
María Teresa Flórez: “Es mucho más posible trabajar la transformación con las escuelas”
La académica plantea que el financiamiento, el currículum y la evaluación refuerzan inequidades y limitan transformaciones. Llama a rearticular escuelas, docentes y academia para impulsar cambios desde abajo. Luis Felipe de la Vega nos presenta este ciclo de entrevistas sobre educación.
En esta segunda entrevista, he conversado con María Teresa Flórez, académica y directora de Investigación, Creación y Publicaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Profesora de Castellano de formación inicial y doctora en Educación, es una personalidad destacada y reconocida por su trabajo, especialmente en el ámbito de la evaluación educativa, en la que, además de la investigación, ha liderado otras iniciativas con actores de comunidades educativas, por ejemplo, la llamada “Red sin notas”. Actualmente, también integra el Consejo de Evaluación de la Nueva Educación Pública.
Frente a la pregunta sobre qué debiera priorizarse para mejorar el sistema educativo chileno, Flórez privilegia la necesidad de una transformación profunda, la que –a su juicio– no ha sido enfrentada con suficiente decisión desde el retorno a la democracia.
“Para mí lo más urgente, pero lo que de alguna manera nadie ha querido abordar en ninguna de las coaliciones políticas, ha sido el cambio de modelo. Creo que no se reconoce que una parte importante de la crisis en educación está dada por el hecho de que tenemos un modelo de mercado. Por ejemplo, a mí, que me toca trabajar en el tema de Nueva Educación Pública, siempre me ha parecido extraño que se haya hecho una modificación a la Ley de Nueva Educación Pública y que no se haya cambiado el sistema de financiamiento”, señala.
Y añade: “Al mirar en detalle la Ley de Subvenciones, es súper complejo pensar cómo la escuela pública sobrevive con ese modelo de financiamiento de incertidumbre permanente. Y ahora, además, se agrega que, al pasar la educación municipal a los Servicios Locales y a la lógica de los servicios públicos, hay choques entre Ley de Subvenciones y la ley de financiamiento de estos. Este es un ejemplo de lo que habría que modificar. Por ejemplo, nunca ha habido una reflexión de cuánto se necesita para entregar una buena educación pública”.
María Teresa Flórez explica que, hablar de este tipo transformaciones, es hablar de un cambio de modelo, porque implican la puesta en práctica de perspectivas diferentes respecto de lo que es el fenómeno educativo y hacia dónde debiera orientarse.
“Desde mi perspectiva, la educación es un derecho social. La imposición del lenguaje empresarial –propio de un modelo de mercado– reduce la complejidad de algo que es rico, complejo y humano y que, además, está cargado de emergentes y de interpretaciones. Por ello, no puede reducirse a la lógica de inputs y outputs”.
Desde esta perspectiva más crítica, nuestra entrevistada reconoce avances en las definiciones y principios que se han ido incorporando con el tiempo en el sistema educativo, pero alerta respecto a que estos no necesariamente se traducen en prácticas concretas. Para ello, profundiza especialmente en las políticas de currículum y evaluación.
“Si tú miras toda la legislación educacional, los principios son espectaculares, ¿no? Tienes calidad integral, diversidad, inclusión, territorialización, autonomía, un montón de cosas que nadie podría cuestionar y en que estamos todos de acuerdo. Sin embargo, la forma en que se operacionaliza eso es a través del currículum y de las políticas. Y, claro, tú vas a los documentos curriculares y te encuentras con esas declaraciones de intenciones: ‘Todos queremos que en ciencias haya aprendizaje por descubrimiento, medio ambiente, etcétera’. Sin embargo, esas definiciones se traducen en lógicas pedagógicas contradictorias, es decir, en desgloses de objetivos de aprendizaje que consideran una lógica pedagógica tecnificante, que no está basada en aprendizajes centrales ni en habilidades”, explica.
“Esto genera un currículum sobrecargado, que hace que las escuelas se centren en la cobertura, más que en trayectorias de aprendizaje, que es el concepto que habría que considerar más para fomentar movilidad y justicia social. En síntesis, hay que buscar formas de operacionalizar esas intenciones con las que se supone que estamos todos de acuerdo”, dice.
