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La década de los tres


Sumergidos como estábamos en los fastos de fin de siglo, en la mitad de la campaña por la segunda vuelta y con un ojo mirando al prisionero de Londres, el pasado 31 de diciembre no nos dimos cuenta que también se acababa una década, la de los aburridos noventa.

Ha sido en estas últimas semanas cuando la realidad nos ha hecho volver la vista a ese período más abarcable de tiempo humano, un paquete redondo de 10 años cuyo inicio podemos recordar sin acudir a los libros de historia y que tiene más sentido para nuestra propia biografía que un siglo o un milenio.

Hace un par de noches, por ejemplo, un grupo musical que representó el espíritu de los 90 se dio cuenta de que saltamos a otra época y decidió disolverse, ofreciendo su último recital. Me refiero a Los Tres, un grupo en realidad de cuatro, mitad huachacas y mitad intelectuales, que vino a reemplazar en el imaginario musical chileno ese vacío existencial dejado por Los Prisioneros en los ochenta.

El adiós de Los Tres me recuerda que la década pasada estuvo también marcada en lo político por otro «grupo de los tres»: Aylwin, Frei y el eterno antagonista, Pinochet. De hecho, el período de Frei se podría llamar como el penúltimo disco de Los Tres: Fome. Otra razón para dejar atrás esa década. Lagos y su convocatoria a abrir nuestras puertas está en las antípodas de Frei, mientras que el sonriente Lavín no tiene nada en común con un Pinochet que pasó de detenido a desaparecido.

Cuando ayer recorría los calabozos del edificio de la Municipalidad de Santiago, edificado hace más de un siglo por Toesca y abiertos al público por una vez en el Día del Patrimonio Nacional, y veía el grupo de chilenos que con cámaras filmadoras en las manos se pasaba una mañana de domingo en el centro en lugar de los malls, no podía dejar de pensar que algo del espíritu de esta nueva década en nuestro país es heredero de las mazmorras de todas las épocas pasadas.

Así parece que vivimos: entre la cárcel y los sueños. Si los ochenta fueron la cárcel y ésta década está pariendo el futuro, entonces los noventa fueron una especie de duermevela del espíritu, esa cierta modorra que nos invade entre la vigilia y el sueño.

Eso es lo que terminó con el fin de los noventa.

Por eso, por ejemplo, si bien El Chacotero Sentimental fue un programa de radio de los noventa, la película bien podría ser la que inauguró el cine de la nueva década. Por eso, también, vemos que florecen las empresas «punto com», nuevos medios de comunicación pugnan por salir, los grandes canales de TV se remecen por arriba y el discurso del Presidente el 21 de mayo fija la vista en diez años adelante y no en los 12 meses de atrás.
La década de los tres acaba de pasar, con su dejo de nostalgia, frustración y lata.

Bienvenida la nueva década.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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