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Opinión: ¿Se puede anular a Lionel Messi?

Opinión: ¿Se puede anular a Lionel Messi?

Muchos lo han intentado y la inmensa mayoría han fracasado. La “Pulga” supera cualquier marca personal y descalabra la defensa más cerrada y mejor dispuesta. El problema para la Roja es doble: aparte de marcar al mejor jugador del mundo de la actualidad, no puede descuidar a esos “monstruos” que, como Pastore, Di María o Agüero, pueden arreglárselas por sí solos.


«Lo más bonito de Messi es que puede cambiar tres veces de opinión en un metro” (Johan Cruyff).

“Messi es un jugador de PlayStation: las cosas que son imposibles, él las hace posibles” (Arsene Wenger).

Desde que se supo que Argentina sería el rival de la final de la Copa América, frente a Chile, la pregunta surgió inevitable: ¿Cómo marcar a Lionel Messi? Sin embargo, otros más realistas proponen una variante no menor para la interrogante: ¿Se puede marcar con éxito a quien está considerado, con toda justicia, el mejor jugador del mundo en la actualidad?

Y aunque la pregunta cabe, por la jerarquía del “10” de Barcelona y de la Selección Argentina, se hace casi innecesario aclarar que la marca sobre la “Pulga” no puede hacer olvidar que, con parecida aplicación, se hace imprescindible controlar, además, a los otros “monstruos” que posee el equipo de Martino. Porque tipos como Di María, Agüero o Pastore, tienen tanta calidad que por sí solos son capaces de desarticular la defensa mejor parada y bien dispuesta.

No cabe duda que Sampaoli y sus dirigidos se encontrarán, este sábado, con el mayor de todos los desafíos que hasta ahora han debido afrontar durante el torneo.

Definido por el mundo del fútbol a estas alturas como más pragmático que su maestro, Marcelo Bielsa, es de todos modos altamente improbable que Sampaoli destine una marca personal sobre Messi. Primero, porque jamás lo ha hecho, y segundo porque, salvo Gary Medel, no se ve en la Selección el jugador capaz de ir sobre la estrella argentina con los atributos necesarios para tener posibilidades de éxito.

La tendencia mundial, además, ha ido dejando la marca personal en desuso. Y es extraño, porque, enmarcada dentro del reglamento, sigue siendo un recurso perfectamente válido. ¿Quién podría olvidar la marca hombre a hombre que el mexicano Enrique Meza, director técnico del Pachuca, ordenó sobre Matías Fernández en la final de la Copa Sudamericana de 2006, en Santiago? Sabedor Meza de la importancia que adquiría la presencia del “Mati” en el juego del Cacique, mandó sobre él a Jaime Correa en una persecución implacable. Resultado: los mejores delanteros albos, Alexis Sánchez y el “Chupete” Suazo, se quedaron casi sin los pases geniales de un jugador que, ese año precisamente, se ganó la distinción de “El mejor de América”.

Algo parecido realizó el “Ligua” Puebla en la Copa Sudamericana de 1989, en Brasil, cuando la Roja debió enfrentar a Argentina. El entonces volante de Cobreloa fue sobre Maradona y, sin darle un golpe siquiera, anuló a quien a esas alturas era el “Mejor del Mundo” y quien, si a logros nos remitimos, sigue estando un par de peldaños por sobre Messi.

La faena de Héctor Puebla fue tan elogiada, tan pulcra, que el propio Maradona, terminado el encuentro, fue donde el loíno a regalarle su camiseta en noble reconocimiento a quien lo había reducido a su mínima expresión sin recurrir jamás al golpe artero. Camiseta que, nos imaginamos, el “Ligua” conserva como el mayor de sus trofeos.

En situaciones como estas es inevitable no pensar en la revolución que significó Francisco Platko para el fútbol chileno, cuando implantó lo que se dio en llamar el “half policía” y llevó a Colo Colo a ganar el título de 1939 y el de 1941 (este en condición de invicto), marcando con una estrictez impropia para aquellos tiempos al mejor jugador del cuadro rival.

