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Réquiem

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La transición se había anquilosado -sin transitar mucho, en materias de contenido- y los gurús de la televisión pública, que habían escrito libros, papers y estudios durante la dictadura -pagados con platas extranjeras- sobre cómo debía ser esa televisión cuando retornara la democracia, ya estaban instalados en Bellavista 0990 «cuidando» la estabilidad de la democracia, los intereses de los poderosos y adorando al people meter.


El artículo del jueves 23 en El MercurioTVN renueva El Mirador y saca a Patricio Bañados– me da pie para hablar de ese programa y de su muerte. Mal que mal estuve cinco años allí, desde sus inicios en 1991, y tengo derecho a tocar el réquiem y, de paso, aclarar unas cosas.



La primera: El Mirador no se renueva, El Mirador ha muerto. Que se quiera mantener su nombre es otra cosa. Hay razones. De seguro, razones comerciales, pero también políticas: no debe ser fácil asumir acabar con el programa emblemático del inicio de la transición post dictadura y, a falta de valor u honestidad, mejor endosarle el nombre a otro proyecto -de seguro valioso viendo quienes lo idearon y propusieron- que en sus orígenes nunca pretendió reemplazar y menos hacerse con la marca El Mirador.



Probablemente el programa debía terminar. Habría sido más correcto anunciarlo y hacerlo. Soy de los que estima que El Mirador empezó a morir hace tiempo, a fines de la primera mitad de los años ’90, cuando a su espíritu indagador y curioso se le impuso la censura de los ejecutivos de TVN, preocupados por lo políticamente correcto, pero también por lo moralmente correcto, lo militarmente correcto, lo eclesialmente correcto, lo empresarialmente correcto y así.



En sus inicios, el equipo periodístico proponía y discutía temas que, a punta de debates, se modificaban y terminaban en los proyectos que finalmente salían en pantalla. Fue tras la llegada de René Cortázar que el sistema se modificó: entonces el equipo periodístico fue conminado a asumir la mecánica de proponer un largo listado de temas de entre los cuales los ejecutivos del canal, junto al editor, escogían cuáles se hacían y cuáles no.



l resultado fue el fin del trabajo colectivo y la eliminación de temas que, a juicio de esos ejecutivos, pudiesen ser conflictivos. Ya sabemos que para ellos eso supone, básicamente, no tocar temas que compliquen a los políticos, a los militares, a la Iglesia Católica, a los empresarios. En resumen, al poder.



No recuerdo exactamente qué nombre le dieron a esa modalidad que yo, al menos, califiqué de inmediato como censura. Cuando los trabajos periodísticos no son evaluados con criterios periodísticos, esos otros criterios termina imponiendo la mordaza. Con un segundo agravante, nunca hubo la rectitud -no diré la delicadeza- de aclarar las cosas, de decir cara a cara que las condiciones habían cambiado (tal vez porque no habrían sabido qué decir si se les preguntaba por qué).



El clima se deterioró. Y la banalidad de formas -y también de contenidos- que desde arriba comenzó a imponerse, muchas veces bajo el argumento de la necesidad de conseguir rating, fue en la mayoría de las ocasiones elegantemente sorteada por la capacidad del equipo que allí se quedó. Siempre hubo dignidad en la pantalla y eso se aplaude. Yo, harto de la censura, me fui.



Es cierto que los programas televisivos progresan y evolucionan. El Mirador lo hizo durante años. Pero en TVN hubo un momento en que, creo, sólo se quería que terminara de acuerdo a lo que había sido en sus orígenes. Como que molestaba. La transición se había anquilosado -sin transitar mucho, en materias de contenido- y los gurús de la televisión pública, que habían escrito libros, papers y estudios durante la dictadura -pagados con platas extranjeras- sobre cómo debía ser esa televisión cuando retornara la democracia, ya estaban instalados en Bellavista 0990 «cuidando» la estabilidad de la democracia, los intereses de los poderosos y adorando al people meter.

En el fondo no era un problema de audiencia sino que de contenidos, ya que El Mirador tenía un más que respetable promedio para lo que era: un programa de documentales.



Así se llegó al final. Es triste que a otro programa, que estoy convencido será un aporte, se le endose el nombre de un proyecto que murió hace tiempo. Es lo que se llama cargar con un muerto. Y los que van a tener que hacerlo no se lo merecen.



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