros niños son abandonados, vulnerados, abusados desde muy pequeños. Eso ha sido siempre así, pero desde hace unos siete, ocho años empezamos a ver un empeoramiento de los perfiles. Es algo muy complejo de manejar en el día a día. Nuestros niños tienen la escolaridad fuera, en colegios cercanos a los hogares, donde también tienen problemas. Esto se traduce en desescolarización. Tenemos que salvar esto, hacer lo imposible para sacar adelante a estos niños. Cuando cumplen ya 14, 15 años, nosotros los metemos en un plan de preparación para la vida independiente. Para que cuando salgan de aquí ya hayan conseguido un ahorro, alguna ayuda del Estado para arrendar o contar con una casa compartida. Por ley, a los 18, los jóvenes se van. Si no están estudiando, se deben ir. Hay que anticiparse a eso”.

Acoso de redes de explotación sexual 

Enrique Opaso culpa a la intervención del Estado, a través del SENAME, que fue creado en 1978, de muchos de los males que padece su obra. Dice:

-El Estado asume la responsabilidad de los niños, niñas y adolescentes vulnerados en sus derechos con la creación del SENAME. El Servicio tardó como cinco años en estar operativo en todo el país. El padre Pienovi había partido 1952, así es que llevábamos su tiempo en esto. Nosotros trabajábamos con matrícula directa. Venía la mamá y decía: “Padre, por favor, críeme a este cabro, que ya tengo cuatro. No puedo hacerme cargo. Tengo tantos problemas”. Así llegaban los niños. Los fines de semana se iban a sus casas, así no perdían el vínculo con sus familias. La cosa funcionaba, aunque hay que reconocer que esos niños no tenían tantos problemas como los de hoy.

-¿A qué atribuyes este cambio en la infancia? 

-Creo que en materia de salud mental desgraciadamente en Chile faltan recursos. Sobre la diabetes conocemos todas sus fases, por ejemplo. En materia de psique infantil y juvenil no sabemos o no hacemos nada. Estos niños ingresan a las residencias. Se les ve bien, pero de repente tienen unas crisis que son de temer. Les pegan a los cuidadores, a los carabineros… Es tremendo. Nosotros no tenemos personal preparado para este nivel de violencia. Entonces, uno se pregunta: ¿Estamos en condiciones de hacer esto bien? Yo en este momento te digo con toda claridad que no. Y que te lo diga yo, el capellán de la Fundación Refugio de Cristo es grave, pero es real.

Sin embargo, “dentro de nuestras capacidades, hacemos todo lo posible. Tenemos un directorio súper atento, súper preocupado de lograr conseguir las lucas que necesitamos para el bien de nuestros niños”. 

-Da la sensación que crees que todo tiempo pasado fue mejor.

-Yo creo que esta crisis de la familia venía incubándose desde hace unos 30 años o más. Todos nuestros niños, todos, han llegado al Refugio de Cristo, porque ha habido una grave crisis familiar. O porque el papá golpeaba a la mamá, o porque el papá y la mamá son drogadictos, o porque están presos. Son crisis tremendas que dañan a los niños; ellos son los que más sufren. No es raro que cuando un niño quiere conversar conmigo, termine contando algo atroz: que fue violado en su casa por un hermanastro. Es un chico que terminó arrancándose de su casa, porque nadie escuchaba lo que estaba pasándole. Son tragedias espantosas de niños que están en la indefensión total y que llegan muy dañados. A ese niño lo liquidaron, y nosotros no estamos capacitados, no tenemos todas las herramientas para reparar ese daño.

-Las residencias de protección además suelen ser presa fácil de redes de explotación sexual comercial. ¿Les ha tocado vivir esa realidad? 

-Nosotros tuvimos un hogar muy bonito en Quillota, gracias a la donación de su casa que hizo una familia local. Ahí empezó a suceder que había niñas que en la noche se arrancaban y llegaban al amanecer a bañarse y después salir al colegio como si nada. Iban a fiestas donde había droga, alcohol y hombres mayores. Pusimos cámaras, donde se probaba lo que estaba pasando, mandamos pruebas y documentación, pero ni las policías ni las autoridades nos ayudaron. Finalmente, decidimos cerrar ese hogar.

