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Sistema político: solucionando una mala combinación Opinión

Sistema político: solucionando una mala combinación

Guillermo Larraín
Por : Guillermo Larraín Economista, Facultad de Economía y Negocios Universidad de Chile
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Esta es, en mi opinión, el inicio de la verdadera solución: superar en el largo plazo el presidencialismo, pero partiendo de a poco. ¿Cómo? Con una elección presidencial que pudiera tener los dos elementos anteriores, pero que el presidente esté forzado a delegar la gestión diaria del gobierno a un primer ministro. Este jefe de gobierno, designado por el presidente, debe ser capaz de mantener una mayoría en la cámara de diputados y por lo tanto garantiza máxima eficacia legislativa para leyes ordinarias. La cámara baja, puede retirar la confianza al primer ministro, pero siguiendo el buen ejemplo alemán y español, solo puede hacerlo si propone a alguien en su reemplazo y este es aceptado por el presidente. (¡Cómo sufrirían los presidentes que se creen omnipotentes!).


En las dos columnas anteriores analizamos las malas razones para proponer, aisladamente en el caso de la primera columna, mantener el sistema presidencial y el sistema unicameral, mientras que en la segunda, cómo la combinación de ellas agudizaba sus elementos negativos. En esta columna discuto tres soluciones en orden de su probabilidad de ocurrencia. Advierto que la tercera es la que más me satisface.

Primero: bicameralismo asimétrico

Este término complicado quiere decir que hay dos cámaras, pero que cumplen roles distintos. Se busca maximizar la eficiencia legislativa –que buscan los unicameralistas– con un ojo en el equilibrio de poderes. Se puede hacer de muchas formas. Una la propuse con Stefan Voigt de la Universidad de Hamburgo: las leyes simples podrían ser todas unicamerales, mientras que las orgánicas constitucionales –es decir, aquellas cuya relevancia la Constitución les reconoce un tratamiento especial– serían aprobadas según reglas particulares, como la lectura en ambas cámaras, sin quórums supramayoritarios. Me detengo aquí porque, según la información que dispongo, esta, de las tres soluciones que analizo, es la que tiene mejor perspectiva de ser considerada por la Convención.

Segundo:  segunda vuelta presidencial y elección parlamentaria

Se ha planteado, en el contexto de un sistema presidencial, que la segunda vuelta coincida con la parlamentaria. Supuestamente, el liderazgo de los dos candidatos sobrevivientes en la segunda vuelta lograría disciplinar a una cierta cantidad de partidos que constituirían su base de apoyo programático y legislativo.

La idea es atractiva, pero riesgosa en un sentido: puede ser polarizante.

Partamos de la base que hay fragmentación partidaria. En cada competencia los candidatos buscan al votante medio de su coalición de referencia (que está polarizado respecto del votante medio nacional). La teoría dice que si ganan tendrán que sucesivamente moderar su discurso. Hasta aquí, bien.

Pero si se hace coincidir la parlamentaria y la segunda vuelta, se premia al ganador en la primera porque el que pase podrá coordinar a los parlamentarios del sector. El candidato presidencial que represente a un sector tendrá un cierto poder “monopólico” sobre muchos candidatos a parlamentarios. ¿A quién privilegiará? ¿Qué mensajes de la primaria o la primera vuelta retomará? A esas alturas, con partidos débiles y fragmentados, el candidato presidencial será omnipotente.

Mi impresión es que los candidatos polarizantes, son más proclives a la omnipotencia que los proclives al consenso. Es un riesgo.

Tercero: parlamentarización del presidencialismo

Esta es, en mi opinión, el inicio de la verdadera solución: superar en el largo plazo el presidencialismo, pero partiendo de a poco. ¿Cómo? Con una elección presidencial que pudiera tener los dos elementos anteriores, pero que el presidente esté forzado a delegar la gestión diaria del gobierno a un primer ministro. Este jefe de gobierno, designado por el presidente, debe ser capaz de mantener una mayoría en la cámara de diputados y por lo tanto garantiza máxima eficacia legislativa para leyes ordinarias. La cámara baja, puede retirar la confianza al primer ministro, pero siguiendo el buen ejemplo alemán y español, solo puede hacerlo si propone a alguien en su reemplazo y este es aceptado por el presidente. (¡Cómo sufrirían los presidentes que se creen omnipotentes!).

Este sistema maximiza la eficacia legislativa del gobierno, sin perder la capacidad del pueblo de elegir directamente a la máxima autoridad de la República. Mas aún. Amplía la gama de herramientas para manejar situaciones políticas complejas, en particular en condiciones de fragmentación parlamentaria, cosa que difícilmente cambiará en los próximos años. Dos ejemplos.

Primero, un presidente, como lo hizo el presidente electo Boric, podría formalmente establecer un gobierno de minoría –como de facto lo hizo– pero acordar con una parte de quienes no forman su gobierno, en este caso la DC, un acuerdo específico en ciertos temas, por ejemplo pensiones. Esta es la forma cómo operan los gobiernos de minoría en Dinamarca. La derecha debiera estar muy interesada en este mecanismo porque es lo que, en el futuro le podría permitir gobernar y sacar adelante algunas reformas clave, pero por alguna razón se obstinan en el presidencialismo.

Segundo, en caso de crisis, antes del presidente está la figura del primer ministro que asume los costos políticos salvaguardando a la persona que encarna la continuidad del Estado. En varios países presidenciales –especialmente en Brasil, pero casi también en Chile– la figura del impeachment se ha usado más como juicio político que para lo que debió ser. El voto de confianza (¡constructivo además!) provee ese switch para crisis políticas graves que, desgraciadamente, ocurren, duran y duelen.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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