
Cooperación internacional feminista: La clave para el futuro que queremos construir
Los grandes retos de nuestro tiempo —la salud global, la paz y la seguridad, la lucha contra el cambio climático, el colapso de la biodiversidad, las migraciones o la gobernanza de las tecnologías digitales— trascienden ampliamente los marcos nacionales. Una pandemia, una sequía o una ruptura tecnológica no se detienen en las fronteras: afectan, en mayor o menor medida, a todas nuestras sociedades. Esta evidencia nos recuerda que la cooperación internacional no es una opción, sino una necesidad vital.
Sin embargo, en todas partes se instala la duda. Los valores que durante mucho tiempo han estructurado la cooperación internacional —multilateralismo, solidaridad, inclusión, Estado de derecho— ya no se perciben como universales. En algunos contextos, su promoción se interpreta como la defensa de intereses particulares más que como una ambición colectiva. La ayuda pública al desarrollo está disminuyendo, las agencias están cerrando sus puertas y las relaciones de cooperación a veces se rechazan cuando se consideran demasiado asimétricas. Ahora, cada Estado debe asumir sus prioridades y afirmar sus intereses para ser creíble.
Pero afirmar la soberanía no es suficiente. Porque algunos retos son verdaderamente globales y ningún país, por muy poderoso que sea, puede afrontarlos solo. La pandemia de COVID-19 lo ha demostrado: reforzar los sistemas sanitarios en África o en América Latina también significaba proteger nuestra seguridad sanitaria común. Del mismo modo, ante el cambio climático, la contaminación plástica de los océanos, las migraciones irregulares o el crimen organizado, la acción internacional conjunta sigue siendo la única respuesta viable.
Estos retos exigen un diálogo entre instituciones, investigadores, el sector privado, el emprendimiento social, la sociedad civil y, en definitiva, un diálogo entre personas que se conocen y se aprecian, a pesar de sus diferentes orígenes y culturas. La cooperación es ante todo humana: intercambios entre pares, puesta en red de experiencias locales y puesta en común de conocimientos. Debe incluir a las mujeres y las niñas, que representan una gran parte de la población mundial, pero que a menudo quedan al margen de las decisiones públicas.
Es indispensable movilizar más a las mujeres de todo el mundo para hacer frente a estos retos globales. Las mujeres suelen haber recibido una educación que las posiciona como vínculos más que como centros. A pesar de tener las mismas competencias, suelen sentirse menos legítimas. Sin embargo, contribuyen a la resolución de conflictos (y en general con mayor éxito que sus pares varones), invierten en educación y salud, desempeñan un papel importante en la cohesión social y son la principal mano de obra agrícola. Iniciativas como Mujeres Echando Raíces en Colombia, que acompaña a las mujeres migrantes en su empoderamiento, muestran el camino. En África, Asia, América Latina o Europa, dar más poder y visibilidad a las mujeres en las políticas públicas de cooperación las hace más relevantes y eficaces.
Nuestra época está marcada por la incertidumbre y el miedo, y algunos optan por levantar muros. Por el contrario, creemos que el futuro no pertenece al aislamiento, sino a la apertura, la cooperación y el intercambio de experiencias, y que las mujeres de todo el mundo tienen un papel decisivo que desempeñar en estos vínculos indispensables. Es a través de la cooperación internacional feminista como construiremos juntos un mundo más justo, más estable y más sostenible.
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