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Dos historias para un mismo país y sin exclusiones Opinión

Dos historias para un mismo país y sin exclusiones

Jorge Costadoat
Por : Jorge Costadoat Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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Los niños mapuche aprendieron en la escuela el relato histórico de los chilenos que los derrotaron. Debieron interiorizar la historia que los negó. ¿Cuántos otros chilenos(as) han sido confinados al silencio o lo serán por razones de género o de origen? Pido años, meses, días y horas de rastreo en las obras de nuestros historiadores. Necesitamos saber qué pasó. El recuerdo es la vacuna contra los progresos en falso. La memoria nos hará recordar –volver con el corazón– hasta amar a quienes fueron culpados para suprimirlos.


Hay dos historias. Una es la contada. Otra, la por hacer. La primera mira al pasado. La segunda, al futuro. Opino que si los chilenos queremos a futuro hacer una historia juntos, si queremos terminar con las exclusiones, las erradicaciones y las marginaciones que impiden formar un país, tendremos que revisar los textos de la Historia de Chile con que estudian los niños.

Estas palabras de la machi Pindatray me estremecen. “La escuela, tal como la conocemos, nace de una enfermedad: la enfermedad y necesidad colonialista del dominio y del control; por tanto no puede ser sana, se ha convertido en una piel, en un cuero vivo y dañino” (Zomo newen, Lom, 2018, 181).

[cita tipo=»destaque»]En la escuela se castigó a los niños mapuche por hablar su lengua. ¿Puede haber una crueldad mayor? Este pueblo ama la palabra. ¿Cómo es que se forzó a los niños a avergonzarse de la lengua en que los mapuche elaboran los relatos de sus antepasados? Con sus recuerdos ellos/ellas conjugan su existencia.[/cita]

Los niños mapuche aprendieron en la escuela el relato histórico de los chilenos que los derrotaron. Debieron interiorizar la historia que los negó. ¿Cuántos otros chilenos(as) han sido confinados al silencio o lo serán por razones de género o de origen? Pido años, meses, días y horas de rastreo en las obras de nuestros historiadores. Necesitamos saber qué pasó. El recuerdo es la vacuna contra los progresos en falso. La memoria nos hará recordar –volver con el corazón- hasta amar a quienes fueron culpados para suprimirlos.

En la escuela se castigó a los niños mapuche por hablar su lengua. ¿Puede haber una crueldad mayor? Este pueblo ama la palabra. ¿Cómo es que se forzó a los niños a avergonzarse de la lengua en que los mapuche elaboran los relatos de sus antepasados? Con sus recuerdos ellos/ellas conjugan su existencia.

Los textos escolares deben revisarse. Si hay una historia oficial, habría que desmontarla. No es necesario proscribirla. Por el contrario, si los niños aprenden a comparar entre los relatos sabrán que la neutralidad no existe. La pretensión de neutralidad es la madre de la ideología. El relato ideológico es impecable, bosqueja un futuro esplendor, pero oculta los intereses de sus redactores. La elaboración de textos será difícil. La pedagogía de los profesores para leerlos a sus alumnos con honestidad, también lo será.

La objetividad existe. Sí, existe. Pero no hay ningún relato que pueda apropiársela. La objetividad histórica no la puede contener de un modo exhaustivo un libro ni una biblioteca. Por más que se esfuerce, nadie puede pretender extraer del alma de las víctimas, qué les pasó, cómo sufrieron lo que sufrieron. Tampoco se puede mirar al futuro y adivinar aquello que pudiera ser una obra colectiva. Estos obstáculos, sin embargo, no debieran autorizar para valorar por igual todos los relatos. La historia por venir tendrá que ser una elaboración en común de la memoria y de la imaginación. Así se escriben las historias objetivas.

La elaboración de los nuevos textos de historia exigirá humildad. Ningún historiador puede hacer completa justicia a los que fueron atropellados y desechados. Una tal justicia solo podría ser obra de un dios y ninguno de nosotros lo es. Habrá que ser humildes también porque los intereses que nos movilizan desde el futuro para revisar el pasado, son intereses variados y a menudo turbios. Qué le vamos a hacer. Somos simples seres humanos.

Necesitamos una nueva Constitución. Además, necesitamos una historia que, como el ripio, la arena y el cemento mezclados para una construcción, combine la historia hecha con la historia por hacer.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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