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Crítica de cine: “El hobbit: La batalla de los cinco ejércitos”, el Armagedón de la Tierra Media Se trata de la tercera parte de la adaptación fílmica basada en la novela de J. R. R. Tolkien

Crítica de cine: “El hobbit: La batalla de los cinco ejércitos”, el Armagedón de la Tierra Media

El estreno de esta cinta, que cierra las versiones del director neozelandés Peter Jackson en torno a la saga mítica y literaria del famoso escritor, resulta un acontecimiento de esos llamados socio-culturales, de un evento que trasciende con largueza los límites del séptimo arte. Y sus méritos artísticos, van de la mano con el esfuerzo de trasladar una pieza de esa naturaleza, hacia un llamativo lenguaje audiovisual: la novedad de sus ángulos y planos aéreos, los efectos especiales aquí utilizados y su grabación en 3D, se homologan, en el salto hacia adelante que significan, con la impronta de otros títulos del género bélico en la historia cinematográfica: los rodados en su momento por Stanley Kubrick, Mel Gibson y un Steven Spielberg.


“Cuando se hubieren acabado los mil años, será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar a las naciones que moran en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, y reunirlos para la guerra, cuyo ejército será como las arenas del mar. Subirán sobre la anchura de la tierra y cercarán el campamento de los santos y la ciudad amada. Pero descenderá fuego del cielo y los devorará”.

San Juan Evangelista, en el libro bíblico del Apocalipsis

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No hay que ser un devoto de la bibliografía del filólogo sudafricano J. R. R. Tolkien (1892 – 1973), ni de la escatología cristiana que esconde su deslumbrante creación novelística, para disfrutar y sentirse conmovido por una película como El hobbit 3 (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014), la que fue filmada íntegramente en 3D por el realizador neozelandés Peter Jackson, y que concluye su versión sobre el libro homónimo, en una explicación narrativa y audiovisual, de la ya grabada con anterioridad, saga de El señor de los anillos (2001-2003).

Inspirada en textos del escritor que exceden los contenidos literarios específicos que integran El hobbit (1937), la cinta se detiene en el siguiente argumento, dicho a grandes rasgos: Cuando la Compañía de los Enanos reclamó su patria al dragón Smaug, desató, sin anhelarlo, el accionar de una fuerza maléfica encima del mundo.

Thorin (el líder de los enanos, con el título de Rey Bajo la Montaña), consumido por la obsesión de reclamar el tesoro de su pueblo, sacrificó la amistad con sus aliados y su sentido del honor, pese a los frenéticos intentos de Bilbo (el hobbit), por hacerle entrar en razón acerca de su error. Sin embargo, las amenazas que les esperan son aún mayores, aún más que las derivadas por la traición y la codicia del valiente guerrero, también conocido como Escudo de Roble. Pues Sauron, el terrible y enconado adversario de todos, ha enviado legiones de orcos y de lobos salvajes, en un ataque relámpago sobre Erebor, sin que nadie se entere, salvo el mago Gandalf.

Así, y a medida que el mal se engrandece alrededor del creciente conflicto, las razas de los enanos, de los elfos y de los hombres, deben decidir si aúnan sus fuerzas, o bien se abandonan a la destrucción suicida: entonces, la llamada “batalla de los cinco ejércitos” acontece, mientras el futuro de la Tierra Media se mueve entre la catástrofe y la incertidumbre.

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Este urdido nudo dramático y argumental, fue adaptado en un complejo y logrado guión cinematográfico por un equipo de cuatro autores (Fran Walsh, Philippa Boyens, el mismo Peter Jackson y Guillermo del Toro), lo que da cuenta de la dificultad y de la empresa literaria, implicados en llevar a cabo el libreto. En una manifestación de escenas y de secuencias -que a pesar de su bifurcación en múltiples y paralelas historias-, jamás pierde su continuidad ni su dirección dramática, aunque el espectador de turno desconozca con anterioridad los detalles de la trama en cuestión, o bien, léase con atención lo que anoto: jamás haya tenido un volumen de los numerosos redactados por J. R. R. Tolkien, entre sus dedos.

Pero lo atractivo de esta tercera parte cinematográfica de El hobbit, dista de ser sólo literaria, sino que también persuade y seduce por su estilo y realización audiovisual. Los ángulos de la cámara, la espectacularidad de los planos aéreos, el nivel de la fotografía, la recreación de los enfrentamientos bélicos, el choque entre bandos y su mortalidad sangrienta y definitiva, y la sensación de “vívida” realidad que se desprenden del 3D y su plasticidad en 360º; son comparables, en su significado e importancia para la trayectoria del cine contemporáneo, en el salto que constituyeron en su época, a modo de representar la dificultad escénica de ficcionar un hecho bélico de magnitudes (valiéndose de imágenes), los créditos de Stanley Kubrick, tales como Spartacus (1960) y Barry Lyndon (1975), y los títulos más recientes de Mel Gibson (por su Corazón valiente, de 1995) y de Rescatando al soldado Ryan (1998), de un Steven Spielberg.

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En efecto, la invención de un mundo inédito aquí retratado (el de la Tierra Media y de sus naciones) y su expresión en cuadros fílmicos y fotogramas, se equiparan al esfuerzo artístico que emprendió la producción de esa última cinta, cuando se inspiró en las instantáneas tomadas por Robert Capa, sobre el Desembarco de Normandía, a fin de componer la estética del lente y de su cámara. En esta ocasión, el material gráfico que imbuyó a la dirección de arte, y a los departamentos de vestuario y de decoración, provienen de las figuras diseñadas por el mismo Tolkien.

Si debemos indicar cual es la principal fortaleza cinematográfica de El hobbit 3, ésta radica y se fundamenta, sin dudas, en su meditación audiovisual sin parangón anterior, en torno a la experiencia bélica de masas, un movimiento físico y espacial de muy difícil repetición, en la bitácora de la civilización. Es decir: contemplar bajo una vista privilegiada, la pugna de dos ejércitos numerosos e infinitos, a través del conjunto de perspectivas posibles que permite el campo óptico de una cámara, y la tecnología de la gran industria, sentados cómodamente en una butaca.

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La épica, la sugestión de la guerra que se despliegan a los pies de la Montaña Solitaria en el filme de Jackson, tienen el hálito y la fuerza narrativa, por ejemplo, que se puede leer en la pluma de un Stendhal y su descripción de los enfrentamientos napoleónicos, en las páginas italianas de su novela la Cartuja de Parma (1839). Pues en esta oportunidad, además de la simbología inherente a la obra de Tolkien (la lucha eterna entre el bien y el mal, lo irremplazable de los vínculos de honor y de lealtad, el encantamiento de las gestas imposibles y de la valentía para llevarlas a cabo), acá encontramos, asimismo, una gran concepción del arte cinematográfico, la que nos mantiene en vilo y prendados de su fantasía, sin tregua, sin descanso, durante 144 minutos de pura audacia estética, literaria y audiovisual.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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