Lo propio haría, con ligeras variantes tácticas, el croata Mirko Jozic medio siglo más tarde, llevando al “Cacique” a ganar esa Copa Libertadores que en 1973, frente a Independiente de Avellaneda, sólo había rozado. Con Garrido como “líbero”, Miguel Ramírez y Javier Margas, dos “perros de presa”, iban en una marca personal sin pausas contra los dos delanteros en punta del rival. Y era mentira aquello de que ambos no jugaban a cambio de que los contrarios tampoco lo hicieran, porque estando Colo Colo en posesión de la pelota los dos se mostraban como alternativa de descarga.

¿Cómo olvidar, además, el papel táctico que cumplía Rubén Marcos en el “Ballet Azul? El osornino, dueño de un físico privilegiado, se encargaba de “Chamaco” Valdés cuando tocaba enfrentar a Colo Colo y de Néstor Isella en los clásicos de aquel entonces. Y fue él quien, en 1969, se encargó de sacar de la cancha a Emilio “Cococho” Alvarez, figura del Nacional uruguayo, en ese tercer partido definitorio por la Copa Libertadores que la U debió jugar en Porto Alegre, y que en gran medida ganó por 2 a 1 gracias a la su “avivada”.

Necesario es aclarar, sin embargo, que una marca personal no constituye garantía de nada. Hay que tener él o los hombres adecuados para llevarla a cabo. Y aun así, basta un solo descuido, la más leve desaplicación, para que todo el entarimado termine en el suelo. Con mayor razón si no existe la imprescindible solidaridad de los restantes jugadores del equipo.

¿Cuántas veces Pelé, o el holandés Cruyff, uno de los delanteros más notables de la historia, no sufrieron una marca implacable y sin embargo, igual salieron airosos? Y cuidado, en que en los tiempos de ambos los talentosos tenían mucho menos protección del reglamento de la que existe ahora.

De los padecimientos del holandés, surgido en el Ajax y posteriormente figura excluyente del Barcelona, supimos poco. Ni las comunicaciones ni el fútbol habían alcanzado la globalización de la que ahora disfrutamos. De Pelé, en cambio, existen más variados registros, porque lo teníamos seguido en Chile gracias a las interminables giras por el mundo del Santos y a su reiterada participación en torneos veraniegos en forma de pentagonales y hexagonales que nos permitían ver figuras que, de otro modo, jamás habríamos conocido.

Pese a ello, respecto de Pelé existen registros fílmicos conmovedores. De cómo era tratado hasta impiadosamente quien sigue siendo, pese a las dudas de las nuevas generaciones, encandiladas por Maradona, el mejor jugador de todos los tiempos. De cómo en el Mundial de Inglaterra 1966, búlgaros primero, y portugueses después, lo destrozaron a patadas ante la mirada indiferente y complaciente de árbitros que de seguro lo veían como una amenaza para ese título mundial que debía ganar sí o sí el cuadro dueño de casa.

Imágenes que demuestran, además, la guapeza de un Pelé que no arrugaba ni en las condiciones más adversas. Golpeado en forma alevosa por un jugador portugués, Pelé se da maña para seguir con la pelota. Tras recibir una segunda y tercera falta descalificadoras, ve que todo es inútil. Que sus piernas ya no le responden y tiene que ser sacado de la cancha sin siquiera contar con una camilla. Afirmado por dos auxiliares del cuerpo técnico, abandona cojeando el terreno de juego con la certeza de que el Mundial terminó para él y que, como ocurrió, no podrá estar en el partido decisivo frente a Hungría.

Messi, como todo talentoso, como jugador fuera de serie que escapa al común de la norma, también ha recibido en su carrera faltas que van desde duras a descalificadoras. Sólo que él tiene una ventaja respectos de sus predecesores: hoy está penado el “tackle” deslizante por detrás y se sanciona aquello que se ha dado en llamar “fuerza desmedida”. Un concepto que los uruguayos, por ejemplo, siguen saltándose olímpicamente, convencidos de que su forma de ver y practicar el fútbol, y su propia historia, terminarán por absolverlos.

