En una sociedad moderna que se ha visto convulsionada por demandas sociales en diversos países, las que urgen por mayor equidad, justicia y participación, ha quedado en evidencia que junto a esto presenta una grave crisis ambiental. Por esto, se hace urgente que la dignidad del ser humano sea lo que nos guíe en la solución de los problemas, que son de naturaleza socio ambiental. En esta realidad surge con gran pertinencia la idea de Edgar Morin de “civilizar la tierra”, en el sentido de que solo es posible progresar en este ámbito si se hace en un contexto de solidaridad. Sin embargo, esto requiere un análisis y acción conducente a una solidaridad con sentido, no impuesta, sino vivida como una real fraternidad. Y esto que es “válido para una patria en particular, debe aplicarse ahora a la patria terrestre común”.
Recientemente se desarrolló a través de la organización del Senado, su Comisión Desafíos del Futuro y el apoyo de varias universidades, un encuentro de homenaje al destacado sociólogo y filósofo francés, Edgar Morín, quien cumplió cien años. El objetivo fue abordar a partir del concepto de Tierra-Patria, los desafíos que nos plantea el futuro y cómo desde la Educación podemos generar una reforma de este pensamiento. Participaron en diversas mesas de discusión, un destacado grupo de profesores e investigadores de diferentes países, una selección de académicos que han sido marcados por la palabra y enseñanza este destacado pensador francés. Edgard Morin en su libro Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, plantea la necesidad de generar una reforma del pensamiento, un cambio en el que se enseñe la condición humana, la identidad terrenal, la comprensión y la ética del género humano, entre otros. Hoy, la necesidad de este cambio resuena con mayor fuerza.
Es notable el concepto de Tierra-Patria que nos entrega Edgar Morin, ya que podemos encontrar similitudes con lo que nos plantea el Papa Francisco en sus cartas encíclicas Laudato Si´, sobre el cuidado de la casa común y en Fratelli Tutti sobre la fraternidad y amistad social. Por una parte, Morin nos habla de la Tierra como la “casa común” de todos los seres humanos y de cómo es preciso reconocer nuestro vínculo consustancial con ella y trabajar entonces por una buena convivencia con esta casa que nos acoge. Así también, en Laudato Sí, refiriéndose a la comunión universal, el Papa Francisco nos señala que “todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.” (LS92). Hay una gran coincidencia en ambos mensajes, en el sentido de que tenemos el desafío urgente de proteger y cuidar nuestra casa común y ese desafío incluye por cierto a toda la familia humana.
Otro de los elementos en común es el del valor de la diversidad. Morin se refiere a ella como el “tesoro de la unidad humana” que es a su vez el tesoro de su diversidad, que se expresa a través de la variedad de las culturas. En este mismo sentido, en Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos habla de la falta de alteridad, de “la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, algunos en el corazón, muros en la tierra para evitar este lugar de encuentro con otras culturas, y en especial con otras personas “(FT27). Así es como Francisco nos señala de la necesidad de entender que puede haber diversidad de miradas, de opiniones, de perspectivas, y que ello no es un obstáculo, sino por el contrario, es una oportunidad que enriquece el diálogo y la convivencia en nuestra sociedad.
En una sociedad moderna que se ha visto convulsionada por demandas sociales en diversos países, las que urgen por mayor equidad, justicia y participación, ha quedado en evidencia que junto a esto presenta una grave crisis ambiental. Por esto, se hace urgente que la dignidad del ser humano sea lo que nos guíe en la solución de los problemas, que son de naturaleza socio ambiental. En esta realidad surge con gran pertinencia la idea de Edgar Morin de “civilizar la tierra”, en el sentido de que solo es posible progresar en este ámbito si se hace en un contexto de solidaridad. Sin embargo, esto requiere un análisis y acción conducente a una solidaridad con sentido, no impuesta, sino vivida como una real fraternidad. Y esto que es “válido para una patria en particular, debe aplicarse ahora a la patria terrestre común”.
Las universidades tenemos una responsabilidad en formar de manera integral a los jóvenes y en aportar con conocimiento a la sociedad hacia un pensamiento que incluya estos conceptos. Es preciso hacer un giro hacia la formación de nuestros jóvenes en la interdisciplinariedad, de manera que su visión del mundo sea una de integración, donde la sustentabilidad, -es decir la “durabilidad” y no el “descarte”-, sea la forma de vida, la manera en que organicemos nuestras comunidades y nuestra sociedad. Nuestras instituciones han de estar al servicio de una sociedad solidaria, en la que prevalezca la inclusión y la ética de la diversidad. Solo así, desde la educación superior estaremos promoviendo la equidad, la justicia social y la paz sustentable. El pensamiento de Edgar Morin se renueva al alero de nuestras instituciones, por esto, su juventud nos motiva.