CULTURA|OPINIÓN
Santiago en Beats, la electrónica chilena como corazón de la economía creativa
La electrónica chilena no es solo una fiesta, es talento, libertad y profesionalismo. Es una industria cultural y creativa que genera trabajo, impulsa turismo, innova en tecnología sonora y da forma a una identidad urbana contemporánea.
En Santiago, hace apenas unas semanas, en un mismo día y a menos de veintiún kilómetros de distancia, fue posible presenciar dos mundos que laten al mismo pulso. En el sector norte de la ciudad, Holy Priest, uno de los mayores DJ exponentes del hard techno y schranz europeo, estremecía al público del Respira Festival con su energía cruda, industrial y acelerada. Mientras, en el centro de la ciudad, Argy, DJ referente global del melodic techno y deep house, hacía vibrar a una multitud con un sonido elegante, hipnótico y cinematográfico. Esa coincidencia, dos de los DJs referentes globales de estilos opuestos, convocando a miles de personas en una misma noche, refleja la madurez cultural de una capital que se ha convertido en un verdadero epicentro mundial de la música electrónica. Un cartel que no envidia a Berlín, Ámsterdam o Madrid.
Así, Creamfields Chile 2025 trajo a nombres legendarios como David Guetta, Armin van Buuren, deadmau5, Alok, Claptone, Ben Klock, Chris Liebing, Lost Frequencies, Fedde Le Grand, R3HAB y Cassian, junto a talentos del deep house y techno más exigente. Mientras, Respira Festival, por su parte, confirmó el auge del hard techno y schranz con figuras como Holy Priest, Reinier Zonneveld, I Hate Models. Klangkuenstler ya había pasado semanas previas. Días más tarde, DAME en asociación con Tresor Berlín, anunciaba en el Caupolicán a Jon Atkins y Blake Baxter, a los padres del techno directamente desde Detroit. Para los próximos días se presentan en la ciudad el DJ David Lohlein, además del esperado regreso de Charlotte de Witte y Arbart. Todo esto conforma un panorama tan diverso como apasionante, un ambiente donde convive desde el house más melódico al techno industrial, del trance luminoso al schranz más visceral.
Chile no es solo espacio, también cuenta con referentes internacionales que son verdaderos embajadores de su sonido. Nombres como Francisco Allendes, residente en Ibiza y figura central del house europeo; Luciano, fundador del sello Cadenza y protagonista de la escena global; los hermanos Pier y Andrés Bucci, pioneros de la electrónica experimental; Chica Paula, desde Berlín, con su mezcla de arte sonoro y performance; Latin Bitman, desde Los Ángeles, con su fusión latino-electrónica; el inigualable Ricardo Villalobos, considerado uno de los productores más influyentes del planeta y el talento de Felipe Valenzuela uno de los chilenos más referenciados de la escena internacional. Todos ellos confirman que Chile tiene una voz propia en el mapa mundial de la electrónica.
Pero el fenómeno no termina ahí. Detrás de esta cartelera global hay una escena criolla sólida y creativa que explota talento y estilo. Esa diversidad encuentra su fuerza en los espacios, fiestas y clubes que mantienen viva la cultura electrónica durante todo el año. Club Room, Ex Fábrica, Espacio Riesco, Teatro Caupolicán, Blondie, Club Subterráneo, Club La Feria, Mamba, Matucana 100 y los rincones del cordón Matta son verdaderos templos del sonido y la experiencia. En ellos convergen DJ, productores, visualistas, diseñadores y un público plural, amplio, diverso que entiende la música como comunidad y creación. Y, en paralelo, el underground electrónico chileno robusto que entiende la creación no como consumo, aporta lucidez, experimentación, libertad y disidencia cultural. En fiestas como Dame, Misa, Mimas, Cachorros, Explícito, Spot Freedom, Babilón, Lick, Club Mami, Picamarica, Melaniewonder, Pandora, Frenesí, Imperio o Encuentros Subversivos, florece una energía creativa que rompe los moldes de género y estética, que desafía lo convencional y mantiene encendida la esencia más auténtica del club, la unión entre sonido, cuerpo y libertad.
Hay una nueva generación que viene con fuerza encabezada por Sepha, Nsperger, Sara/César Gacitúa, Daniela Fuzz, Andrea Paz, Dupouy, Umho y Fernanda Arrau, más otros, que están marcando una identidad sonora local que cruza géneros, territorios y estéticas. Desde los grandes festivales hasta las pistas más íntimas, estos creadores están abriendo caminos, conectando lo digital con lo emocional y demostrando que Chile ya no solo consume electrónica, sino que la produce, la transforma y la exporta.
En estos espacios, transversales, abiertos y profundamente humanos, la gente se expresa sin miedo y sin etiquetas. Quienes asisten lo hacen desde una libertad individual y creativa, con su cuerpo, su identidad y su forma única de proyectarse. Son lugares plurales, democráticos, seguros y garantes de la libertad, donde conviven todas las identidades y sensibilidades, donde sienten pertenencia todos los marcianos de todos los planetas. Esa mezcla de diversidad y respeto es, quizá, la expresión más avanzada y honesta de una ciudadanía cultural que hoy existe en nuestros entornos urbanos.
En países como Holanda o Alemania, la música electrónica no solo es reconocida culturalmente, sino que forma parte de la política pública. En Berlín, el techno fue declarado patrimonio cultural y recibe apoyo estatal para festivales y clubes que impulsan innovación artística. En Ámsterdam, el Amsterdam Dance Event (ADE) cuenta con respaldo del gobierno, universidades y ministerios de cultura, generando miles de empleos y turismo creativo. Y en América Latina, países como Uruguay, Argentina y México comienzan a integrar la música electrónica dentro de sus estrategias de economía creativa, con fondos, incentivos y festivales que demuestran que la región también reconoce el valor de este movimiento. Chile, con su talento y efervescencia, debe seguir ese camino y convertir su escena electrónica en una política cultural de presente y futuro, con apoyo institucional y proyección internacional.
La electrónica chilena no es solo una fiesta, es talento, libertad y profesionalismo. Es una industria cultural y creativa que genera trabajo, impulsa turismo, innova en tecnología sonora y da forma a una identidad urbana contemporánea. Es, en definitiva, una expresión de arte y de futuro que nos conecta con el mundo y nos recuerda que la creatividad es también una fuerza económica y social. Hay una ciudad que late en beats y el mundo los está escuchando.
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