
“Under the Skin”: El filme que desnuda el alma y la piel de Scarlett Johansson
Basada en la novela de ciencia ficción del escritor holandés Michel Faber (1960), esta cinta representa -al igual que el libro que la inspira-, una desoladora alegoría en contra de las bases utilitaristas y monetarias, que fundamentan a la sociedad capitalista. Rodada con una bella fotografía y dirección de arte, que se vale de los impresionantes parajes de las «highlands» y de los acantilados británicos que colindan con el mar del Norte, la obra relata la historia de una alienígena que, bajo la figura de una hermosa mujer, seduce a conductores solitarios con el fin de raptarlos, y así procesar su carne, para venderla como apetecido bocado en el mercado culinario extraterrestre.
Es impresionante que una pieza como ésta, filmada por el realizador londinense Jonathan Glazer (1965) –y vitoreada en el Festival de Venecia del año pasado-, no tenga la seguridad de exhibirse en las salas santiaguinas. Esto, pese a contar con la actuación estelar de una megaestrella como la norteamericana Scarlett Johansson, y de constituir la definición de una buena película, gracias al conjunto de sus factores estéticos y de análisis audiovisual.

Para la mayoría de la crítica europea, la novela y su adaptación a la pantalla grande, se tratan de una fábula –trama con la que se encubre una verdad– notablemente narrada, en la gran tradición inglesa y estadounidense de Jonathan Swift, Joseph Conrad, y un George Orwell, en el campo literario; y de Alfred Hitchcock, Orson Wells y Stanley Kubrick, en su vertiente cinematográfica. Sin contrarrestar ese juicio, más bien apoyándolo, delinearemos unas cuantas observaciones al respecto.
Otro sector, en cambio, cataloga el libro como una aplaudible obra de ciencia ficción. Michel Faber, su autor, señala haber utilizado elementos fantásticos en su texto (Under the Skin, 2000; versión castellana de Editorial Anagrama, con el título de Bajo la piel, 2002), siguiendo el propósito de denunciar aspectos de la realidad, que enunciados de otra forma, resultarían terriblemente desesperanzadores.
Por estas razones, y sin temor a equivocarnos, podemos hablar de la novela y de su versión fílmica (producida en 2013), como un par de descollantes artefactos artísticos, revestidos ambos, por profundas ideas filosóficas y de una estructura argumental de elevada enjundia creativa.

El argumento de la historia, desplegada por un narrador omnisciente a través de los más variados registros (con primeros planos y el silencio absoluto en la película), transcurre en el norte de Escocia, en el invierno frío, solitario y melancólico, de las highlands que rodean a la capital, Glasgow. Donde raudo por aquellas carreteras, el vehículo conducido por Isserley, acelera buscando autoestopistas de buena condición física, a quienes encaminar.
Hasta el momento, nada extraño. Nos parece comenzar a leer y a observar las aventuras de una mujer guiada por el deseo sexual y la lascivia. No obstante, poco a poco, con datos intrigantes proporcionados por el autor, conocemos una perspectiva radicalmente opuesta; los hombres recogidos, después de ser seducidos por el personaje encarnado por Johansson, son llevados a una granja cercana y a un incierto destino. Debemos consignar, que la acción siempre se desarrolla en este escenario: las autopistas, la casa en medio de la nada, las calles cosmopolitas de Glasgow, y la costa escocesa henchida de bosques, golfos y acantilados, debido a la bravía del océano.
Mediante la constante aparición de términos desconocidos –como el mismo nombre de la mujer, y otros detalles inventados por Faber, Jonathan Glazer y su guionista Walter Campbell–, sopesamos claves y pistas para concretar una posibilidad impactante: Isserley es una extrarrestre, al igual que los “hombres” que habitan el recinto. Siguiendo con su intención simbólica, los autores pasan a referirse a los terrícolas con el sustantivo de vodsels, restringiendo para Scarlett Johansson y los suyos, la definición de seres humanos; primera y destacada manifestación de la fábula.

Pero, ¿qué hacen realmente Isserley y los inquilinos del establecimiento? Otras revelaciones, y el relato adquiere visos monstruosos y horripilantes. El local agrícola es una factoría alienígena en la que se procesa carne humana (vodsels), para desde ahí, enviarla a su planeta de origen en naves espaciales, y ser consumida por los “verdaderos hombres”. Huelga decir, que los habitantes del planeta Tierra, son observados como seres vivos de segunda categoría por esta especie.
La dueña y creadora de la granja, además de encargada de transportar el producto a través del cosmos, es la Corporación Vess; un imperio económico de sideral poderío e influencia en la comunidad galáctica.
En el mundo de Isserley-Johansson la carne de vodsel es un manjar privativo de la “élite”, la clase dirigente. Su precio es igual al valor del agua y el oxígeno que necesita una familia cualquiera de esa civilización -fundada sobre las bases de la mercancía y la ganancia-, para sobrevivir. Esta última exageración es una clara alusión al endiosamiento desenfrenado del dinero padecido por la humanidad en los minutos actuales
Y mientras Glazer y Faber discurren en aquellas explicaciones, sabemos de oídas más de esa sociedad, y en cuánto ésta se parece a la nuestra. O en lo que podría llegar a ser. Porque, acaso, ¿no es la ficticia Corporación Vess, un reflejo macabro y real, de la preeminencia innegable que podrían ostentar las grandes trasnacionales financieras, tanto como para llegar a decidir en un futuro próximo, acerca de la vida y la muerte, si tras esa encrucijada, existe algún tipo de beneficio monetario por resolver? O, mejor aún, ¿no es en estos tiempos –ha sido siempre- la posesión del dinero, un factor abrumador al instante de llegar a definir, antes que cualquier otra cosa, el derecho a existir; ya en condiciones límites, ya si no alcanza la subsistencia para todos?

