
Más mujeres, más inversión, más futuro
Durante mucho tiempo nos hicieron creer que hablar de inversiones era un terreno reservado para grupos muy específicos: expertos financieros y hombres que parecían tener una capacidad innata para manejar el dinero. Esa creencia no sólo ha limitado el acceso a oportunidades, también ha mantenido a muchas mujeres lejos de conversaciones que, en realidad, nos pertenecen a todos.
Invertir es una herramienta a la que cualquier persona puede acceder. Y como toda herramienta, requiere práctica, confianza y la decisión de atreverse. No es distinto a aprender a manejar un auto o emprender un negocio. Claro, existen riesgos, pero existe también un potencial enorme de crecimiento y autonomía que no debiéramos seguir relegando.
Desde mi experiencia como emprendedora, he visto cómo muchas mujeres nos atrevemos a dar el salto de iniciar un negocio, pero aún damos un paso atrás cuando se trata de hablar de inversiones y dinero. Nos quedamos en la orilla de lo “seguro”, muchas veces por miedo a equivocarnos, por no sentirnos preparadas o porque, simplemente, nos hicieron creer que ese lenguaje no era para nosotras.
Según el Informe de Género en el Sistema Financiero de la Comisión para el Mercado Financiero (CMF), aunque el acceso a productos financieros entre hombres y mujeres tiene una tendencia similar, los montos promedio de ahorro, inversión y crédito siguen siendo significativamente menores para ellas ($18 millones en promedio, versus $13 millones respectivamente). También las mujeres tienen mayor aversión al riesgo y una brecha de género en conocimiento financiero.
Creo que lo primero es romper el mito de que las inversiones se refieren únicamente al ámbito económico. Se tratan de pensar en grande, de proyectarnos, de creer que tenemos el derecho y la capacidad de decidir dónde ponemos nuestros recursos para generar impacto, rentabilidad y futuro. Hablar de finanzas no debería ser un privilegio de expertos, sino un derecho ciudadano. Todos podemos —y deberíamos— conversar de
igual a igual sobre dónde invertir, qué instrumentos existen, qué riesgos asumir y qué beneficios buscar.
En un país como el nuestro, donde tantas veces las mujeres han estado invisibilizadas en la toma de decisiones económicas, abrir la puerta de la inversión significa abrir también la puerta a un cambio cultural profundo. El mito de que “hay que ser experto” es una barrera más psicológica que real. Hoy existen múltiples plataformas, asesorías y comunidades donde aprender, conversar y atreverse. El conocimiento está al alcance de la mano, y lo que falta muchas veces es el convencimiento de que somos capaces.
Otro aspecto importante es que nadie nace sabiendo invertir, pero todos podemos aprender. Y lo mismo con el mito de género: no hay razón alguna para que la inversión sea vista como un asunto masculino. Esa mirada no solo es injusta, también es ineficiente: deja fuera la mitad del talento, de la creatividad y de la visión que necesitamos para crecer como sociedad.
Si queremos economías más dinámicas, ciudadanos más empoderados y una sociedad más justa, necesitamos democratizar la inversión. Que deje de ser un espacio reducido y se convierta en una práctica cotidiana, tan natural como ahorrar o planificar un viaje.
Mi invitación es a hablar más de inversiones en la sobremesa, en las reuniones de equipo, en las conversaciones con amigas. Atrevámonos a preguntar, a aprender y a probar. Y sobre todo, convencernos de que tenemos derecho a estar ahí, tomando decisiones que antes parecían reservadas para otros.
El futuro no espera, y el dinero tampoco: o somos parte activa de la conversación financiera, o seguiremos viendo cómo otros deciden. La pregunta es simple y desafiante: ¿nos vamos a quedar mirando o nos atrevemos?
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