Puros contactos, ni un amigo

“Del dar hasta que duela” de Alberto Hurtado hemos pasado al dolor de que nadie dé. El cura Opaso denunció hace unas semanas en el diario La Segunda que “estamos tan egoístas, dudando de todo, que ocupamos la duda para no dar”. Hablaba desde la herida que ha abierto en el Refugio de Cristo “el escándalo de los convenios”.

-Hemos sacado cuentas de cómo repercutió ese escándalo. Alrededor del 65% de la ayuda, de las donaciones, que teníamos nosotros por ser fundación, se acabaron. La gente no cree. Yo les hablo a mis socios. Al menos, los mayores entienden. Pero la gente joven está muy desconfiada. Presumen que todos roban, que todos hacen trampa. ¿Mi plata llega o no llega a los niños vulnerados? Esa sola duda repetida impide que una persona, una familia, haga una donación al Refugio de Cristo. En vez de buscar, de informarse, porque nosotros tenemos todos los balances a la vista, publicados y en red, se quedan con la duda que sembró alguien anónimo.

-¿Cómo te explicas esta desconfianza?

-El escándalo de los convenios justifica la desconfianza. Lo más terrible es que son autoridades, personas elegidas, parlamentarios, alcaldes, teóricamente servidores públicos los que están lucrando o tratando de apropiarse de plata que es para los más desvalidos o para los más vulnerables. Ahí lo que hay es una crisis social y moral muy grande. Monseñor Chomali acaba de hacer una prédica fuerte respecto de esto. Yo trabajo en la Universidad Católica de Valparaíso, hago clases; tenemos dos liceos técnicos profesionales; escucho a los jóvenes y ellos no creen en nada. Tú no te imaginas lo que ha significado, bueno, primero, lo de las fundaciones y, segundo, lo de las licencias médicas falsas, que involucran hasta a jueces. En definitiva, no creen en nadie. Hoy, ¿quién le cree a quién? Es una crisis muy tremenda. Influye que se hayan acabado las pastorales de los colegios, las pastorales de las parroquias. Todo lo que significa la convivencia, la vida en grupo, en comunidad. 

En esa misma entrevista dijo que las redes sociales contribuían a acentuar lo negativo, lo malo, la desesperanza. Ahora sostiene: “Creo que debemos aprovechar las redes sociales. El papa León XIV dijo hace unos días que como Iglesia nos vamos a meter en todas todas las redes en el mundo entero. Ahí vamos a estar. Porque no ganamos nada con no estar. Tenemos que aportar, tenemos que poner semillas de esperanza, incluso a través de TikTok”. 

Esto no impide que en el Refugio de Cristo haya prohibido el uso indiscriminado de los celulares. No sólo para los niños, sino también para profesores y monitores también. “De hecho, yo entro a los hogares sin teléfono. Así les garantizo toda mi atención y dedicación a los chicos. Muchas veces veo a las trabajadoras sentadas por ahí, viendo cuestiones en el celular en vez de estar atentas a los niños”. 

-No debe ser una medida muy popular

-Bueno, todos tienen teléfono, no sé dónde lo sacan, pero la idea es usarlos de manera dosificada. Antes del estudio de la tarde, por ejemplo, porque si no esos niños ya no van a poder cantar, como cantamos yo y tú, “Yo tengo un millón de amigos”. Ellos tienen un millón de contactos y ningún amigo verdadero. La inmensa mayoría son contactos que les arruinan la vida.

Continuidad en duda

-En definitiva, ¿cómo ves es el actual servicio de protección, que ha tenido tantos nombres distintos…?

-Creo que es una institución que no tiene confianza en las organizaciones de la sociedad civil. Hoy de las personas que están ahí, no conozco a nadie. Cuando he ido a sus oficinas, veo a cantidad de gente calentando asientos. “Amiguis” de alguien, serán. ¡Si la pega la hacemos nosotros! 

-Estás siendo bien crítico. Estás acusando de amiguismo a una institución del Estado.

