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El último apaga la luz Opinión

El último apaga la luz

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Más allá del legítimo derecho que tiene cualquier funcionario designado con la confianza del Jefe de Estado a renunciar o cambiar de actividad, de fondo lo que ha quedado al descubierto es que el equipo de Gobierno se ha ido desarmando de manera rápida y sostenida. Claro, con una administración gubernamental con la peor –por lejos– evaluación pública de la historia política moderna, una coalición gobernante que con suerte resistirá hasta las elecciones de abril y un Presidente tan predecible como torpe a la hora de buscar agradar a la población, no se les puede pedir lealtad a algunos ministros o jefes de servicio.


El que a hierro mata, a hierro muere. El antiguo refrán parece representar, en parte, lo que está pasándole al Presidente Sebastián Piñera. Durante su primer período, el Mandatario inauguró una práctica que ha pasado a ser una constante durante este Gobierno: “levantar” parlamentarios para traérselos a La Moneda. Además de reflejar una patética falta de nuevos liderazgos, dejó en evidencia que vestir un santo para vestir a otro es una muy, pero muy mala práctica en política. Ahora las cosas se invierten. Los partidos están sacando a los(as) pocos(as) colaboradores(as) de confianza que le iban quedando al Primer Mandatario.

Durante los últimos meses, un número considerable de ministros, subsecretarios, intendentes, gobernadores y otros altos cargos, renunciaron para postular a nuevas posiciones, en una versión moderna del tradicional juego de “las sillitas musicales”.

Contraviniendo las expectativas de la ciudadanía –que cada día ve con peores ojos a los políticos– para representarlos en la Convención Constitucional, nuestros servidores públicos –oficialistas y opositores sin distinción– optaron por cambiarse de trabajo, pero dentro de la misma empresa: la política. La lista es gigante y va desde el exministro Cristián Monckeberg al diputado Hugo Gutiérrez (PC).

[cita tipo=»destaque»]Al comienzo se iban por decisión de Piñera, hoy lo hacen por voluntad propia. Abandonan los cargos para asumir cosas más desafiantes, más estimulantes e incluso más prestigiadas. ¿Los que quedan? Cecilia Pérez, Alfredo Moreno, Felipe Ward, Hernán Larraín y Gloria Hutt. Una verdadera banda del Titanic. Este es el Gobierno que más cambios de gabinete ha realizado desde el regreso de la democracia, hace treinta años. Ha tenido cuatro ministros del Interior, cinco en la Segpres, cuatro en Desarrollo Social, y en el resto, han promediado en tres titulares. Todo, en menos de tres años. Andrés Couve puede considerarse también estable, aunque entró 8 meses después, en 2018.[/cita]

Y aunque no están contraviniendo ninguna ley, sí están expresando la falta de sintonía con la gente que pidió en las calles el cambio de la Constitución desde el 18 de octubre en adelante, solo con la condición de que los “políticos de siempre” no estuvieran en el órgano que elaborará la Carta Fundamental, que nos guiará por los próximos cuarenta o cincuenta años.

Pero, más allá del legítimo derecho que tiene cualquier funcionario designado con la confianza del Jefe de Estado a renunciar o cambiar de actividad, de fondo lo que ha quedado al descubierto es que el equipo de Gobierno se ha ido desarmando de manera rápida y sostenida. Claro, con una administración gubernamental con la peor –por lejos– evaluación pública de la historia política moderna, una coalición gobernante que con suerte resistirá hasta las elecciones de abril y un Presidente tan predecible como torpe a la hora de buscar agradar a la población, no se les puede pedir lealtad a algunos ministros o jefes de servicio. No es precisamente un antecedente para destacar hoy por hoy.

Repasemos el equipo con que empezó Piñera su segundo Gobierno que prometía “tiempos mejores”. Chadwick, Ampuero, Espina, Larraín, Blumel, Valente, Varela, Nicolás Monckeberg, Santelices, Susana Jiménez, Pauline Kantor, Antonio Walker, Isabel Plá y Alejandra Pérez. Ninguno de ellos está ya en la cancha y, más encima, el Mandatario perdió al equipo de confianza con que trabajó en Apoquindo 3000 durante los cuatro en que fue oposición al Gobierno de Michelle Bachelet.

Al comienzo se iban por decisión de Piñera, hoy lo hacen por voluntad propia. Abandonan los cargos para asumir cosas más desafiantes, más estimulantes e incluso más prestigiadas. ¿Los que quedan? Cecilia Pérez, Alfredo Moreno, Felipe Ward, Hernán Larraín y Gloria Hutt. Una verdadera banda del Titanic. Este es el Gobierno que más cambios de gabinete ha realizado desde el regreso de la democracia, hace treinta años. Ha tenido cuatro ministros del Interior, cinco en la Segpres, cuatro en Desarrollo Social, y en el resto, han promediado en tres titulares. Todo, en menos de tres años. Andrés Couve puede considerarse también estable, aunque entró 8 meses después, en 2018.

Sin duda, esta estadística muestra el evidente déficit político de este Gobierno. Solo en estos últimos meses, han abandonado al Presidente Antonio Walker, Cristián Monckeberg, Mario Desbordes y, de no pasar algo raro en Evópoli, ahora le toca el turno al ministro Briones. Además, tenemos que contabilizar los actos fallidos de Mauricio Rojas, tres días en el cargo, y Macarena Santelices, un mes de ministra. Y el resto de la lista es larga: Víctor Pérez, Marcela Cubillos, Juan Andrés Fontaine, entre otros.

Además, sumemos que la ministra María José Zaldívar le pidió al Presidente que le aceptara partir, sin embargo, Piñera logró convencerla –o rogarle– que se quedara para terminar con la reforma previsional. Algo, por cierto, insólito: el Mandatario pidiendo a sus colaboradores más cercanos que no abandonen el barco en medio del temporal. No me cabe duda que Piñera jamás se imaginó que iba a tener que convivir con esta soledad tan grande.

Abandonado por los partidos de Chile Vamos –algo cada vez más evidente– y con cifras de aprobación en el suelo, no le va a quedar otra que reforzar su equipo con personas más cercanas, de su confianza y no sugeridas por los partidos, más aún con el chascarro de Víctor Pérez impuesto por Jacqueline Van Rysselberghe. Ojalá, eso sí, que no cometa el error de traer otros exitosos economistas que entienden la política como la administración de una gran corporación y, por supuesto, no repetir la estupidez de nombrar a su hermano Polo, como lo intentó al comienzo de este Gobierno.

Y, claro, el último apaga la luz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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