“Encima de eso, tenemos un sistema de evaluación a gran escala con altísimas consecuencias que también genera currículum y termina reduciendo más lo que haces, porque te impone la lógica de chequeo de objetivos y cobertura de contenido, reduciendo las aulas a un lugar de entrenamiento para preguntas de selección múltiple. Esto no es idea mía, hay mucha investigación sobre el daño que generan estas evaluaciones externas de altas consecuencias en el trabajo pedagógico en el aula. Y, a nivel internacional, los sistemas y los gestores de política también están reconociendo que estas políticas de evaluación generan daños en el bienestar de los actores de las comunidades, haciendo que el aprendizaje se mecanice y se empobrezca”, subraya.
“Junto con ello, tenemos que modificar cómo se construye la política educacional en Chile. Tenemos una tradición de política educacional sumamente vertical, que genera una distancia entre los gestores de política y los actores de la escuela. Creo que hay que reestructurar los procesos de toma de decisiones, con una lógica de colaboración más horizontal entre actores”, sostiene.
Y puntualiza al respecto: “Por ejemplo, la figura del Consejo Nacional de Educación debería reestructurarse, para considerar actores de distinto tipo, con estudiantes, con apoderados, con representantes de docentes, académicos, para que con ese diálogo por lo menos hubiera una validación de distintas voces. La política que está muy desvinculada del terreno, del aula, de la pedagogía”.
Considerando estas expectativas de transformación que Flórez manifiesta como necesarias para el sistema educativo chileno, se volvió relevante preguntarle por la labor del Gobierno actual, que arribó con un discurso que estaba alineado con dichas expectativas.
“Esta nueva coalición deriva del movimiento estudiantil, con lo que uno podía tener una alta expectativa de que iban a pasar cosas. Partieron con un discurso muy prometedor, de cambio de paradigma, pero creo que se quedaron lejos de esa promesa. Hay que reconocer que hubo que lidiar con la pospandemia, con hartas cosas que eran bien complejas y que lograron manejar la contingencia. Pero se quedaron en eso”, dice.
“Cuando estaba el ministro Ávila, al menos, el discurso seguía siendo de visión de transformación de horizonte. Sin embargo, con el ministro actual, ese discurso se pierde completamente. Había un compromiso con revisar el Sistema de Aseguramiento de la Calidad de la Educación. Ese proyecto de ley nunca apareció, no se presentó. Incluso, si no hubiera presentado nada, pero, además, se pasó desde el cambio de paradigma a la celebración de los resultados del Simce. Esto legitima una política que está muy criticada por las comunidades escolares y por la investigación y hace retroceder la discusión en eso”, afirma.
Considerando estas expectativas frustradas, pareció relevante preguntar a Flórez sobre cómo cree que pudiera retomarse una senda que se oriente a la generación de transformaciones en el modelo del sistema educativo.
“Al investigar sobre la evaluación, he estudiado ciclos políticos y me queda súper claro que, en ciento y tantos años, los cambios no vienen desde arriba; las elites políticas no son las que inician los cambios. Las uniones más potentes entre docentes, movimiento social y académicos son las que suelen generar presión política y que se escuche una demanda”, señala.
“Yo creo que, después de todo el tema del estallido social, hay como cierto cansancio en la ciudadanía de esa lógica, pero creo que hay más posibilidades para una reactivación a través de ese tipo de conjunción, de manera que la política o los gobiernos tengan que responder a sus demandas. Desde mi propio trabajo, me parece que es mucho más posible trabajar la transformación con las escuelas y que ahí hay que poner la fuerza. Obviamente, hay que participar en los espacios de discusión política, mover el horizonte todo lo que se pueda, poner voces alternativas, poner la voz de las comunidades escolares”, enfatiza.
“Sin embargo, creo que en las escuelas hay intentos mucho más valientes y más centrados en lo que los niños, niñas y adolescentes van a necesitar de aquí a 20 o 30 años. Si se logra rearticular un movimiento interesante, sí puede haber cambio; por eso, creo que el trabajo que hay que hacer es empezar a rearticularnos. Empezar a conversar en la academia más crítica, con la escuela. Yo le veo más potencial transformador político a eso, porque me queda súper claro que históricamente es poco frecuente que las propuestas transformadoras de más horizonte vengan desde arriba, o bien, hay propuestas, pero estas no se concretan”, concluye la académica.