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«Una vejez añosa», las conmovedoras memorias de la viuda del escritor Francisco Coloane Fueron lanzadas recientemente

«Una vejez añosa», las conmovedoras memorias de la viuda del escritor Francisco Coloane

Eliana Rojas Sánchez cuenta su vida en lugares como Nueva York y Beijing, pero también sobre su trabajo como asistente social con las prostitutas de San Miguel en la década de los 50. Una mujer adelantada a su tiempo.


Una biografía donde cuenta su vida en lugares tan dispares como Nueva York y Beijing acaba de publicar Eliana Rojas Sánchez (Santiago, 1918), la viuda del escritor Francisco Coloane.

En «Una vejez añosa» (Navegación & Ideas, 2016) queda al descubierto la figura de una mujer adelantada a su tiempo, que en los años 30 quiso ir de adolescente a luchar juntos a los republicanos para defender la República en España, y que tras titularse de asistente social en Estados Unidos volvió a Chile para trabajar junto a las prostitutas de San Miguel en el tema del aborto hace más de medio siglo.

«Culto, inteligente, el libro no se deja poner en ningún estante de la biblioteca. ¿Es una biografía? ¿Unas memorias? ¿Un testimonio? Su autora es una joven de 97 años», escribió recientemente en un comentario el escritor Antonio Gil en el diario Las Últimas Noticias.

«Intenté con este libro refrescar ese pasado personal con la vitalidad que me queda y siento que recuperé una parte de mi vida. Cualquier persona puede escribir sobre su vida, su trabajo, pensar en lo que lo que ha hecho y revivirlo. Mucha gente de nuestra edad se ha olvidado de casi todo su pasado», señala la autora a Cultura+Ciudad, tras presentar recientemente su obra en las municipalidades de Recoleta y Quinta Normal.

«Este libro es como una carta larga que culmina antes que la vejez añosa continuara hacia un rumbo desconocido», señaló en una de sus presentaciones.

Mujeres abandonadas a su suerte

Entre los hitos de su vida, la autora recuerda a las enseñanzas de su madre y la lectura de escritores como Marcel Proust, Oscar Wilde y Augusto D’Halmar.  También «la frustración de querer enrolarme en las brigadas que defendían la república española y que por mi joven edad mi madre me lo impidió enviándome a estudiar a Estados Unidos, donde comencé a cursar la carrera de servicio social».

Era la década de los años 30. «Me sirvió mucho haber estado en Estados Unidos durante una época excepcional, con el gobierno de Franklin Delano Roosevelt, cuando estalla la Segunda Guerra. Allí presencié grandes gestos humanos por casi cuatro años, siendo muy joven».

Al regresar a Chile, sintió un gran golpe cultural. «De partida, no me reconocían mis estudios de asistente social, tuve que validar. Muy luego comencé a trabajar con mujeres destituidas en la calle, y vi el trato inhumano. En Estados Unidos, que venía saliendo de una gran depresión económica, creando masiva pobreza y comenzando una guerra mundial, se produjo una revolución en solidaridad. Repito, es la época de Roosevelt. Llegar a Chile era ver otro mundo».

En nuestro país, su trabajo era con prostitutas que vivían prácticamente en la calle, «para sacarlas de esa situación». «Era todo muy informal entonces y ellas preferían esta informalidad. Las mujeres rechazaban la idea de tener un carnet que era parte del objetivo de la salud pública para el control de enfermedades. Ellas rechazan la idea de ser identificadas, en general ellas rechazan cualquier reglamentación. Pensaban que era para impedirles el ejercicio de su profesión».

Rojas trabajó en la unidad sanitaria en San Miguel durante varios años, en los cual pudo observar la clandestinidad de las prostitutas y de las parteras, «todo en una situación deplorable». En aquella época, la «T de cobre» fue un instrumento para prevenir el embarazo y evitar que las mujeres murieran en abortos clandestinos.

