CULTURA|OPINIÓN
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La actualidad de Hannah Arendt a 50 años de su muerte
La pérdida de pertenencia al mundo humano, que en el pasado era una experiencia límite en contextos históricos excepcionales de absoluto control humano (totalitarismos) o en ciertas condiciones sociales, como la vejez, la enfermedad o la pobreza extrema, se ha convertido en total normalidad.
Dedicado a mis amigas y amigos de El Tránsito
Este 4 de diciembre se conmemoraron los 50 años de la muerte de la pensadora de lo político, Hannah Arendt. Discusiones, análisis y seminarios sobre su trabajo volvieron a organizarse en los principales centros de estudios del planeta. A esto le siguieron todo tipo de publicaciones. No hay duda, después de un pasado de rechazos, desprecios e, incluso, hostilidades, la pensadora es reconocida hoy como la pensadora más importante que nos ha dado el siglo XX.
Si estuviésemos obligados a resumir en pocas palabras la razón de esta importancia, habría que decir: en la teoría política no existe una apología más radical y fundamental de lo político como la de Hannah Arendt. Esta defensa constituye el fundamento que sustenta toda su obra.
La envergadura de esta acometida se expresa en una crítica indeleble a la tradición filosófica, la cual, según la pensadora, nunca nos habría entregado una definición adecuada de esta actividad humana. ¿La razón? La filosofía se habría preocupado simplemente del Hombre desatendiendo tenazmente la dimensión factual de la pluralidad de los seres humanos, precisamente el elemente que le otorga significado y sentido a lo político.
Pues bien, sin la superación de este desprecio – Arendt hablaría de Feindseligkeit (hostilidad) – al mundo de los seres humanos (en plural) por parte de la filosofía, la defensa arendtiana de lo político, como la actividad propiamente humana, sencillamente se derrumba.
La estrategia de Arendt es diáfana: primero, reconstruye genealógicamente distinciones de aquellas actividades pertenecientes a la vita activa para después poder rehabilitar la dignidad original de una de ellas: la acción.
Cuando la autora establece que la condición humana de la acción es la pluralidad sustentada por la natalidad, el camino quedó abierto para el desmantelamiento de las categorías filosóficas que habían colonizado lo político desde los comienzos en Grecia hasta nuestros días.
En todo caso, creer que esta empresa se dirige contra la vida contemplativa como tal es un error. Byung-Chul Han, en Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (2022), es víctima de este malentendido. La verdad es que la propia Arendt aclaró explícitamente en su libro La condición humana (1958) que no quería establecer una superioridad de una de las vitas sobre la otra.
Esto es reafirmado más tarde por su propia amiga, Mary McCarthy, en el postfacio de la publicación póstuma de La vida del espíritu (1978). La intención de Arendt fue más bien depurar a la vida activa de los patrones y categorías para pensar y evaluar que son propias de la contemplación. El propósito de esta tarea no podía ser más radical.
Finalmente, no hubo vuelta atrás cuando la acción, donde para la autora está comprometido siempre un Nosotros para modificar nuestro mundo común, fue situada por ella en el extremo opuesto de las actividades solitarias del diálogo entre el Yo y el Yo mismo en el que se actualiza la actividad central de la vida contemplativa. Es el aislamiento humano, propio de este modo de “pensar conmigo mismo”, al igual que en la actividad de la labor, donde el ser humano como animal laborans solo consigue estar ocupado de sí mismo, lo que a Arendt siempre le alarmó.
Para ella nuestro tiempo no está determinado por la alineación del ser humano, como lo había creído Marx, sino por la alineación del mundo, práctica y epistemológica.
Paradojalmente, en este aislamiento vio la fuente del éxito del capitalismo que, siempre según la autora, terminó demostrándonos que es posible fomentar una actividad circular – primero, producir para consumir, entonces, consumir para producir – cuyo interés y preocupación gravita totalmente entorno al Yo, destruyendo o privando a grandes grupos humanos de su lugar en el mundo.
Este sería el carácter expropiatorio propio del capitalismo. No es solo que esta expropiación naturalmente aumente la productividad humana y que le siga después una nueva expropiación que vuelve a incrementar la productividad (y así hasta finales de los tiempos), sino que, con cada expropiación, con cada pérdida de mundo, el sujeto es también devuelto a un no-mundo donde el Yo queda atrapado consigo mismo en medio de las exigencias de la vida.
Aunque en el conflicto entre la preocupación por el Yo y las experiencias del ser humano consigo mismo, por un lado, y la permanencia del mundo, es decir, de aquel espacio interhumano del Nosotros, por el otro, aún no se ha dicho la última palabra, hay que reconocer que, desde la perspectiva epistémica, el trabajo realizado para aumentar el interés por el Yo ha sido extraordinariamente exitoso.
En este sentido, lo sin precedente de las formas de análisis en nuestros tiempos es que han logrado – ¡y muy bien! – justificar, legitimar y maximizar operativamente un tipo de organización para la condición sin mundo de amplios grupos humanos haciendo, de pasada, el aislamiento humano productivo.
El soberano en este contexto es el sujeto autónomo de los demás, sin mundo y, por lo mismo, despolitizado, es decir, totalmente impotente y, en consecuencia, en todo momento potencialmente superfluo. ¡Con él se puede hacer todo!
La advertencia de Arendt no podía ser más clara: la pérdida de pertenencia al mundo humano, que en el pasado era una experiencia límite en contextos históricos excepcionales de absoluto control humano (totalitarismos) o en ciertas condiciones sociales, como la vejez, la enfermedad o la pobreza extrema, hoy se ha convertido subrepticiamente en total normalidad.
Para intentar entender un mundo como el nuestro, en el que pareciera que la luz pública ha terminado oscureciéndolo todo; donde nuestra existencia está determinada por la angustia que genera la impotencia; en el que los autores y comprometidos con crímenes en el pasado nunca se han sentido culpables, sino solo derrotados temporalmente; en fin, en un mundo en el cual el éxito borra todas las mentiras y atrocidades ejecutadas, valdría el esfuerzo leer detenidamente a esta autora que tiene mucho que decirnos de cómo pensar y actuar en tiempos oscuros.
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