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La censura del mercado, nueva cara de una práctica inquisitorial.

La censura del mercado, nueva cara de una práctica inquisitorial.

Del oscuro personaje que tras las bambalinas tachaba y suprimía, hoy nos encontramos con empresarios, gerentes comerciales, ejecutivos de la web, periodistas, editores o directores de medios de comunicación y editoriales, que “luminosamente” vestidos, simplemente aplican el “no vende”. Palabras mágicas, asépticas, limpias e higiénicas que “desinfectan” las librerías, radios, salas de cine y periódicos de aquello que no entra en la norma del modelo o en los gustos de este censor del siglo XXI.


Vestidos de túnica primero, de sotana, de uniforme militar o de gris funcionario después, la figura del censor muchas veces ha estado marcada por el sello del terror. Una y otra vez han aparecido estos personajes a lo largo de la historia, restringiendo la libertad de pensar, de criticar o disentir. Una y otra vez han decretado prohibiciones y clausuras; y los más obcecados, con diversos y siniestros métodos han llevado a prisión, han castigado y torturado a quienes no siguen las normas imperantes o el dogma. La defensa de la libertad de prensa y de expresión nace justamente en oposición al dominio de la censura religiosa, moral, política y cultural en las sociedades

Podemos alegrarnos de que en nuestro tiempo la censura, que sigue siendo regla en muchos países y comunidades, esté –en general– claramente marcada por la impopularidad, por lo que en el mundo occidental la caricatura del gris censor que ejerce la censura previa en periódicos o películas es cada vez más minoritaria. Sin embargo la censura, como muchas cosas en nuestras sociedades, también cambia de cara o disfraz, y la parodia ha silenciado una nueva cara de este mal; del Índice de los libros prohibidos de la Inquisición a los bandos militares o decretos de la dictadura, que hacían explícita prohibición de publicaciones, textos e imágenes, la censura ha encontrado otros caminos no menos perversos y efectivos, cuya alfombra roja ha sido instalada por el mercado.

Así, del oscuro personaje que tras las bambalinas tachaba y suprimía, hoy nos encontramos con empresarios, gerentes comerciales, ejecutivos de la web, periodistas, editores o directores de medios de comunicación y editoriales, que “luminosamente” vestidos, simplemente aplican el “no vende”. Palabras mágicas, asépticas, limpias e higiénicas que “desinfectan” las librerías, radios, salas de cine y periódicos de aquello que no entra en la norma del modelo o en los gustos de este censor del siglo XXI. Con el poder de los estudios de mercado, ratings o rankings, se aplica el no vende y sus múltiples variantes, no dejando ámbito que no sea tocado y, como en su época de gloria, la censura sigue ejerciendo un brutal poder excluyente en nuestras sociedades y países con los métodos más diversos e inocuos. En el fondo, da lo mismo que el dictamen de la muerte comercial –lo censurado– tenga o no sustento, el juicio impone una realidad y difícilmente se va a vender aquello de lo que no se habla o no se exhibe.

Irónicamente, la propiedad intelectual y los derechos de autor juegan un rol no menor en esta nueva fase de gloria y majestad de la censura de este tiempo. Son muchas las obras que no se publican o tienen fragmentos y/o imágenes suprimidos porque no cuentan con los derechos o autorización para ello. Son muchas las traducciones silenciadas porque otro editor de la lengua cuenta con el derecho exclusivo de publicación. ¿Por qué estamos obligados a acceder a una sola versión del Kaddish de Ginsberg, por ejemplo, y tener que pagar US$26 por ello, cuándo una edición local costaría menos de la mitad?

Son múltiples los vericuetos que abarcan los campos de la censura, y en ellos no dejan de entremezclarse diversas motivaciones en su aplicación, desde los más puristas principios de mercado hasta la censura ideológica disfrazada de rentabilidad económica, pasando por las animadversiones personales o la invisibilidad de todo lo que no haga parte de las redes de amistad o intereses comerciales. Un ejemplo de ello es la marginación de la crítica e información a quienes no son clientes de la parrilla publicitaria del medio de comunicación.

Pero cualquiera sea la forma que adopte la censura, sus efectos y costos para la diversidad, la libertad, la creación, son altas. Como señala Georges Steiner, “la censura de mercado” afecta intensamente todo aquello que “es difícil e innovador, …intelectual y estéticamente exigente”, dando cuenta de que “el patrocinio de los medios de masas y el libre mercado, el oportunismo distributivo del consumo de masas, podrían ser más nocivos para el arte y el pensamiento que la censura de los regímenes del pasado”.

Una y otra vez, hemos enfrentado las censuras; hoy no es posible callar y quedar indiferentes ante esta nueva expresión que coarta el derecho al acceso a la cultura y la información. En el ámbito cultural, la defensa y fomento de la diversidad cultural le hace frente, potenciando espacios que hagan posible la creación, producción y difusión de las más diversas expresiones culturales del mundo. Se suman a ello las batallas contra la concentración de la producción cultural e informativa en manos de las multinacionales de la industria del entretenimiento y de los grandes grupos de las comunicaciones, bastiones de la censura de mercado. En estas y otras áreas, es necesario impedir que sus prácticas se naturalicen, enfrentando y develando los engranajes y las complicidades que permiten su funcionamiento.

Parafraseando un dicho de la sabiduría popular: aunque la censura se vista de seda, censura queda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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