Publicidad
Byung-Chul Han, Premio Princesa de Asturias 2025: menos libres que nunca CULTURA|OPINIÓN

Byung-Chul Han, Premio Princesa de Asturias 2025: menos libres que nunca

Publicidad

Su discurso en Oviedo reforzó esta idea: “Una democracia sin comunidad colapsa.” Las redes sociales, según él, crean la ilusión de comunidad mientras aíslan, los influencers reemplazan a los modelos éticos y la conversación pública se convierte en eco.


Creemos que la sociedad en la que vivimos hoy es más libre que nunca. En cualquier ámbito de la vida, las opciones son infinitas. También en el amor, gracias a las aplicaciones de citas. Todo está disponible al instante. El mundo se asemeja a un gigantesco almacén donde todo se vuelve consumible. El infinite scroll promete información ilimitada. Las redes sociales facilitan una comunicación sin límites. Gracias a la digitalización, estamos interconectados, pero nos hemos quedado sin relaciones ni vínculos genuinos.  El legado del liberalismo ha sido el vacío. Ya no tenemos valores ni ideales con que llenarlo”.

Byung-Chul Han, fragmentos del discurso Premio Princesa de Asturias Comunicación y Humanidades 2025

El Premio Princesa de Asturias 2025 entregado recientemente a Byung Chul Han consagra no solo una trayectoria, sino que coincide con un cambio de tono del destacado filósofo y escritor. En efecto, transita por una deriva del diagnóstico sombrío sobre la sociedad digital a la esperanza. En Oviedo, Chul Han habló del “colapso inminente del capitalismo”, pero también del renacimiento del espíritu.

“Los parlamentos se convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos”, repitió con serenidad. Sin embargo, su visión, lejos de ser apocalíptica, es escatológica. Su finalidad no es destrucción, sino revelación.

El reconocimiento de la Fundación Princesa de Asturias subraya su “mirada intercultural y su brillantez para interpretar los retos de la sociedad tecnológica”. También mencionan que “su obra revela una capacidad extraordinaria para comunicar de forma precisa y directa nuevas ideas en las que se recogen tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente”

Pero su mayor legado es haber devuelto al pensamiento contemporáneo la voz de lo espiritual sin caer en el dogma. Han encarna el tránsito del filósofo heideggeriano, que busca el sentido del ser al místico contemporáneo, que busca el silencio donde el ser se revela.

Chul Han nació en Seúl, República de Corea, en 1959, bajo la disciplina estricta de su madre, amante de la música de Bach. Le transmitió la inquietud por un mundo distinto; el de la belleza, la armonía y la contemplación. Su padre era un ingeniero civil que esperaba de su hijo una carrera práctica, no filosófica. Comenzó estudiando Metalurgia en Corea, cumpliendo temporalmente ese destino técnico. Esa chispa fue decisiva: a los 22 años viajó a Alemania para continuar sus estudios técnicos, pero en realidad partía para estudiar Filosofía.

Este gesto marca el punto de partida simbólico de su vida intelectual: la ruptura con la obediencia industrial y la apertura hacia el pensamiento como forma de existencia. En Friburgo, bajo la sombra de Martin Heidegger, se doctoró con una tesis sobre el pensador de Ser y Tiempo. Allí germinó su método, una hermenéutica del agotamiento contemporáneo, la búsqueda de sentido en un mundo que ha olvidado el ser y se ha extraviado en la hiperactividad del tener.

La huella del ser en la era digital

El joven Chul Han encontró en los estudios sobre Heidegger una fuerte inspiración en los textos sobre el ser, la alteralidad, el estado de ánimo, la crítica a la técnica y la denuncia de la pérdida de arraigo espiritual del hombre moderno. Pero su paso por Alemania lo transformó. No se convirtió en un exegeta de Heidegger, sino en un intérprete oriental de su ontología, con una mirada e impronta critica, racional y radical, capaz de cruzar los ríos de la fenomenología occidental con la calma del pensamiento zen.

Su obra inicial, todavía impregnada del lenguaje denso del existencialismo, derivó pronto hacia una escritura fluida, breve y contundente. A diferencia de los grandes tratados filosóficos, Chul Han se propuso escribir con la simpleza de un haiku. El diagnóstico épocal debía ser conciso, legible, viral incluso. “La claridad es también una forma de resistencia”, escribió alguna vez.

En 2010 ha publicado La sociedad del cansancio, el ensayo que lo consagró como fenómeno editorial y lo instaló en el imaginario global. En cien páginas describe la mutación del capitalismo disciplinario en un capitalismo del rendimiento, donde ya no somos explotados por otros, sino por nosotros mismos. Han traduce la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo al lenguaje de la auto explotación neoliberal: “el sujeto del rendimiento se explota a sí mismo creyendo que se realiza”.

Este diagnóstico, simple y devastador, convirtió a Chul Han en una especie de espejo moral de la era digital. Sus lectores, desde millennials hasta boomers, profesores, terapeutas y ejecutivos, encontraron en su estilo una brújula para sobrevivir al vértigo del éxito. Sin embargo, su mérito fue precisamente haber traducido al lenguaje cotidiano los síntomas invisibles del capitalismo tardío: depresión, ansiedad, hiperactividad, déficit de atención, burnout al fin de cuentas.

