En momentos de lo que Alain Rouquié ha calificado como un verdadero eclipse diplomático de la región, la tarea de reconstruir el espacio regional sudamericano es tal vez la principal labor de política exterior de la nueva ola de gobiernos progresistas latinoamericanos. Éste es un enorme desafío, de variadas aristas y complejidades. En esas condiciones, algo relativamente sencillo como actualizar y poner al nivel que corresponde la membresía de Chile en una de las entidades emblemáticas de la región, ente probado, cuya agenda de futuro muestra grandes coincidencias con la del nuevo gobierno que asume en estos días, no parece ser demasiado pedir. Obras son amores, y no buenas razones.
Una vez más, los ojos del mundo están puesto en Chile. Una nueva generación se hace cargo del país, con una promesa de recambio que despierta esperanzas en chilenos y extranjeros. La prioridad del gobierno del Presidente Gabriel Boric estará en los desafíos internos que enfrenta la sociedad chilena, que son múltiples y de gran envergadura. Sin embargo, como ha dicho la Canciller entrante, Antonia Urrejola, en ello la política exterior también tiene un aporte que hacer. La política exterior no va por un carril separado de la política interna. Ambas están estrechamente imbricadas.
En un contexto en que el programa de gobierno que se inicia enfatiza nuestra vocación latinoamericana, una agenda verde y un compromiso con el multilateralismo, hay una medida que serviría de prueba al canto que éstas no son meras palabras de buena crianza. Ello sería anunciar que Chile se hará miembro pleno, esto es, clase A, de la Corporación Andina de Fomento (CAF), el gran banco de desarrollo de América Latina. Una entidad que presta al año mas de US 14 mil millones, que tiene su sede en la región y que es presidido por un latinoamericano ( a diferencia del BID, que ya no lo es), la CAF representa todo lo que puede hacer el regionalismo latinoamericano cuando se toma en serio.
Conformado por 18 países de América Latina y el Caribe, más España y Portugal, desde 1970 hasta ahora la CAF ha financiado proyectos por más de 200 mil millones de dólares. Como “el banco verde de América Latina” , la CAF movilizará recursos por 25 mil millones de dólares en los próximos cinco años, para combatir el cambio climático y promover la biodiversidad. La transición energética, la reforestación , y la reducción de la huella de carbono están entre sus prioridades. La promoción de infraestructura sostenible y resiliente al cambio climático, y la búsqueda de soluciones de mitigación y adaptación al calentamiento global (la gran amenaza que pende cual espada de Damocles sobre la Humanidad ), tendrán un lugar preferente. De hecho, en estos días se ha aprobado una nueva capitalización del banco por 7 mil millones de dólares para reforzar esta agenda, y la reactivación post-pandemia, otra de las prioridades de la entidad.
[cita tipo=»destaque»]Se da la paradoja que de los 20 miembros latinoamericanos de la CAF, el que se ufana de ser el más desarrollado ( Chile) , es el que menos aporta, con apenas un 0.5 % del capital del banco ( poco más que el diminuto Barbados, con un 0.3%).[/cita]
El traslape de esta agenda con la del nuevo gobierno de Chile es obvia. La CAF ya ha financiado distintos proyectos en Chile, pero para poder hacer pleno uso de sus facilidades, Chile debe hacerse miembro de primera categoría de la entidad. Por increíble que parezca, Chile, que fue miembro fundador de la entidad en 1970 cuando creó también el Pacto Andino, y se retiró después en los años del gobierno militar, todo lo que ha hecho desde el retorno a la democracia, ha sido un modesto reingreso a la CAF en categoría C, con un aporte mínimo. Éste es un malentendido afán de “irse a la cochiguagua” en materia regional.
Se da la paradoja que de los 20 miembros latinoamericanos de la CAF, el que se ufana de ser el más desarrollado ( Chile) , es el que menos aporta, con apenas un 0.5 % del capital del banco ( poco más que el diminuto Barbados, con un 0.3%), en fuerte contraste con el 18.5% de Colombia y Perú , el 10.6% de Argentina y Venezuela, y así por el estilo.
En momentos de lo que Alain Rouquié ha calificado como un verdadero eclipse diplomático de la región, la tarea de reconstruir el espacio regional sudamericano es tal vez la principal labor de política exterior de la nueva ola de gobiernos progresistas latinoamericanos. Éste es un enorme desafío, de variadas aristas y complejidades. En esas condiciones, algo relativamente sencillo como actualizar y poner al nivel que corresponde la membresía de Chile en una de las entidades emblemáticas de la región, ente probado, cuya agenda de futuro muestra grandes coincidencias con la del nuevo gobierno que asume en estos días, no parece ser demasiado pedir. Obras son amores, y no buenas razones.