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Propuesta de Nueva Constitución
Salida a terreno LA CRÓNICA CONSTITUYENTE

Salida a terreno

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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Ha sido importantísimo volver al territorio para escuchar a nuestros conciudadanos en conversaciones cercanas, cara a cara, y no a través de las redes chillonas y parciales, ricas en sentencias y carentes de modulación, de espalda a los titulares estridentes y las conclusiones interesadas que hablan en su nombre. Esta semana salimos del encierro en que nos tuvo la etapa de instalación, y en estos días me he reunido con una docena de grupos en plazas, casas particulares, centros comunitarios y bares de barrio. “¿Cómo es posible que hayan acordado subirse el sueldo antes de comenzar a trabajar?”. ¿Cómo creerles después de lo del Pelao Vade?”. “Se la pasan peleando, y lo que uno quisiera es verlos ponerse de acuerdo”, fueron algunas de las impresiones más recurrentes. Pero también “¿Y cómo hacemos para ayudar?”. De eso se trata justamente. La democracia por venir, conviene ir asumiéndolo, dependerá de todos y cada uno de nosotros. Pasar de la búsqueda de la culpa ajena a la pregunta de qué puedo hacer yo para que la cosa mejore.


Esta semana salimos del encierro en que nos tuvo la etapa de instalación. Durante los tres meses que duró, la Convención estuvo preocupada de sí misma: eligió una mesa directiva, generó convenios de colaboración con otras entidades permanentes del Estado y creó comisiones pasajeras que, si bien escucharon a una gran cantidad de organizaciones públicas, sociales y académicas, fue esencialmente para recibir sus recomendaciones y experiencias antes de diseñar los reglamentos que regirían su funcionamiento interno. Eso fue lo que terminamos de votar la semana pasada: las normas a que nos atendríamos en la etapa siguiente, aquella para la que fuimos realmente elegidos y que tiene por tarea escribir una nueva Constitución. Es decir, antes de jugar el partido que los chilenos aguardan, diseñamos la cancha, la equipamos -en la medida de lo posible, muchas veces sin la complicidad del Gobierno- y establecimos las reglas del juego.

No es raro que la ciudadanía comenzara a mirarnos con distancia. Si recién electos éramos vistos como parte de ella misma, al encerrarnos, nos alejamos. Perdimos esa convivencia tan propia de las campañas. Muchos de nosotros, para mayor decepción, habíamos prometido un trabajo participativo y destacado la relevancia de que este proceso constituyente nos involucrara a todos. Al distanciarnos y ser vistos como otras autoridades cualquiera, comenzaron los cuestionamientos, agudizados por el hecho indesmentible de que los elegidos no éramos mejores que el resto, ni más puros, ni moneditas de oro. La pretensión de encontrar al Chile real decidiendo su porvenir se estrelló con la incómoda constatación de que aquello que somos no es lo que quisiéramos. Los pecados ocultos por el anonimato no tardaron en asomar, y una vez más, para evitar encontrarse consigo mismos, muchos comenzaron a esconderse detrás de un dedo que apuntaba. La prensa, como corresponde a su naturaleza, fue destacando las faltas por sobre los aciertos, y una parte importante de ella se solazó al hacerlo, como quien ve cumplidos sus deseos.

[cita tipo=»destaque»]El sector más reaccionario de la derecha se soltó las trenzas y empezó a declararle públicamente la guerra al proceso constituyente. Sus candidatos presidenciales, conscientes de que no pasa por un buen momento, se están permitiendo la irresponsabilidad de jugar con su desprestigio, pasando por alto el hecho de que su fracaso implicaría una tragedia. ¿Existe acaso una mejor apuesta para reconstruir las confianzas, encauzar nuestras diferencias, relegitimar las instituciones y acordar un camino de inclusión y paz social? Todavía nadie la pone sobre la mesa y habría que agregar que desde donde se le dispara, reina un desorden evidentemente mayor. No quedan títeres con cabeza.[/cita]

La Convención, mientras tanto, avanzaba a tientas, concentrada en votaciones interminables, lejos de sus bases. En su interior, aquellos que participan a regañadientes, decidieron aprovechar la maledicencia para desprestigiar incluso los esfuerzos virtuosos que se daban en su interior. El sector más reaccionario de la derecha se soltó las trenzas y empezó a declararle públicamente la guerra al proceso constituyente. Sus candidatos presidenciales, conscientes de que no pasa por un buen momento, se están permitiendo la irresponsabilidad de jugar con su desprestigio, pasando por alto el hecho de que su fracaso implicaría una tragedia. ¿Existe acaso una mejor apuesta para reconstruir las confianzas, encauzar nuestras diferencias, relegitimar las instituciones y acordar un camino de inclusión y paz social? Todavía nadie la pone sobre la mesa y habría que agregar que desde donde se le dispara, reina un desorden evidentemente mayor. No quedan títeres con cabeza.