También tomó de Heidegger (y de los griegos) la noción de “des ocultamiento” “aletheia”, y la trasladó a su crítica de la sociedad de la transparencia, un mundo donde todo se expone y nada se revela. En La sociedad de la transparencia (2012), denuncia cómo el deseo de visibilidad y exposición perpetua destruye la intimidad, y por tanto, la posibilidad de lo sagrado.

En esta línea, Chul Han reformula la ontología heideggeriana en clave digital: ya no es el ser el que se oculta tras el ente, sino el sujeto el que se diluye en la imagen y el dato.

A diferencia de los críticos académicos, Chul Han no busca soluciones políticas, sino terapias espirituales. Frente al mandato de la productividad, propone la lentitud; frente a la positividad tóxica, el silencio; frente a la conexión constante, la contemplación.

La lentitud como resistencia

Su elogio de la inactividad no es una invitación al ocio pequeño burgués, sino una recuperación del tiempo sagrado. En un mundo que ha convertido el descanso en productividad (wellness, mindfulness), Chul Han reivindica la quietud como forma de resistencia.

También sostiene que la modernidad tardía ha sustituido el sufrimiento por la obligación de estar bien. En lugar de prohibiciones, el sistema nos ordena ser felices, eficientes y creativos.

Esta “positividad total” genera las enfermedades neuróticas de nuestro tiempo. La estética contemporánea hecha de likes y filtros ha abolido lo sublime, sustituyendo la conmoción por la complacencia.

Del filósofo digital al teólogo del silencio

En la publicación más reciente de Chul Han, Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (2025), tras años analizando el capitalismo y neoliberalismo, el pensador coreano-alemán vira hacia la espiritualidad. Inspirado en la mística filosofa francesa, la inmensa Simone Weil, aborda la “crisis de fe” del mundo contemporáneo. No se trata de una conversión súbita, sino de una coherencia profunda; su elogio del silencio y la contemplación siempre fue, en el fondo, una teología laica.

En su nueva etapa, Han afirma que Dios no ha muerto, sino que ha sido sepultado bajo la saturación informativa. El vacío que describe ya no es solo social o psicológico, sino metafísico. Su catolicismo no es militante ni confesional, sino fenomenológico.  Esta deriva hacia la fe ha nos ha sorprendido a muchos de sus seguidores seculares, pero Chul Han no reniega de su pasado crítico; más bien, lo integra en una síntesis entre Oriente y Occidente. De Heidegger toma el ser, de Weil la gracia, del budismo la nada. En esta triada construye un humanismo espiritual que propone reconciliar la técnica con la trascendencia.

El éxito de Han, con más de dos millones de libros vendidos en treinta idiomas, ha generado la paradoja de un filósofo que denuncia la hiperproductividad mientras publica un título por año. Algunos lo acusan de incoherencia o de haber convertido la crítica al liberalismo en una estrategia de branding. Otros lo defienden como un “maestro zen del pensamiento contemporáneo”, capaz de comunicar ideas profundas sobre la sociedad digital con claridad y sensibilidad poética.

Su figura pública es en sí una performance total. Narró a la prensa española que es “un oriental que circula en bicicleta por Berlín, que vive rodeado de plantas, huyendo de las redes y tocando al maestro Bach en sus dos pianos”. Vive como escribe; entre la nostalgia y la advertencia, entre el retiro y el espectáculo. Su frase más citada -“pensamos que somos libres, pero solo pasamos de una adicción a otra”- resume su diagnóstico. La libertad moderna es adictiva.

La crisis del relato

Su discurso en Oviedo reforzó esta idea: “Una democracia sin comunidad colapsa”. Las redes sociales, según él, crean la ilusión de comunidad mientras aíslan, los influencers reemplazan a los modelos éticos y la conversación pública se convierte en eco.

Los textos de Byung-Chul Han, en su aparente brevedad y fragmentación, son en realidad fractales que se replican unos en otros, desplegando un mismo pulso ontológico desde distintas formas del vértigo contemporáneo. Cada obra es una variación del mismo gesto: pensar la herida de lo humano frente a la técnica. Sin embargo, aunque su mirada ilumina con lucidez el exceso, la transparencia y el cansancio del sujeto, Han no ha querido aún mirar de frente las sombras más recientes: la inteligencia artificial general (IAG) y el transhumanismo rampante que amenaza con disolver lo que aún queda de espiritualidad.

Quizás esa omisión sea deliberada, una forma de resistencia contemplativa frente al ruido de la novedad. O tal vez sea la última invitación del filósofo, que seamos nosotros quienes completemos su pensamiento, quienes nos atrevamos a pensar sin prótesis, sin algoritmos, sin intermediarios. Porque, al final, como él mismo ha demostrado, pensar no es un lujo académico ni una nostalgia del espíritu, sino un acto radical de supervivencia.

Pensar, hoy, es el modo más humano de seguir siendo humanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad