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“Hombre en venta” de Daniel Pizarro: un presente que parece extenderse como un peso o una condena CULTURA|OPINIÓN Crédito: Cedida

“Hombre en venta” de Daniel Pizarro: un presente que parece extenderse como un peso o una condena

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Luis Caroca Saavedra
Por : Luis Caroca Saavedra Escritor. Autor de “Los esquilmadores” y de “Espesos ríos de tinta”.
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El autor nos sumerge en su literatura de crítica al embrutecedor sistema capitalista por medio de cuentos que muestran las divagaciones de personajes por recovecos inesperados, con uso de la memoria y de manera muy central: el hastío al trabajo.


Leer este libro es una consecuencia de haber leído el anterior: Úlceras del tiempo. Ambas obras forman parte la serie Odisea de la especie y, desde esa perspectiva, es de esperar leer los siguientes títulos para tener una visión global del objetivo literario de Daniel Pizarro.

Por esto mismo, le pregunté el autor: ¿Cómo se origina y qué te motiva a llevar adelante esta serie de libros a la que das el nombre de Odisea de la especie?

“La serie fue tomando forma a medida que seguía escribiendo y publicando los textos en una revista digital, una colaboración que lleva más de diez años. No es un proyecto que me hubiese propuesto por anticipado, el alcance o las dimensiones se me aparecieron más bien hacia el final del trabajo de selección y organización, cuando resolví que, dado el volumen de escritos, era posible y sobre todo aconsejable por la cantidad de páginas pensar en un conjunto de cuatro libros, los que finalmente comprenden la serie”.

“Respecto de los motivos, en primer lugar puedo decir que los textos, los relatos, las historias o como se los quiera llamar surgen de las mismas fuentes, lo que permitía concebirlos como partes de un proyecto narrativo coherente. Luego, cuáles son esas fuentes o motivaciones que los inspiran, eso es más complejo de formular o precisar, particularmente porque siempre hay una suerte de punto ciego en el escritor, el lugar desde donde observa la realidad y que escapa a su observación. Tratando de responder a la pregunta, yo diría que los textos fueron surgiendo de un desajuste entre el narrador y lo narrado, un discreto paso al margen, un leve giro del ángulo de observación que modifica por completo el punto de vista. El narrador se empecina (hay ahí una decisión, no lo desconozco) en mirar al sesgo: desde esta posición el mundo adquiere otros contornos. Que estos sean más o menos irreales, más o menos exagerados, más o menos deformes o grotescos, es cuestión que queda a juicio del lector”.

“A no ser que sus motivaciones sean esencialmente comerciales, diría que la literatura surge de la inquietud por comprender lo que nos tocó vivir, un tiempo cuya duración es por supuesto discutible pero, como intento exponer en algunos de los textos, aquí se trata de un presente que parece extenderse desde bastante atrás como un peso o una condena. De esta relación polémica con el tiempo presente fueron surgiendo los textos hasta formar un mosaico o una constelación que al ir creciendo me hizo concebir este proyecto acaso desproporcionado, cuya medida de desproporción, en todo caso, se queda corta respecto de la realidad que nos ha tocado vivir”.

Pero voy a Hombre en venta, la obra que nos convoca. Dividido en tres secciones: El canto de un ventrílocuo, Los picapiedras y El signo que nos rige, queda de manifiesto cierto fatum, un destino inexorable al estilo griego que cruza todos los cuentos del libro. Por medio de una prosa llana, pero a la vez muy cuidada (y con esto queda claro el oficio del autor), aparecen textos que modifican nuestra visión usual de muchas situaciones comunes y domésticas, con una perspectiva diferente que influye en el estado de ánimo del lector. Pizarro nos sumerge en su literatura de crítica al embrutecedor sistema capitalista por medio de cuentos que muestran las divagaciones de personajes por recovecos inesperados, con uso de la memoria y de manera muy central: el hastío al trabajo.

A medida que leemos Hombre en venta percibimos cierto halo triste como también una mirada a los defectos físicos, al dolor y abuso, a lo tragicómico de la vida. A veces, la prosa del autor deja la llanura y se pone densa, como arena movediza. Aparece lo grotesco, con personajes pequeños, mínimos.

El narrador reflexiona en la manera de contar su relato describiendo a estos personajes, en una especie de intrahistoria. Sus comentarios son recurrentes en el transcurso del libro, por ejemplo, cuando da a conocer la expresión “Pienso yo” como también “¿O qué se yo?”.

Podría mencionar una serie de aspectos interesantes de cada relato, pero me parece central y de suma importancia como aporte literario de Pizarro, el concepto de escritor-esclavo.

