Publicidad
Orgullo también es cuidar: salud y reconocimiento en tiempos de amenaza Yo opino

Orgullo también es cuidar: salud y reconocimiento en tiempos de amenaza

Publicidad
Cristina Valenzuela Contreras
Por : Cristina Valenzuela Contreras Dra. en Psicología, magíster en psicología social-comunitaria. Investigadora en violencia gineco-obstétrica, diversidades sexuales y de género y salud mental materna/perinatal.
Ver Más


Este fin de semana, como cada 28 de junio, las calles de Chile y del mundo se llenaron de banderas, consignas y cuerpos diversos celebrando el Día del Orgullo LGBTIQ+. Pero este año, más que celebración, lo que vivimos es urgencia.

En nuestro país, las juventudes trans y género-diversas enfrentan un contexto de violencia estructural que amenaza sus vidas y derechos: precarización laboral, exclusión en salud, patologización de sus cuerpos e identidades. A esto se suma un intento político por desmantelar avances esenciales, como el Programa de Acompañamiento a la Identidad de Género (PAIG) del Ministerio de Salud. Mientras legisladores conservadores promueven discursos regresivos, la autonomía de las adolescencias se pone en cuestión y se amenaza el ejercicio clínico de profesionales que afirman y acompañan.

En Talca, Región del Maule, esta urgencia tiene rostro y cuerpo. La comunidad trans, no binaria y género-diversa sigue exigiendo acceso a salud integral. En las afueras del Hospital Regional, jóvenes y familias se han reunido en diversas ocasiones para reclamar por años de postergaciones: la ausencia de especialistas, la falta de protocolos locales y ahora también las barreras ministeriales que amenazan con agravar aún más la exclusión sanitaria que viven. Son años de ausencias, de silencio institucional y de vulneración de derechos.

Desde mi lugar como persona cisgénero que acompaña en espacios clínicos y de investigación, he aprendido que cuidar no es hablar por otros/as, sino sostener espacios donde las voces puedan ser reconocidas como saberes legítimos y urgentes. Lo que he escuchado —en mi tesis doctoral y en investigaciones previas (Valenzuela-Contreras et al., 2024)— es claro: no son las identidades las que duelen, sino las violencias que las niegan.

Kyle, joven transmasculino de Coyhaique, lo expresó así: “Me gusta vivir, me gusta estar en este mundo. Uno no pidió llegar, pero ya está aquí”. Libélula, transfemenina no binaria de Linares, recuerda: “Me pregunté si realmente quería morir, y me tomé de todas esas personas que me quieren, que me acompañan, y me quedé”. Estos testimonios no hablan de enfermedad, sino de cuidado, de vínculos que afirman, de luchas que dan sentido.

Inspirada por Diane Ehrensaft (2018), comprendo la identidad de género como una construcción viva, que se construye en los contextos de desarrollo (familias, escuelas, entornos sanitarios, espacios públicos), en sintonía con el apego, la validación y la posibilidad de vivir una vida reconocida. No hay una verdad médica sobre el género que pueda imponerse desde afuera: hay historias que se cuentan, se encarnan y se defienden. La autonomía de las adolescencias trans no es una amenaza: es un derecho humano.

Voces como la de RR, transfemenina de Curicó, nos enseñan qué es el orgullo: “Todo lo que hagamos no será para nosotros. Va a ser para las futuras generaciones. Que ellos no pasen lo que nos pasó a nosotros”. Y MAP, persona no binaria del sur de Chile, comparte: “Mi amiga estaba viviendo su identidad y yo estaba con ella. Mis estudiantes estaban viviendo cosas, y yo estaba con ellos”. El cuidado mutuo es un acto político y afectivo que permite a muchos/as jóvenes permanecer en este mundo.

Recuperar la vida y afirmarla no es un gesto individual, sino una tarea colectiva. Como plantea Miranda Fricker (2007), la justicia epistémica exige que reconozcamos a quienes han sido históricamente silenciados/as como sujetos de conocimiento. Escuchar a les jóvenes trans no es solo una opción ética: es una forma concreta de justicia.

Por eso este Orgullo exige algo más que celebraciones simbólicas: exige que las familias, las escuelas, el Estado y las instituciones de salud se conviertan en entornos de reconocimiento, no de sospecha. Que se proteja el PAIG, se promueva la salud afirmativa y se garantice el derecho a una vida digna, no tutelada.

Porque vivir el género libremente no es un privilegio: es un derecho. Y el orgullo, también, es cuidar.

Recomendaciones para el trabajo profesional: cuando el cuidado también es tarea de quienes acompañamos (PsySSA, 2025)

Desde una ética del cuidado y la justicia social, el rol de quienes trabajamos en salud, educación, psicología y acompañamiento comunitario es fundamental. Aquí algunas orientaciones imprescindibles:

  1. Formación continua en salud afirmativa y diversidad de género: Las juventudes trans y género-diversas tienen derecho a ser atendidas por profesionales que comprendan la diversidad de experiencias y reconozcan su agencia.
  2. Prácticas clínicas y educativas libres de patologización: La identidad de género no es un trastorno. Es un proceso vital y legítimo. Como plantea Diane Ehrensaft (2016), es imprescindible acompañar desde el reconocimiento de la historia de cada niñez, adolescencia o adultez trans, en diálogo con sus afectos, vínculos y entorno.
  3. Garantizar el consentimiento informado y el respeto a la autonomía: Especialmente en adolescencias, escuchar y validar sus decisiones forma parte de la responsabilidad ética profesional. No son personas confundidas: son jóvenes ejerciendo su derecho a vivir su identidad.
  4. Defensa activa de políticas públicas que protejan a las infancias y juventudes trans: La defensa del PAIG y de la Ley de Identidad de Género es también una responsabilidad de la comunidad profesional.
  5. Prácticas interseccionales y culturalmente competentes: Reconocer que la experiencia trans no es homogénea. Racismo, pobreza, discapacidad y otras formas de exclusión cruzan y complejizan las trayectorias de afirmación.
  6. Promover redes de cuidado y comunidades afirmativas: Las experiencias de recuperación frente a la violencia y el suicidio muestran que el acompañamiento de pares, familias elegidas y espacios de activismo son protectores clave de la salud mental.

Como AO, joven transfemenina de Talca entrevistada, expresó: “Solo un trabajo que me permita vivir tranquila, hacer activismo y cuidar a quienes
vienen detrás.”

El orgullo es más que una fecha. Es una práctica cotidiana de cuidado, reparación y justicia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad