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Productor de Fábula: “En ciertos territorios producir cine es, ante todo, un acto de convivencia” CULTURA Crédito: Diego Araya Corvalán

Productor de Fábula: “En ciertos territorios producir cine es, ante todo, un acto de convivencia”

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Andrea Albertano
Por : Andrea Albertano Periodista argentina. Trabajó en La Prensa, Clarín y Veintitrés y, en España, en el ABC de Madrid. Licenciada en Periodismo de la Universidad del Salvador (Argentina) y Máster en Periodismo Profesional de la Universidad Complutense de Madrid (España). Actualmente escribe para Forbes Argentina.
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En esta entrevista, Alejandro Wise cuenta cómo se filmó “Wild Horse Nine” en Rapa Nui, un territorio con reglas propias que obliga a replantear metodologías habituales.


Bajo el título “Filmar en locaciones remotas en un país lejano: casos de éxito desde Chile”, referentes de la industria chilena compartieron en Buenos Aires aprendizajes, desafíos y estrategias construidas desde rodajes de alta complejidad en escenarios naturales únicos.

La jornada –que se realizó en el marco del encuentro Ventana Sur- comenzó con una bienvenida de Constanza Alegría, de ProChile, quien presentó el espíritu del encuentro. Por su parte, Yerko Martínez, de Film Commission Chile, ofreció un panorama integral sobre el contexto del país y la diversidad de locaciones que han posicionado a Chile como un destino atractivo para producciones internacionales.

En ese entorno, Alejandro Wise, productor de Fábula, expuso la experiencia del rodaje de “Wild Horse Nine” en Rapa Nui, una locación donde la geografía, la logística y la comunidad imponen un modo de trabajo particular. Alejandro, de gran experiencia internacional, con trabajo con directores como Pablo Larraín y Sebastián Lelio, cuenta al respecto en la siguiente entrevista.

Crédito: Diego Araya Corvalán

-Decís que Rapa Nui no es una locación sino un territorio vivo. ¿Cómo transformó esa realidad la manera en que produjeron “Wild Horse Nine”?

-Desde el inicio entendimos que Rapa Nui no podía ser tratada como un simple escenario. Es un territorio con historia, cultura y memoria, además de una relación muy profunda entre la comunidad y el espacio que habita. Esa realidad nos obligó a cambiar la lógica habitual de producción. Las decisiones, desde el movimiento del equipo hasta el uso de una locación, debían dialogar con el entorno, la arqueología y su significado cultural. Produjimos escuchando más, planificando mejor y entendiendo que el respeto no era un requisito administrativo, sino una condición esencial para que la película existiera y conviviera con el funcionamiento habitual de la Isla.

-Antes de filmar, dedicaron mucho tiempo a construir confianza con Mau Henua (Comunidad Indígena Rapa Nui, administradora del Parque Nacional Rapa Nui), CODEIPA (Comisión de Desarrollo y Participación Indígena) y toda la comunidad de la isla. ¿Qué aprendieron de ese diálogo y qué decisiones concretas del rodaje cambiaron a partir de él?

-Aprendimos que el diálogo temprano y genuino evita conflictos futuros y mejora la convivencia entre la comunidad Rapa Nui y la película. Escuchar a la comunidad nos permitió entender qué espacios eran sensibles, qué ritmos debíamos respetar y qué prácticas no eran aceptables. Eso cambió decisiones muy concretas: horarios de rodaje, desplazamientos del equipo, cantidad de personas en set, e incluso la manera en que se tuvieron que “resolver” ciertas escenas. La confianza se construyó con coherencia entre lo que decíamos y lo que hacíamos, y eso fue determinante para el desarrollo del rodaje.

-Filmar en una isla a la que todo llega por aire o barco implica otra escala de producción. ¿Cuál fue el mayor desafío logístico y cómo lo resolvieron sin comprometer la película?

-El mayor desafío fue aceptar que la logística no iba a responder a los tiempos ni a la flexibilidad del continente. La carga aérea era limitada pues es como se abastece Rapa Nui diariamente. Además, tuvimos que enviar mucho equipamiento, materiales de construcción para escenografías, ambientación y vehículos por barco con bastante anticipación. La clave fue priorizar, reducir y planificar con todos los equipos involucrados. Elegimos, junto al equipo internacional, qué era realmente indispensable para contar la historia y adaptamos el diseño de producción a esa realidad, sin intentar forzar una escala que el territorio simplemente no permite. En la práctica, la carga total del rodaje se distribuyó en tres barcos y más de dieciséis vuelos.

-Mencionás que en territorios extremos “un equipo pequeño rinde más”. ¿Qué ventajas reales les dio reducir la estructura en un rodaje tan exigente?

-Un equipo más pequeño toma decisiones más rápido, se adapta mejor a los cambios y genera un menor impacto en el entorno. En Rapa Nui eso fue fundamental. Menos personas implican menos traslados, una carga logística más liviana y más tiempo efectivo de filmación. Además, favorece una dinámica de trabajo más cercana y colaborativa, donde todos entienden el contexto y asumen sus responsabilidades con mayor conciencia.

Esto fue comprendido muy bien por el equipo y, en conjunto con Mau Henua, entidad que administra el Parque Nacional Rapa Nui, establecimos aforos limitados para determinados espacios, especialmente en sitios arqueológicos, mientras el resto del equipo continuaba con sus labores de producción en el pueblo de Hanga Roa.

-En este proyecto se cruzaron equipos chilenos con equipos internacionales. ¿Qué aportó cada mundo y qué “lenguaje común” creés que se creó durante la filmación?

-El equipo internacional aportó experiencia en metodologías, planificación y estándares técnicos propios de producciones de esta escala. Quienes llegaron como parte del crew internacional habían participado previamente en producciones de alto reconocimiento a nivel mundial, lo que elevó el estándar general del trabajo.

Por su parte, el equipo local es uno de los más experimentados de Chile y llevamos muchos años trabajando juntos en producciones grandes y complejas. Esa trayectoria permitió acompañar a la producción internacional con una gran capacidad de adaptación y una forma muy resolutiva de enfrentar los desafíos, algo que sorprendió gratamente al equipo extranjero y que me fue manifestado en varias oportunidades.

El lenguaje común que se construyó fue el del respeto y la colaboración. Todos entendimos que la película estaba por sobre las diferencias culturales y que el contexto exigía flexibilidad, diálogo y confianza mutua.

-Como productor de Fábula, tenés una visión privilegiada de la industria. ¿Qué sorprende más a los equipos extranjeros cuando vienen a filmar a Chile?

-La combinación entre diversidad geográfica y nivel profesional. Muchos se sorprenden de que en un solo país puedas filmar desierto, glaciares, montaña, costa y ciudad, con equipos técnicos altamente preparados. También suele sorprender la capacidad creativa y el compromiso de los equipos locales, que están acostumbrados a resolver condiciones complejas sin perder calidad.

-Chile ofrece una diversidad geográfica enorme. ¿Qué locaciones o territorios del país creés que aún están subutilizados por el cine internacional?

-Creo que hay zonas de la Patagonia más interior, lejos de los circuitos habituales, que aún tienen un enorme potencial cinematográfico. También ciertos paisajes cordilleranos del norte y del centro sur, y territorios insulares menos conocidos que podrían ofrecer escenarios únicos. Muchas veces lo que falta no es el paisaje, sino mayor difusión, infraestructura básica y acompañamiento a las producciones con expertos que conozcan los territorios.

-Hablaste de tres pilares para acompañar producciones globales: transparencia, equipos sólidos y flexibilidad. ¿Cómo se construyen esos pilares en la práctica, dentro de una productora como Fábula?

-Estos pilares se han construido a lo largo de años de experiencia y de trabajo conjunto con grandes colaboradores, que han sido fundamentales para convertir a Fábula en una de las productoras más relevantes de la región. Sin ese ecosistema de colaboradores, nada de lo que hacemos sería posible.

En la práctica, la transparencia implica comunicar desde el primer día de manera clara y honesta: costos, permisos, riesgos reales y condiciones del territorio. Los equipos sólidos se forman a través del trabajo constante y la confianza en profesionales que conocen profundamente el oficio y están preparados para operar en distintos contextos. Y la flexibilidad se desarrolla entendiendo que cada proyecto es único, y que los planes deben adaptarse a la realidad específica de cada rodaje.

En Fábula, estos pilares no son solo principios declarativos, sino parte esencial de nuestra cultura de trabajo cotidiana.

-ProChile está impulsando la internacionalización del audiovisual. ¿Qué rol cumplen estas iniciativas en atraer producciones y qué políticas faltan para consolidar aún más ese posicionamiento?

-Estas iniciativas son claves para visibilizar a Chile como un destino confiable y competitivo. Ayudan a generar redes, atraer miradas extranjeras y articular al sector público con la industria. Para consolidar ese posicionamiento, sería fundamental avanzar en incentivos más robustos, mayor agilidad administrativa y políticas de largo plazo que den estabilidad y previsibilidad a quienes deciden filmar en el país.

-Después de una experiencia tan intensa como “Wild Horse Nine”, ¿qué imagen, momento o aprendizaje te quedó grabado como productor y por qué?

-Me quedó muy grabada la idea de que en ciertos territorios producir cine es, ante todo, un acto de convivencia. La imagen no es solo un plano bien fotografiado, sino el resultado de haber respetado un lugar, una comunidad y una historia. Como productor, ese aprendizaje es probablemente el más valioso: entender que cuando el proceso es honesto y respetuoso, la película lo devuelve en pantalla.

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