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Crítica de cine: Ni tan lobo ni tan Wall Street El Lobo de Wall Street de Martin Scorsese

Crítica de cine: Ni tan lobo ni tan Wall Street

Juan Echazarreta es egresado de Derecho.


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Me parece desmesurada la estimación que ha recibido The Wolf of Wall Street, la última película de Martin Scorsese. El filme, sin asomo de duda, está muy lejos de sus mejores producciones (Taxi Driver, Goodfellas, Toro Salvaje, Casino, por citar algunas). Y no precisamente por ser una exaltación a la codicia, como por ahí sentenciaron algunos moralistas hipócritas, sino más bien porque plasma su película con la misma indulgencia que muestran sus personajes en el camino al éxito. En este sentido, vemos como el director flagrantemente pasa por alto los métodos del fraude y de los demás delitos que se le imputan al frenético Jordan Belford (Leonardo Di Caprio). Evidentemente resulta un tanto inverosímil ver como el tal Belford crea su fortuna en un abrir y cerrar de ojos, pues Belford no es una lumbrera ni mucho menos. Acaso un patán histriónico, capaz de erigirse en el dios de los idiotas y arrastrarlos hacia una vida desenfrenada, patética y vacía, sobre todo. Al final de día, Belford convence a su caterva de brokers del mismo modo que Scorsese nos presenta que hacerse millonario en EU es tan fácil como tomar el teléfono, leerse un script, y acabar convenciendo a un prosaico empleado a invertir 10.000 dólares en una emergente empresa de zapatos cuyo destino remecerá el mercado bursátil, catapultándola, indiscutiblemente, como la nueva vedette de la industria zapatera del país.

Por mi parte, tiendo a pensar que la realidad no es tan estúpida como parece, o como le parece, en este caso, al guionista de Scorsese (Terrence Winter), que más que estúpida se torna inadmisible, pues incluso para robar se requieren altas dosis de ingenio, además de influencias y de una lucidez que, en efecto, Belford carece, pues pasa todo el día metiéndose toda clase de drogas, desde la inoperante marihuana, hasta la paralizante morfina, pasando por la mezcalina, el xanax, los míticos Quaadaludes, y la infaltable cocaína. No tengo nada contra el uso o abuso de drogas (eso queda en el fuero de cada uno), pero les aseguro que un buen lobo de Wall Street no llama a sus clientes idiotizado por la hierba, ni mucho menos en volá de cactus. Coqueado sí, pero coqueado solamente.

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La película no se entiende si no es en clave de comedia, y como comedia, ciertamente,  tampoco sale bien parada; no da la talla, diría. (Salvo 2 o 3 tallas buenas y la performance de Di Caprio reptando en el suelo). El guión se aferra a un humor fácil, insulso, desprovisto de peso y agudeza, sobrecargado de una misoginia latera, anacrónica.

Chantalle: ¡No trabajamos para ti hombre!

Donnie Azoff: Cariño, tienes mi dinero pegado a tus tetas. Técnicamente si trabajas para mí.

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En The Wolf of Wall Street, Scorsese recurre, del mismo modo que en otras producciones de su autoría, a la fórmula del personaje como núcleo de la fuerza narrativa y argumental de la historia, con todos los riesgos que esto significa. Y se la juega nuevamente por Leonardo Di Caprio que, en esta ocasión, hace lo que puede, pues el guion no da para mucho. Indudablemente Di Caprio le imprime intensidad a la cinta; logra poner cierto vértigo donde realmente no lo hay. Lo mismo con el modo de filmar de Scorsese que, de cierta manera, acaba dándole velocidad a una película cuya extensión sería infumable en manos de un director que no esté a la altura del neoyorquino. Rescato una pequeña escena que surge cerca del final en donde el agente del FBI, Patrick Denham (Kyle Chandler), sentado a bordo del metro mira a su alrededor y ve, con un gesto inescrutable, –quizá de resignación, de espanto o frustración–, a una horda de miserables, asediados por el tedio, deshauciados. En esta parte –mejor tarde que nunca–, Scorsese deja vislumbrar su más puro estilo: ese que se caracteriza por representar, por sugerir, sin tomar partidos moralizantes, que, en definitiva, es todo lo contrario a contar, enjuiciar, podrir.

En suma, The Wolf of Wall Street es una sátira desprovista de una ironía afilada, disruptiva; una película sobreestimada por un espectador subestimado, que termina siendo demasiado anodina y condescendiente como para terminar criando cuervos. En consecuencia es una cinta que, seguramente, a los señores de la Academia les va a encantar.

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