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La confianza en la autoridad Opinión

La confianza en la autoridad

Esta autoridad no ha entendido su condición de tal, que su capacidad de ser escuchada y que se cumpla con sus instrucciones no es un atributo dado por sí solo por la institucionalidad cuestionada, sino que pasa por un proceso en construcción. Si se quiere tener éxito en la tarea impuesta, la disposición a escuchar las opiniones de otros, especialmente de los especialistas y expertos, de entregar información suficiente con la mayor transparencia y de tener una actitud de empatía con la interlocución, por agresiva que esta sea, son elementos fundamentales para un liderazgo eficaz en un período de pandemia. Desgraciadamente, no es lo que hemos tenido.


La crisis social de octubre del 2019 mostró, entre otras cosas, la ausencia de legitimidad de cualquier tipo de autoridades y los manifestantes, en todos los lugares del país, coincidían en una crítica brutal hacia cualquiera de estas, fuera electa o nominada, política, social, religiosa, judicial e incluso institucional. Eran la expresión de la desigualdad, del abuso, del trato indigno, de la desconsideración e, incluso, algunos que se sintieron portavoces del movimiento fueron desalojados de las mismas manifestaciones.

A pesar de la pandemia, ello no ha variado. Aun cuando en este tipo de situaciones la autoridad es un factor esencial para el cumplimiento y éxito de las medidas que se adopten, lo cierto es que es el miedo al contagio y no las orientaciones emanadas de la autoridad, lo que ha generado las conductas de cuidado individual.

Eso sucede debido a que esta autoridad no ha entendido su condición de tal, que su capacidad de ser escuchada y que se cumpla con sus instrucciones no es un atributo dado por sí solo por la institucionalidad cuestionada, sino que pasa por un proceso en construcción. Si se quiere tener éxito en la tarea impuesta, la disposición a escuchar las opiniones de otros, especialmente de los especialistas y expertos, de entregar información suficiente con la mayor transparencia y de tener una actitud de empatía con la interlocución, por agresiva que esta sea, son elementos fundamentales para un liderazgo eficaz en un período de pandemia.

[cita tipo=»destaque»]Esta crisis sanitaria y económica va a pasar. La propia autoridad ha insistido en que será un período grave pero pasajero. Pero dejará secuelas, porque ha puesto en evidencia el carácter desigual y abusivo de la sociedad chilena y que las políticas públicas no son capaces de enfrentar tanta precariedad. Pondrá en evidencia que el Estado juega un rol primordial en la sociedad, no solo en las catástrofes, pondrá en evidencia que las consecuencias de una sociedad de mercado no se hacen cargo de estos problemas, por el contrario, los tornan más graves, y que la sola iniciativa privada carece de sensibilidad ante estos flagelos.[/cita]

Desgraciadamente, no es lo que hemos tenido.

El Presidente, en un acto de espontaneidad y empatía sublime, se sacó una foto en la Plaza de la Dignidad en tiempos de cuarentena y desoyendo a sus propios consejos. Al hecho, agregó la mala explicación –que desmienten los videos– de que quiso saludar a unos carabineros, lo que no ocurrió. Ya se han hecho muchos comentarios al respecto e incluso se han escrito columnas de una ferocidad notable. Por otra parte, la máxima autoridad del Ministerio de Salud –encargada de la crisis– se pelea con alcaldes y alcaldesas, les esconde información incluso a los suyos, mantiene un conflicto con el Colegio Médico y no pierde oportunidad de retar a quienes tienen una opinión distinta de la suya.

No corresponde a quienes carecemos de competencia técnica opinar sobre las medidas sanitarias específicas que se han tomado y, en consecuencia, debemos asumir que son las adecuadas. Pero sí hay que decir que los propios expertos han tenido opiniones diversas respecto de algunas de ellas y preocupa que no surtan el efecto deseado, que no logren permear en la ciudadanía para lograr una conducta coherente con la magnitud del problema. La clave es darse cuenta de que si no hay legitimidad en el liderazgo, es un abuso pedir a los habitantes del territorio, cual este sea, una conducta de aceptación inmediata

Solo el temor a las consecuencias de una exposición irresponsable, la condena social a conductas lesivas al interés general y la conciencia de las mayorías del cuidado ante la crisis, han sido más efectivas que las instrucciones del liderazgo institucional.

Se nos vienen –y ya se pueden vislumbrar– las consecuencias económicas y sociales de la crisis sanitaria. Ante eso, está la presión de los ciudadanos, de los trabajadores y las empresas por poner en práctica aquella permanente promesa de ahorrar en los buenos momentos para enfrentar, de forma adecuada, los malos momentos. Este, sin dudas, es uno de ellos.

Y nuevamente no aparece desde los liderazgos una conducta inequívoca en esta dirección, de cumplimiento de la promesa. Por el contrario, aparecen programas insuficientes en opinión de muchos, incluso de aquellos que señalan que las medidas están bien orientadas, pero que deben ser mejoradas y complementadas. Ya se anuncia un nuevo paquete de medidas.

Entonces todo aparece como a contrapelo. Las medidas sanitarias son producto de la presión de alcaldes y de actores sociales y gremiales y también de otros expertos. Las medidas económico-sociales son producto de la presión de actores políticos, de exautoridades y de ciudadanos que hoy, desde la visibilidad de los medios, dan cuenta de su lamentable orfandad ante políticas públicas que no los consideran. Más aún, la presión de la “primera línea” de la salud, esa que muchos denostaban en el pasado y que ahora han mostrado un heroísmo que todos reconocen y aplauden, obliga a un esfuerzo mayor de instrumentos y accesorios para su seguridad sanitaria.

Todo aparece como producto de la presión de otros actores, pero no de un plan legitimado de la autoridad. Si esta no es transparente, no informa suficientemente, no es empática, no es participativa, no escucha otras opiniones, lo que genera es una conducta de aceptación a contrapelo y una disposición a discutirlo todo, incluso aquello para lo que se carece de competencia.

Esta crisis sanitaria y económica va a pasar. La propia autoridad ha insistido en que será un período grave pero pasajero. Pero dejará secuelas, porque ha puesto en evidencia el carácter desigual y abusivo de la sociedad chilena y que las políticas públicas no son capaces de enfrentar tanta precariedad. Pondrá en evidencia que el Estado juega un rol primordial en la sociedad, no solo en las catástrofes, pondrá en evidencia que las consecuencias de una sociedad de mercado no se hacen cargo de estos problemas, por el contrario, los tornan más graves, y que la sola iniciativa privada carece de sensibilidad ante estos flagelos.

Se vienen dos procesos simultáneos. El proceso constituyente, que tiene itinerario y fechas formalizadas, en donde este debate será central. El tipo de organización social e institucional que necesita el país, la sociedad que queremos, cómo se distribuye el poder y un tipo de Estado coherente con esta definición. Por otra parte, la respuesta del sistema político a la demanda ciudadana que se expresó en el llamado estallido social y que está ahí, a la espera. La forma en que se conduzcan los liderazgos en la crisis sanitaria, la forma en que se enfrenten las consecuencias económico-sociales de esta pandemia, pueden ser relevantes para el formato que enfrentará la segunda de las tareas. Tal vez la más importante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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