-Nosotros tenemos una mesa de trabajo de 75 residencias colaboradoras del Estado y no vamos a aceptar entregarle más de 50 millones en una suerte de vale de garantía, que ahora nos piden a cada una. No lo vamos a hacer. Si dejáramos de operar las 75, mil niños quedarían sin hogar porque nos están obligando a entregarles una plata que no van a ocupar. Sólo como garantía. No lo vamos a hacer. Y yo te digo: de estos 75 hogares, la mayoría termina el mes con un plato único de almuerzo y organizando la rifa o el bingo para poder salir adelante. Es decir, las autoridades a cargo de este tema viven en otro mundo. 

Francamente sulfurado, el sacerdote Opaso se pregunta: “¿Por qué yo, como colaborador, tengo que darle garantía económica al Estado? ¿Por qué el Estado no me da garantías a mí, pues? En primer lugar, no puede entregar sólo el 60% de lo que significa hacerse cargo de estos niños. Al menos, debería aportar con 90% y que los hogares pudiéramos trabajar buscando recursos para cubrir un 10%. Aquí es el Estado el que falla, no nosotros. Yo conozco hogares preciosos, chiquititos, bonitos, todo bien, pero tienen las lucas justas para llegar a fin de mes y asegurar la mantención de los niños. Con estas exigencias que ahora se están poniendo, simplemente los revientas. Al Refugio de Cristo, que tiene 73 años de trabajo bien hecho, esas condiciones lo revientan y probablemente no podamos seguir”. 

-¿Qué haría Enrique Opaso si alguien lo nombrara a cargo del Servicio de Protección?

-Le pediría al presidente de la República: “Mire, yo necesito aquí a las diez personas que más saben de niños para poder trabajar con ellos”. Establecería una política orientada a la recuperación y reparación de sus derechos. No inventaría la rueda con cada nuevo gobierno, porque el que llega empieza a inventar cosas nuevas. Que la puerta debe ser más ancha o la cocina estar más lejos del baño, cuestiones así, olvidando a los niños y su destino. No hay un criterio de formación, no hay una línea de trabajo clara con los niños, no se entregan elementos de psicología, psiquiatría, rehabilitación del consumo…  

Los niños primero, pero de verdad

-Has denostado al Estado. ¿Qué pasa con los tribunales de familia?

-Ellos tienen mucho que ver con la actual saturación de las residencias. Con que se siga mezclando niños con historial delictual con niños más chicos y que no tienen ese problema. Yo a los jueces de familia, los pongo en la misma caja que al Estado. Es muy frecuente que el juez pegue un telefonazo y nos obligue a abrirle un sobrecupo a un joven de 18 años, que viene saliendo de la cárcel, es consumidor de droga y tiene otros problemas de salud mental. Así en su convivencia de un par de días con nuestros niños, que tienen hasta 14 años, nos liquidan el trabajo de un año. 

Dice que los chicos se dejan impresionar por el grande, “el abacanado” y lo siguen. “Vamos no más a la plaza, volvemos más tarde, no tienen que pedirle permiso a nadie”. 

-Ahí se ve que los Tribunales de Familia juegan con nosotros y juegan con los niños. Estos niños tan vulnerados necesitan de manos, de piernas, de cerebros para ayudarlos. Para estar con ellos, jugar con ellos, estudiar con ellos. La desconfianza también ha reducido el voluntariado, el darse y darle al otro. Y aquí no hablo sólo de plata. ¿Por qué hoy en los colegios pasa lo que pasa? Violencia, problemas de convivencia. Porque los colegios ya nos forman en comunidad. Ya no hacen que un niño sea hermano de otro niño, que caminen juntos. No, cada uno hace lo que quiere. 

-¿Crees en la fórmula alternativa a las residencias de las familias de acogida? 

-Sí. Conozco casos de éxito y otros de fracaso. Nosotros hemos entregado por orden del juez a un niño a una familia que a la semana siguiente lo devuelve. Creo que ese recurso que funciona con niños de no más de 4 años. Es una cosa muy bonita la que se puede lograr.  

Antes de terminar, reflexiona sobre el momento político electoral: “Este gobierno declaró que pondría a los niños primero, pero hasta aquí no ha ocurrido absolutamente nada positivo. Ni un avance. El que sea el próximo gobierno, sea quien sea, yo no le hago voto a ninguno, ojalá ponga de verdad a los niños primero. El país debe responder a esos más de 41 mil niños que esperan protección para que los lleven a alguna parte donde puedan recuperarse, ser felices y crecer de manera saludable. 

 

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