El SIES, ¿una revuelta elitista?
Si la enseñanza básica y media no ha sido capaz hasta ahora de usar todo su potencial en beneficio de los estratos de menores ingresos y menor capital cultural se debe, ante todo, a la escasa inversión que el país está dispuesto a hacer en esos alumnos en comparación con lo que las familias pudientes podemos gastar en nuestros hijos (una relación de 10:1).
El debate en torno al SIES avanza por carriles prefijados.
Por un lado, los críticos insisten en sus argumentos y a falta de nuevos antecedentes o agotada ya su imaginación se ven obligados a exagerar cada vez más los efectos de su discurso.
A estas alturas, según esos argumentos, de adoptarse el SIES se terminaría definitivamente con la educación en Chile, los jóvenes serían convertidos en autómatas, su ignorancia y superficialidad sería llevada al extremo, los colegios de élite morirían asfixiados en medio de preguntas mecánicas, y la mala calidad de los futuros profesionales terminaría por liquidar la competitividad de la economía nacional. Ä„Es como para no creer!
Por su lado, los partidarios de la nueva prueba apenas logran hacer oír su voz, debido al escaso eco que sus planteamientos suscitan en los medios escritos de comunicación. Estos últimos han tomado partido y no parecen interesados en dar expresión a quienes se apartan de su línea editorial, salvo con cuentagotas.
Al centro del torbellino desencadenado por el SIES se halla situado el Consejo de Rectores, el cual en días recientes ha reafirmado su voluntad de seguir adelante con el proyecto que reemplazará a la PAA y de aplicar la nueva prueba, salvo que surjan problemas insalvables, el año 2003.
Para adoptar una decisión definitiva, el Consejo esperará los resultados de la prueba experimental que se tomará a 15 mil alumnos el próximo mes de septiembre.
Interesante resulta en ese marco la decisión dada a conocer por el Consejo de Rectores de convocar a un comité de académicos del mayor prestigio para asesorar a dicho organismo en la evaluación de la prueba experimental y la adecuación de las preguntas que se formulen. Esto significa un compromiso adicional de las universidades con un proyecto que ellas decidieron unánimemente impulsar, y cuyo desenlace es responsabilidad primera de esas instituciones, particularmente de las Universidades de Chile y Católica, que patrocinaron este proyecto ante el Fondef.
¿Qué dicen, entre tanto, los más directos responsables de la educación en Chile?
Sady Melo, encargado del Area de Educación de la Asociación de Municipalidades, ha declarado frente a la reciente resolución del Consejo de Rectores, que «nuestro planteamiento oficial se lo entregamos a la Ministra de Educación hace un mes junto a Conacep, los colegios católicos, apoderados y otros organismos relacionados: esto tendría que concluir en un proceso de prueba de admisión a las universidades distinto a la PAA. En este sentido, nos parece muy relevante el hecho que el Consejo de Rectores se haya pronunciado en torno a seguir adelante con este proceso, y que se realice un control en septiembre va a poner un punto sobre el cual se debieran tomar las decisiones de fondo».
Similar reacción tuvieron Walter Oliva, presidente de la Corporación Nacional de Colegios Particulares (Conacep) y Héctor Vargas, presidente de la Federación de Instituciones de Educación Particular (FIDE).
La prensa, en tanto, ha informado que representantes de los tres organismos antes mencionados están trabajando para formular sus planteamientos y presentar sugerencias al Consejo de Rectores. Este es otro paso en la dirección correcta, pues pone al Consejo como centro conductor de este proceso, y da voz y participación a los sostenedores de los establecimientos que agrupan al 90 por ciento de los alumnos chilenos.
Suele asumirse, desde la perspectiva aristocratizante y conservadora que se usa para impugnar al SIES, que tales establecimientos en realidad no tendrían mucho que aportar, pues no expresan a las élites del país ni obtienen sus alumnos puntajes suficientes en el Simce y la PAA como para reivindicar el derecho a hacer valer sus argumentos.
