CULTURA|OPINIÓN
Crédito: imagen de portada del libro
“Primer amor” de Banana Yoshimoto: un texto que murmulla por debajo
¿Es acaso una novela que habla sobre el enamoramiento adolescente? Va mucho más allá. Tal vez –y esta es mera conjetura– el primer amor del que Banana Yoshimoto aquí nos quiso hablar no es ese, sino aquel que los hijos sentimos hacia nuestros padres.
En apariencia es obvio: Primer amor, la última novela de Banana Yoshimoto (Tokio, 1964) publicada en español, trata precisamente sobre lo que su título indica, ese momento clave en la vida de Yuko Izuka –una adolescente de 14 años, aficionada a las bellas artes, cuyos padres regentan una tienda de antigüedades– en que se enamora de Hisakura –más conocido como Kyu, su profesor de dibujo y pintura–, quien la sobrepasa por más de diez años de edad.
Este escenario es, no obstante, engañoso, pues en modo alguno esta novela se presta para deambular por los corredores del morbo. El componente formal eje de esta novela resulta ser uno fantástico, como habitualmente la literatura japonesa visita: Yuko es capaz de ver cosas raras. Un ciclista bajo un puente con el casco puesto que luego desaparece y en su lugar hay flores, todo en un solo instante, a modo de ejemplo.
Cierto día en el taller de Kyu, espacio donde Yuko y otros chicos toman sus clases, acontece una visión maravillosa que tanto profesor como alumna consiguen apreciar: junto al cactus de orquídea, una persona de tamaño minúsculo. Esto, de algún modo, los hace coincidir de aquí en adelante y empiezan a conocerse de una manera distinta, a diario.
Sin embargo, Primer amor es un texto que murmulla por debajo, que presenta bastante más que una mera superficie: una novela subterránea. Tal vez muchos caminos se desprenden aquí. Que sea leída como lo que pasa en su sola trama argumental es un despropósito tremendo. De hecho, ahí la novela se pierde y resulta medianamente interesante. Quien así la lea la considerará intrascendente. Y si a esto le sumamos la estética de la prosa de Banana Yoshimoto, seca en particular durante la primera mitad del libro, es posible que considere a este un libro que no consigue despegar del todo.
Contrario a lo que en primera instancia pudiera pensarse, Banana Yoshimoto propone dos personajes principales –Yuko y Kyu, naturalmente– cuyas maneras de ver y entender el mundo están traspuestas. Pese a sus catorce años, el entendimiento de la complejidad humana por parte de Yuko resulta digno de destacar. Yuko, en tanto narradora de Primer amor, se plantea a sí misma, desde el inicio de la novela, como una chica que reflexiona mucho, además de hija única, lo que la lleva a criarse entre adultos. Esta característica se ve refrendada en la medida en que Primer amor avanza.
“Como el fruto cae de árbol, –reflexiona Yuko– del mismo modo algún día aquello terminaría. Todo, incluso lo bello, se acaba. Lo que nadie sabe es cuándo ni cómo terminará”. Y más adelante: “Deja de hablar con frases hechas. No te arrastres por seguir las expectativas que la sociedad espera de ti. Y recuerda: el vacío que deje mi ausencia solo podría ocuparlo yo; y solo tú podrías ocupar el vacío de tu ausencia”.
Kyu, por el contrario, es un personaje que flota en el mundo, todavía le falta algo para conseguir arraigarse. Lo único que le urge son su obra y las exposiciones en las cuales vende. “Me parece que en tu mente siempre estás en esos lugares lejanos adonde tu imaginación te lleva”, dice Yuko a Kyu. No obstante, ambas figuras resultan complementarias y al encontrarse y emprender juntos el viaje que propone Primer amor, la novela adquiere significantes valiosos e inesperados.
El encuentro mágico entre ambos, aquella visión maravillosa del hombre minúsculo en el taller de Kyu, ocurre por medio del arte, disciplina clave del ser humano que, si la sabemos leer bien, puede catapultarnos hacia situaciones que provocarán la iluminación.
El trauma de Kyu: su madre se pierde por dos semanas cuando él es muy pequeño. Ella desaparece de un día para otro y su padre nunca le dice nada del asunto, por lo que él vive esas dos semanas como una desaparición definitiva. Cuando su madre vuelve, el asunto queda zanjado a partir del silencio más profundo y Kyu carga con ese vacío toda su vida y se dedica a llenarlo con sus propias pesadillas. “Es que aún no soporto recordar todo aquello”, confiesa Kyu.
Cuando Yuko y Kyu organizan un viaje por el día para visitar a la madre de Kyu –ella no vive en la ciudad–, una de las tantas posibilidades subterráneas atisbables en Primer amor se hace visible. La madre de Kyu también hace arte, talla figuras. Cuando llegan, Yuko se da cuenta de que algunas de esas figuras son parecidas a la que vieron con Kyu en el taller.
Y ahí, en ese espacio y en ese nuevo encuentro con lo maravilloso y el arte, ocurre el conocimiento, la develación. Kyu, por un lado, se entera de qué fue lo que realmente ocurrió con su madre durante esas dos semanas, y por qué hubo silencio. Yuko, a su vez, encontrará en la sinceridad de la expresión de los sentimientos una nueva idea de aproximación hacia su padre.
¿Es acaso Primer amor una novela que habla sobre el enamoramiento adolescente? Va mucho más allá. Tal vez –y esta es mera conjetura– el primer amor del que Banana Yoshimoto aquí nos quiso hablar no es ese, sino aquel que los hijos sentimos hacia nuestros padres –realmente el primero de nuestras vidas, si somos afortunados– y cómo esta relación filial marca toda vida, según cuán sanas o no sean nuestras relaciones con ellos. Y esto en Primer amor en apariencia no es obvio.
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