¿No alegó hasta el final el “Maestro” Tabárez que a Fucile lo habían echado injustamente, porque según él no había cometido falta contra Alexis Sánchez? En las imágenes queda claro, sin embargo, que si bien el zaguero lateral desvía el balón con uno de sus pies, la otra pierna no se guarda nada a la hora de ir contra las del delantero nacional.

Todo parece indicar, pues, que respecto de Messi en el partido final no habrá una marca específica o personal. Que la Roja mantendrá su marca zonal y que por ello mismo el responsable de ir sobre la estrella argentina será aquel que más cerca lo tenga, de acuerdo a su ubicación en la cancha y a las circunstancias del juego. Tarea ímproba, en primer término, para Vidal y Díaz, porque durante casi toda esta Copa Messi ha decidido arrancar desde la derecha de su ataque, buscando la sociedad con Pastore o Agüero, o eligiendo a Mascherano o Biglia cuando los dos anteriores están bien controlados.

El escalonamiento acertado de la defensa nacional será, además, toda una clave. En otras palabras, el estar atentos a ese momento que, con su dribling y sus quiebres de cintura inesperados, Messi deje atrás al jugador que primero le salió al paso. Si algo hizo bien Colombia frente a los argentinos, en Viña del Mar, fue precisamente eso: la “Pulga” podía desairar a uno o dos adversarios, pero siempre había otro defensor “cafetero” atento para intentar cerrarle el paso.

Un detalle que no se puede soslayar: para parar a Messi el equipo de José Peckerman debió cometer demasiadas faltas, aunque estratégicamente siempre relativamente lejos de su propia área.

Con todo, para esta final se puede echar de menos a esa Roja de antes que Sampaoli decidiera privilegiar la tenencia de la pelota por sobre el vértigo y la marca atosigante que proponía sobre el adversario, cualquiera fuera este. Ese equipo que aplicaba un “pressing” desde su salida misma y que obligaba al rival a jugar de apuro para intentar soltarse y prosperar sobre el terreno de juego.

Con el propio Messi en la cancha, Chile le ganó por primera y única vez en forma oficial a Argentina rumbo a Sudáfrica, con Bielsa en la banca y jugando como le gustaba al “Loco”: marcando con estrictez al que venía con el balón  y teniendo controlados a los posibles receptores. Aplicando un anticipo sin pausas que apuraba el error y permitía hacerse pronto de la pelota.

Alfio Basile, director técnico de aquella selección albiceleste, esa noche ni siquiera intentó buscar excusas para el inesperado contraste. Sólo señaló que “parecía por momentos que Chile jugaba con quince en vez de once. Nos ganaron bien y ahora a llorar a la iglesia”.

Fue lo mismo que luego haría Chile con Sampaoli. Así se le ganó a Inglaterra en Wembley, así se tuvo por las cuerdas en Stuttgart a la Alemania que después sería campeona del mundo. Así se derrotó por primera vez a España en Brasil 2014 y así Chile tuvo caminando por la cornisa al “Scratch” en la fase de octavos.

Pero por propia decisión de Sampaoli, la Roja ya no juega a lo que jugaba hasta antes de esta Copa América. Ahora se privilegia la “tenencia de la pelota”, lo que en varios pasajes de los cinco partidos hasta aquí disputados se tradujo en un toque lateral, a ratos incluso un poco insulso y en que se ha echado de menos la profundidad y la claridad en los últimos metros de la cancha.

Me temo que, jugando así, con los pronunciados bajones y lagunas que le hemos visto al equipo, nuestras posibilidades de ganar, de por sí escasas, se reducen todavía más.

Me temo que será Argentina la que saldrá a apretarnos desde la salida, aumentando el margen de error de la Roja y acentuando una imprecisión que ha sido uno de los factores al debe de este equipo.

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