Los seres humanos, llegada cierta edad –a excepción de la casta superior- deben afrontar un examen, cuyo resultado sentenciará dónde residirán desde ahí en adelante: o sobre la superficie, o bajo tierra, en los denominados Estados Nuevos. Ser relegado a los Estados Nuevos significa una vida, hasta la muerte, de encierro denigrante y trabajos forzados. Aunque habitar arriba, si no se tiene dinero, no cuenta lo suficiente; la contaminación de la atmósfera es tal, que se requieren verdaderas mansiones para moverse y conseguir guarecerse de la suciedad ambiental. Somos testigos, en suma, de un estudio de las jerarquías de poder y sus consecuencias, llevado hasta sus más extremas posibilidades.
Pero volvamos al papel encarnado por Scarlett Johansson, quien al momento de afrontar la definitoria prueba, es calificada negativamente. A pesar de las promesas de algunos miembros de la Élite, que disfrutaron de sus favores femeninos, para ayudarla y asegurarle la permanencia en la intemperie. Nuestra protagonista, entonces, es condenada a pasar el resto de su vida en los Estados Nuevos. Encontrándose en aquella situación desesperada, aparece un ofrecimiento salvador pero paradójicamente condenatorio: abandonar los Estados Nuevos, para prestar servicios a la Corporación Vess, como recolectora de vodsels, en el planeta Tierra. Con el fin de realizar adecuadamente la función encomendada, deberá someterse a múltiples cirugías que muten su anatomía, a la bípeda de los terrícolas, y así, no despertar sospechas de su extranjero origen.
En palabras de Faber, Isserley es un personaje nacido desde el rechazo social generado por un individuo al ser y sentirse diferente a los demás. Una situación vivenciada por el autor en su condición de hijo de inmigrantes, e inmigrante él mismo. Además de ser un estado de alma de un sinnúmero de hombres, víctimas del desarraigo y el abandono.

Johansson-Isserley. Unos senos artificiales, son la carnada para fijar la atención de sus acompañantes en el coche. Mientras sus ojos evidencian un pálido reflejo de belleza. Al mirarlos en el espejo retrovisor del automóvil, tiene la conciencia de ser única en el universo. Quizás la dueña de todo lo existente, pero sólo ella lo sabe. Porque es distinta a toda la fauna del planeta donde pernocta, y, además, conoce de la existencia de otro sistema vivo, pero también es diferente a la totalidad de los organismos de ese orden, ahora, bajo una nueva figura anatómica.
Es por eso que, entre los sentimientos despertados por la alienígena en el lector-espectador, nunca está el de la piedad. La conciencia de su peculiaridad, aunque la confina a la soledad eterna, es igualmente el fuego que mantiene llameando sin desfallecer su altivez y soberbia. De esas características psicológicas obtiene, sin duda, la frialdad para apoderarse de sus presas sin contemplaciones ni mayores cuestionamientos; dicho en otras palabras, la certeza de enarbolar una inclasificable superioridad.
Esas son las principales seducciones artísticas de la novela de Faber y del filme de Glazer: desarrollar sus tesis sobre la vida, el sufrimiento, el amor, la muerte y la inmortalidad, a través de un alma presa del rencor y del resentimiento, de una sensibilidad al límite de la susceptibilidad, que por encontrarse en esa situación, mantiene una lucidez descomunal. Por este motivo, desde la primera página y secuencia, notamos su tormento y complejidad, su cercanía y semblanza de personaje entrañable.
Todo se mantiene inalterable, con nuestra heroína haciendo sus labores regulares, hasta que aparece en su personalidad, una conciencia que la hace dudar de su trabajo. Temblar, cuestionarse al borde del precipicio. Se agudiza en ella una crisis existencial, primigenia en su carácter. Renace en su ilusión el amor olvidado, ahora imposible, pero liberador y redentorio. Entonces, Isserley decide huir del granero y de las garras de la Corporación Vess, perderse en el anónimato, la nueva patria que la cobija de su exilio; salir a la autopista del azar, y detener ella, con mano propia, el automóvil de su derrotero, como afirmando que todos somos iguales bajo la piel, y anhelamos simplemente lo mismo.
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