Dicho concepto aparece desde el primer cuento titulado “Miss Bolivia”. Se trata de un ser obligado a trabajar, a ganarse el sustento económico, en empleos o actividades prosaicas. Y aquí hago un paréntesis porque a mí se me ocurre que también podría existir, ¿por qué no?, un lector-esclavo, que por variados motivos no puede leer a sus anchas, ya sea por falta de tiempo o por exceso de trabajo… Pero vuelvo al concepto de escritor-esclavo acuñado por el autor, ya que me parece central destacar el proceso creativo de este, considerando la realidad mezquina y hostil de los personajes, los que, en general, forman parte de una clase media precarizada, decadente, ridícula.

Me detengo en los relatos que más me impresionaron:

Hombre en venta (el cuento que da título al libro): un perro que aparece como personaje, caracterizado o más bien disfrazado de viejo pascuero, ridiculizado, atado a su cuerda de poca extensión como representación de las propias limitaciones humanas, en definitiva, la carencia de libertad. La resistencia al arnés del animal es una manifestación del impulso de libertad propio de la naturaleza humana, “ese pozo sin fondo”, dice el narrador. Este se cuestiona su existencia: su libertad tiene un largo de cuatro metros, similar a la de un perro sujeto a una cuerda. Cito un pasaje (p.18):

“Mientras más me vendo, más libre me siento. Lo que se compra por un lado se pierde por otro (…)  Cuatro metros mide el largo de su libertad (…) Venderse es hacer algo en contra de uno mismo; un perro no lo haría jamás, un ser humano sí (…) El hombre cede por voluntad propia, el perro cede a la fuerza (…)”.

El hombre transa, se vende; el perro, en cambio, no. El hombre es racional y la racionalidad y la memoria no sirven, la memoria para escribir un libro ¿valdrá la pena?, se pregunta el narrador, donde aparecen años tristes, espantosos, la dictadura. El perro, por su parte, es instinto. Otro pasaje (p.19):

“Del año 1990 en adelante la correa se alargó, es cierto. Necesidades del mercado (…)”

Los picapiedras: parte con la despedida que se le realiza al personaje X en su trabajo, es decir, esa pequeña celebración para desearle éxito en sus nuevos desafíos laborales. En este relato se ve el trabajo como un infierno (sumergido en el Leteo, dice el narrador) e incluye a todo el abecedario, no solo a X. Con esta afirmación, de alguna manera, nos involucra a casi todos los lectores (recuerden: lectores-esclavos). X recuerda la parábola de un antiguo jefe tipo “gurú” que dice: el hombre que pica piedras, puede construir una catedral, la actitud hace la diferencia. Como para dar optimismo a esos trabajos en los que nadie cree. Esto se ve a menudo en esas típicas instancias de charlas o actividades “motivaciones” de las que empresas hacen uso.

El signo que nos rige: precisamente nos rige un signo oscuro. En este texto aparece un niño adicto a los videojuegos, una pareja (padres del niño) y un amigo de ambos; todos sujetos a un destino inexorable, un círculo vicioso. Transan en sus respectivos trabajos en una especie de signo maldito. Todos sueñan con una vida diferente, que los libere del estado en que se encuentran, y se preparan para una vida imaginaria. Pero están presos. El preso cambia, mejora su destino, pero ¿se adapta? ¿se engaña? ¿No le queda otra?, dice el narrador.

Un hermoso lugar donde nada crece: el escritor-esclavo reaparece como el negativo que al revelarse cuenta sus historias. Yo, en lo personal, diría que sigue los dictámenes de las musas. Cito (p.126):

“Ese lugar donde me quedé empantanado es una empresa del rubro financiero. Y cuando uno se trauma, aventuro, lo que se impregna en la conciencia es un negativo que al ser revelado nos permite contar historias, lo que vendría a ser la definición más precisa del escritor y su arte poética (…) de un individuo que tiene toda la voluntad de escribir, todas las ganas y también la imperiosa necesidad, pero no es capaz de elegir sus temas sino que estos se le dictan como a un médium (…)”

El concepto acuñado por el autor reaparece inmerso en un sistema de “castas” en una empresa financiera, en que cada uno tiene su lugar. Aquí el escritor-esclavo y su voz narrativa, con acertados fotogramas, critica los trabajos y su zona de confort (de ahí el título: “un hermoso lugar donde nada crece”). Cito (p.129):

“Y en el curso de este fotograma se me aparecen las víctimas de la fe…”

El narrador se aventura en sus reflexiones, en sus conclusiones al decir: “no sé de qué estoy hablando…” donde se despliegan bien descritos el Facha, Karina, La Benco, Homero… De alguna manera, dichos personajes con sus situaciones ya los hemos vivido nosotros, los lectores, y por lo mismo, nos impresionará y hará eco porque nos pone en jaque, en definitiva, nos pone frente al espejo. Y he aquí, pienso yo, después de leer este libro, que el poder de la imaginación por medio de la obra literaria, libera al escritor-esclavo y, por qué no, a nosotros, a su contraparte, al lector-esclavo.

Ficha técnica:

Daniel Pizarro. “Hombre en venta”. RIL editores, 2024. 240 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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