Este es un error de envergadura. En efecto, si se controla por el origen socioeconómico de los alumnos el rendimiento de nuestras escuelas es muy similar, sin considerar su dependencia, esto es, si se trata de establecimientos particulares pagados, privados subvencionadas o municipales. Así se deduce de los resultados nacionales del Simce 2000.
En efecto, ¿qué muestran esos resultados?
Dos cosas básicamente. Primero, que no hay alumnos de los estratos bajo, medio-bajo y medio en las escuelas particulares pagadas, del mismo modo que no hay alumnos de estrato alto en los establecimientos subvencionados, sean éstos privados o municipales. Chile se divide, desde el punto de vista escolar, en ghettos separados nada sutilmente por el capital social y cultural de las familias de origen.
Allí donde la comparación es posible, que es en el grupo medio alto, los puntajes respectivos del Simce 2000 son los que se muestran en el siguiente cuadro:
Según se aprecia, los colegios particulares pagados (PPAG) apenas superan (y no en todos los casos) a los establecimientos municipales (MUN) y particulares subvencionados (PSUB) cuando se los compara sobre una misma base de capital social y cultural. Esto no ocurre, en cambio, cuando, se comparan los puntajes obtenidos masivamente por los hijos de estrato bajo con la relativamente selecta minoría de alumnos proveniente del estrato alto. ¿Acaso alguien podía esperar algo distinto?
Uno de los principales argumentos en favor del SIES, expuestos nuevamente con solidez en días pasados por el decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales, ha sido, precisamente, que entre Educación y Familia la prueba proyectada se propone medir a aquélla, y no la herencia que ésta entrega en la cuna a los hijos de hogares dotados de riqueza material y cultural.
Si la enseñanza básica y media no ha sido capaz hasta ahora de usar todo su potencial en beneficio de los estratos de menores ingresos y menor capital cultural se debe, ante todo, a la escasa inversión que el país está dispuesto a hacer en esos alumnos en comparación con lo que las familias pudientes podemos gastar en nuestros hijos (una relación de 10:1).
Pero ello también se debe a que no hemos valorizado suficientemente la educación media, a la que hoy concurre una proporción cercana al 90 por ciento de los jóvenes en edad de cursarla. Así, por ejemplo, la PAA prácticamente no toma en consideración lo aprendido en los últimos años de la enseñanza media, y mide en cambio aptitudes de destreza y rapidez que son parte del capital heredado en los hogares de altos ingresos y nivel educacional.
Esta es una pésima señal para los alumnos y profesores de la educación media, quienes no encuentran aliciente alguno para esforzarse en el logro de aprendizajes relevantes vinculados al currículum nacional.
Mucho caudal se ha hecho respecto de que este último sería demasiado ambicioso (Ä„una vez más el país que apuesta por menos y no por más!) como si estuviéramos frente a un problema insoluble. Para efectos del SIES, en cambio, bastaría con jerarquizar los dominios y materias que le interesa examinar a la universidad para dar por superado este «problema», otorgándoles a cada uno de aquellos su debida ponderación.
O bien, si se llegara a concordar el día de mañana que los contenidos mínimos son efectivamente demasiado amplios (y que tal suposición no se debe sencillamente a una concepción pedagógica atrasada que insiste en transmitir y memorizar cada contenido en sus detalles más absurdos), en ese caso no sería difícil revisar y alivianar las partes exageradas del currículum. Los países exitosos en el campo educacional proceden de esa forma, modificando periódicamente sus currículos nacionales, como se demuestra en el estudio del Timss.
En suma, la campaña contra el SIES no deja ver los avances realistas y bien encaminados que impulsa el Consejo de Rectores, el cual por fin parece haber asumido el liderazgo que se le reclamaba.
Lo más positivo, sin duda, es que el Consejo haya convocado a un grupo de expertos y reciba la opinión del sistema escolar «plebeyo», el que desde la perspectiva aristocratizante no merece mayor atención pues no muestra «aptitudes» dignas de ostentar.
Si siguiéramos ese consejo, acabaríamos profundizando el ghetto y estrechando aún más el futuro del país.
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