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Obra «Mentes salvajes»: la verdadera rebeldía es soñar despierto CULTURA|OPINIÓN

Obra «Mentes salvajes»: la verdadera rebeldía es soñar despierto

En una experiencia teatral vía Zoom, el espectador aprecia conectado desde su casa cómo Paulina Urrutia, Héctor Noguera, Natalia Valdebenito, Francisca Gavilán y Gabriel Cañas interpretan a estos personajes en su dependencia de sueño espabilado.  


La obra Mentes Salvajes del dramaturgo Marcus Lindeen, irrumpe online y como experiencia pionera en el teatro, para explorar cómo una ensoñación consciente sin ataduras crea mundos, posibilidades y detalles, de la mano de angustias, esperanzas o frustraciones.

En plenos días de confinamiento y teleconferencias horrorosas, una caterva de honestos adictos al “sueño despierto,” comparten los confines de su ritual. Conocemos así a Nelson, quien se visualiza entrevistado como cantante famoso, mientras Ana, una bibliotecaria, crea  toda la vida imaginaria de un ex guionista llamado Jaime, al cual le ha inventado ancestros, casa y obra. Sandra, a su vez, es mormona y vive en un páramo extraordinario, donde sus héroes se postran ante sus súper poderes. Deborah inventó a Kevin, un traficante de drogas, para salir de la monotonía matrimonial. Andrés, vive una tercera edad y desea imaginar cosas sencillas, como convivir diariamente con la hija que nunca pudo tener. 

[cita tipo=»destaque»]A más pobreza material-espiritual, mayor pantallización y atrofia de la mirada atenta en el otro. La adicción digital es una fugacidad invasiva, no deja huella y no construye cerebro. Cimentar una red neuronal toma trabajo. Todo lo que sea tecnologías digitales en el aula por sobre los 10 años, bienvenidas. No por casualidad los genios-magnates, inventores de estas drogas digitales,  se dan el lujo de educar a sus hijos sin dispositivos hasta esa edad, en “escuelas-granjas onderas”.[/cita]

En una experiencia teatral vía Zoom, el espectador aprecia conectado desde su casa cómo Paulina Urrutia, Héctor Noguera, Natalia Valdebenito, Francisca Gavilán y Gabriel Cañas interpretan a estos personajes en su dependencia de sueño espabilado.  

Durante la temporada dirigida por Víctor Carrasco, los actores desde sus hogares, conseguirán en el asistente la sacudida de formar parte de una reunión íntima, la cual, puede enriquecer estos meses de encierro donde nuestro mundo neomedieval, vive el componente que le faltaba, una peste. 

¿El encierro actual podría intensificar las conductas de Ana, Andrés, Nelson Déborah y Sandra? ¿Hasta dónde nuestra capacidad de soñar lúcidos está incólume bajo los sobre estímulos digitales? En esta época iconográfica, divagar de esa forma es lengua muerta. 

Tal vez por ello tenemos unas cuatro décadas de refritos en el cine, la música y en varias artes. Quizás por ésto, los hijos escuchan la misma música que sus padres. A lo mejor, por ello no avanza la historia, con las mismas consignas grises en los muros y perdura esta Pax Augusta desde 1989. La creatividad está acorralada entre emails, mensajes de wsp, instagrams, netflixs o Xboxs on line. Ni hablar sobre la escasez de vocabulario y los evidentes problemas de lenguaje en los niños. El fonoaudiólogo, es hoy el nuevo sacerdote.

Soñar así es propio de las mentes creadoras, de las que resuelven problemas. La vida sin entuertos, no tiene sentido. Es el arte de cruzar peras con manzanas para lograr ideas originales. No por nada, el saxofonista protagonista del cuento El Perseguidor, de Cortázar, se asombra cuando constata cómo, toda su vida pasa delante de él, en un viaje de metro de sólo 15 minutos. 

¿Podrán ser soñadoras lúcidas las nuevas generaciones? Para la neurosiquiatra Amanda Céspedes, los niños están sufriendo una grave atrofia en su desarrollo neuronal debido a la “pantallización”. Entre los 6 meses y los 5 años, el cerebro de los niños no sólo debe construir lenguaje, además debe crear  redes neuronales para desarrollar las capacidades cognitivas necesarias y edificar la empatía.

Para relacionar redes antiguas con las nuevas, se necesita un proceso gradual y no uno basado en el bombarseo adictivo de un Smartphone en ese ciclo, que la neurociencia denomina “periodos críticos”. Sin este desarrollo, habrá pobreza de lenguaje y pensamiento, un adolescente o un adulto indiferente al entorno y al sufrimiento ajeno. 

Basta ver cómo estalló la actual generación nacida en el 2000 por Plaza Italia. Mientras los G90 y millennials deseaban marchar, los centennials optaron en su mayoría por destruir el ágora, chuzo en mano, rayado de baño público y orina en ristre, sin importarles su seguridad, o el que ahí habiten personas también víctimas del sistema. Y no fue sólo en el 18/O, por diez años la Fiesta del Roto Chileno en la plaza Yungay, fue mear y hasta defecar en las puertas de los vecinos, según consta en carta del poeta Mauricio Redolés.

A más pobreza material-espiritual, mayor pantallización y atrofia de la mirada atenta en el otro. La adicción digital es una fugacidad invasiva, no deja huella y no construye cerebro. Cimentar una red neuronal toma trabajo. Todo lo que sea tecnologías digitales en el aula por sobre los 10 años, bienvenidas. No por casualidad los genios-magnates, inventores de estas drogas digitales,  se dan el lujo de educar a sus hijos sin dispositivos hasta esa edad, en “escuelas-granjas onderas”.

Ya en un ámbito más místico, soñar despiertos es parte de una intervención sicológica de la realidad. Una lectura audaz de Jung, permite aseverar cómo las personas nacen con una capacidad de entender el mundo por analogía, pero el sistema educacional atrofia ese talento y lo manda a vivir al mundo onírico.  

Se debe permitir la práctica, para así pensar/percibir en analogía. Para Gastón Soublette en su libro “La poética del acontecer”, la realidad se gobierna por dos leyes, la de causa – efecto y la de analogía. La primera, es una explicación mecánica de cómo una hecho A genera un B. La otra, es una explicación del contexto de todas las repercusiones, que armonizan el hecho A con el B. 

Nuestra mirada interviene la realidad y no lo notamos, según el compositor y profesor de estética. Cada causa efecto entra en relación con otras cadenas, para formar sistemas de sentido. Pero sólo se activará, si la persona se sabe un agente sicológico y no un títere hipnotizado.

Al escritor Gustav Meyrink, en El Golem, le preocupaba que fuéramos para el destino, nada más que un trozo de papel espoleado por el viento. Una forma de rebelarse, sería aceptar nuestra siquis, no sólo como evasión o sortear el test laboral. Soñar/pesar en grande, podría convertirnos en protagonistas de nuestras vidas. Si es que ese Twitter, WhatsApp o Instagram, omnipresentes, nos lo permiten un par de horas al día, o a la semana. 

Mentes salvajes: 16 mayo al 26 jul. Ju a sá – 21 h, Do – 20 h.//$3.000 Preventa  $4.000 entrada única.//La obra podrá verse por Zoom (instrucciones de compra y uso de plataforma en gam.cl).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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