Ha sido importantísimo volver al territorio para escuchar a nuestros conciudadanos en conversaciones cercanas, cara a cara, y no a través de las redes chillonas y parciales, ricas en sentencias y carentes de modulación, de espalda a los titulares estridentes y las conclusiones interesadas que hablan en su nombre. “Quienes le ponen voz al pueblo, siempre gritan”, me dijo un poblador de Peñalolén, “no como nosotros, la gente normal, que preferimos hablar”.

En lo que va de esta semana, me he reunido con una docena de grupos en plazas, casas particulares, centros comunitarios y bares de barrio. A varios de los asistentes a estos encuentros los conocí durante la campaña, pero la mayoría llegó sin antecedentes al enterarse de que un constituyente de su distrito estaría ahí, movidos por el deseo de escuchar un testimonio directo y las ganas de hacer ver sus puntos de vista. Mentiría si dijera que fueron multitudes, por lo general se trató de reuniones con una veintena de asistentes, pero de tan distintos orígenes y tendencias, que me atrevo a decir que fueron un buen muestrario de las opiniones que rondan en torno a nuestro quehacer. Y estas son las impresiones que más se repitieron:

“¿Cómo es posible que hayan acordado subirse el sueldo antes de comenzar a trabajar?”. Eso no es así, caballero, repetí una y otra vez. Nosotros nunca hemos discutido siquiera nuestro sueldo, que sigue siendo el mismo -50 UTM-, como obviamente corresponde. Lo que se estableció fue un presupuesto para asesores, y esos dineros, a diferencia de lo que usted piensa, no pasan jamás por nuestras manos. Los debe pagar directamente el Estado a aquellos que corresponde. Y, como si fuera poco, todavía no lo hace. También se establecieron viáticos para los que vienen de lejos. ¿O quiere que duerman en la calle? Créame, ha habido mucha mentira y mala intención en el tratamiento de este asunto.

“Pero se supone que si uno los eligió, es porque conocen su trabajo. Si necesitan asesores, es que no están capacitados”. Ante este comentario, aprovechaba de explicar que una Constitución era al mismo tiempo un cuerpo normativo con una serie de exigencias técnicas y un gran acuerdo comunitario; un artefacto capaz de organizar el poder, establecer los lineamientos básicos de nuestra convivencia, ordenar el quehacer institucional y, por otra parte, un evento simbólico, capaz de sintetizar los mínimos comunes de una sociedad diversa que aspira a verse representada y considerada en dicho convenio. Al menos desde el momento en que acordamos que tenemos todos algo que decir respecto del modo en que conviviremos. ¿O usted piensa que son los abogados los únicos que saben lo mejor para todos?

“ ¿Y cómo creerles después de lo del Pelao Vade?”. Eso nos dolió a todos, señora, debí reconocer varias veces. Fue un golpe bajo. Nosotros, que tenemos por tarea recomponer un ámbito nuclear de confianza, nos vemos cuestionados en conjunto por la traición de uno de los 155 a la fe pública. Qué quiere que le diga, ojalá no hubiera sucedido nunca. ¿Acaso puedo juzgarla por las aberraciones de su vecina?

“Se la pasan peleando, y lo que uno quisiera es verlos ponerse de acuerdo”. De eso se tratará, vecino, el trabajo por venir. Es cierto que hay algunos que ponen sus propias convicciones y particularidades por sobre la búsqueda del interés general, pero la construcción de ese gran cauce que ojalá no deje a nadie fuera es la principal tarea que tenemos por delante. Y, créame, no es poco lo que hemos avanzado. Del “aquí estoy y exijo esto” deberemos pasar al “aquí estamos y proponemos esto”, pero no se quede con las primeras impresiones: esta historia recién comienza y se trata de un proceso en curso.

“¿Y cómo hacemos para ayudar?”. Entendiendo que no todo sucede allá adentro, participando, comprometiéndose, teniéndonos piedad. Imagínese usted que llevamos aquí dos horas escuchándonos unos a otros decir tantas cosas distintas que de golpe y porrazo cuesta sintetizarlas, ¿no? Bueno, así también comenzamos nosotros. Ya no hay tantos gritos como al comienzo, aunque es cierto que siguen habiendo más de los que quisiéramos. Si en torno se instala una convicción de que aquí nos salvamos juntos o nos hundimos por separado, créame que lo conseguiremos. No será fácil. Habrá todavía muchas ocasiones de escándalo y desazón. Pero no hay que tirar la toalla. Esta travesía recién comienza y, es de esperar, al llegar a la meta nos sentiremos orgullosos de haber superado tanto obstáculo en el camino.

Tras manifestar sus inquietudes, esperanzas, ideas, incertidumbres, y sueños, todos estos encuentros que viví, terminaron siempre con apretones de manos, intercambios de teléfonos y mails, ofertas de ayuda y agradecimientos mutuos. La democracia por venir, conviene ir asumiéndolo, dependerá de todos y cada uno de nosotros. Pasar de la búsqueda de la culpa ajena a la pregunta de qué puedo hacer yo para que la cosa mejore. Y en estos tiempos de tanta virtualidad, he constatado la importancia de conversar mirándose a los ojos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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