Era una labor con «mujeres en circunstancias difíciles, desprovistas del apoyo social y familiar dejadas a una suerte muy dirigida desde los poderosos. El Estado siempre abandona al débil a la larga, por el poderoso. Eso ocurría en 1950 y ahora también. Lo viví. Es la naturaleza precaria de nuestras sociedades construidas a medias».

Fue en esos años que conoció a Francisco Coloane. Se casaron en 1944. También ingresó al Partido Comunista, donde conoció a personajes hoy ya legendarios como Pablo Neruda, el editor Carlos Orellana, el rector de la UTE, Enrique Kirberg, el científico Alejandro Lipschutz y el propio Volodia Teitelboim.

En 1962, a los 44 años, fue exonerada del servicio de salud pública. «Se debió a los trabajos sociales con prostitutas y mujeres destituidas en estado de pobreza. Había mucho prejuicio y poca solidaridad».

Foto: Gabriel Pérez Mardones.

La experiencia china

Pero cuando se cierra una puerta, se abre otra. Tras su despido, Rojas consiguió un trabajo en China como traductora del inglés al castellano en la revista mensual China Reconstruye, que se publicaba en varios idiomas, en su edición en español. Allí viviría con Coloane y el hijo de ambos.

«Mi experiencia en China fue fundamental en mi vida. Llegar en 1962 con apenas 13 años de gobierno de República Popular, es un privilegio. Pude ver los cimientos de una nueva nación. Conocer a Madame Soong Ching- ling, en su cumpleaños, la Vice Presidenta y viuda de Sun Yat- sen, el primer presidente republicano, fue un privilegio».

Su trabajo de traductora y editora en la revista China Reconstruye estuvo bajo su tutela. Los chinos reconocían el aporte de los extranjeros cuando China era una “nación paria”, demonizada por Occidente.

«Había varias familias de chilenos, como los Borizón, los Moretic, el pintor Venturelli. Había técnicos y profesionales extranjeros de todas las latitudes. Los chinos construyeron su propia Naciones Unidas, con su carisma e inteligencia. Por eso están donde están. En mi libro hay algunos detalles de esta epopeya única de China por salir adelante», comenta.

La dictadura y el hoy

La familia volvería a Chile, donde sufriría luego, como tantos chilenos, la violencia del golpe militar.

«El odioso golpe de 1973 destruyó a las familias de la gran mayoría de los chilenos, especialmente de la gente de izquierda y a la que, en ese tiempo, eran para mí, como veo en el mundo de hoy, verdaderos progresistas e idealistas en el buen sentido de la palabra», escribe Rojas en el libro. «No había esa avidez por el dinero y el poder, que lo obliga a una a hacerse la pregunta de mi nieto (Francisco también): ‘¿para qué?'».

Hoy, a pesar de haber sido tan fuerte la dictadura, ella rescata «la solidez de resistir y salir adelante en la gente. Se ha remecido algo del lastre que dejó el dictador. Uno sobrevive con el lastre del pasado. Muchos sobreviven con ese lastre».

El tema del aborto es, en su opinión, una de las herencias del gobierno de Augusto Pinochet, que en 1989 ilegalizó tras medio siglo el aborto terapéutico.

«Hay todavía gente que desde un punto de vista religioso no acepta el aborto bajo ninguna circunstancia e intenta que se transmita como medida del Estado. Eso, como me lo demostró mi experiencia en los años 40 y 50, es estimular otro tipo de crimen, clandestino, involuntario tal vez, pero el daño es el mismo. La religión sigue permeando en el Estado en Chile como una cultura y no hay una separación real».

Rojas cree que el rumbo de Chile «está determinado por la posibilidad de que la gente ejerza realmente sus derechos, si uno ve lo del aborto se ve que es difícil. Antes, en los años 50, el aborto era considerado un problema social de pobreza, la dictadura lo convirtió en un tema ideológico. Eso es un retraso mayor».

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