Caricaturas y geopolítica
«Una nueva manera de pensar es necesaria si la Humanidad quiere sobrevivir» (Albert Einstein)
Se trata de un tema con muchos pliegues. ¿Cómo olvidar la importancia de los contextos históricos para comprender las manifestaciones político-religiosas de ira y violencia que recorren una buena porción del planeta? Sobre todo a sabiendas que desde un ángulo interesado pueden interpretarse como el resultado de un fanatismo primario o ser englobadas dentro del esquema reductor del Choque de Civilizaciones.
Forcemos una nota. ¿Hay algún vínculo racional entre la situación conflictiva que envuelve a Occidente y al mundo árabe-musulmán en un torbellino que puede degenerar en más violencia, por un lado, y, ese «espíritu de la época» tan especial que vive Latinoamérica, por otra parte? Porque en medio de un panorama mundial políticamente incierto llama la atención la actitud de espectador que el continente asume ante los avatares desestabilizadores que se presienten en el siglo XXI. Los latinoamericanos no viven con ese sentimiento catastrofista que se apodera a menudo de las multitudes norteamericanas y europeas, a fuego cruzado entre las dramatizaciones de las capas dirigentes, las amenazas reales y los mensajes del dispositivo mediático que cada cierto tiempo atizan la inseguridad.
Quizás ello sea así porque los latinoamericanos vienen saliendo del mundo opresivo de las dictaduras, y recién el espacio de los proyectos sociales y culturales comienza a tomar vuelo, pese a los altos grados de conservadurismo de las elites políticas y económicas. Sin desconocer que las expectativas de las mayorías –puesto que tanto se agitan las cifras del auge económico– son vivir mejor que antes (en todos los planos), pero sin volver atrás. Con el «principio de la esperanza» a cuestas, por algún tiempo más, pero sin hacerse ilusiones (los vericuetos de la memoria colectiva son aún un misterio) sobre la competencia de los sectores económicos dominantes para conjugar el verbo compartir.
Mientras tanto Occidente, aquella parte del orbe victoriosa (en los planos tecno-científico, político y militar) desde el siglo XV se agita, y la incertidumbre se instala. Algunas regiones de Europa (en particular, los países del Este) viven con un sentimiento de pérdida. Pobreza, revueltas sociales, conflictos étnicos, pandemias, cambios climáticos, amenazas nucleares, inseguridad frente a la globalización (emergencia de China, India y Brasil, que juntas representan más de un tercio de la población mundial), catástrofes naturales, atentados terroristas y conflictos bélicos ya se materializaron o se perfilan en el horizonte como amenazas virtuales para las poblaciones de la Unión Europea.
A estos signos se añade la globalización de los flujos de información que, lejos de reducir -como se creía- la incertidumbre, la acrecientan. Tampoco ayuda a la comunicación entre las culturas, puesto que los códigos con los cuales el dispositivo mediático occidental emisor fabrica una información y los esquemas mentales con los cuales el receptor que vive en el Oriente Medio la recibe y le da significación, son disímiles. Pues si bien la información globalizada pretende ser objetiva y universal, ella corresponde a un punto de vista particular. Por lo tanto es siempre interpretada o descodificada según los valores, percepciones y representaciones sociales y culturales propias de cada grupo humano. Para eso está la red televisiva Al Jazeera de Qatar, para entregar una representación social de Occidente, conforme a la cultura musulmana, con todo lo que ello implica de prejuicios y de verdad cruda.
En efecto, la prisión de Guantánamo con los 500 prisioneros de confesión islámica detenidos ilegalmente y sometidos cotidianamente a la tortura no significa lo mismo para las multitudes que habitan los Estados del planeta. Para el equipo republicano en el poder en Washington y para muchos norteamericanos es un asunto de Razón de Estado y de «Guerra contra el Terrorismo». El cuerpo del detenido —su inviolabilidad, preservación y respeto fue uno de los pilares sobre el cual se edificó el derecho occidental— ya no es un tabú en Occidente. No hay que extrañarse entonces que cada día sean más los árabes islámicos que consideran que se trata de la última de las cruzadas del Occidente, esta vez dirigida por George W. Bush, quien en su reciente discurso ante la Unión declaraba que los EE.UU. «no se rendirían ante el diablo».
Para el resto de los occidentales, dependiendo de sus valores e ideologías, la práctica de la tortura en Guantánamo es una manera normal de obtener información, si se es de derecha autoritaria y sin convicciones morales sólidas; una demostración clara de que los EE.UU. de Bush se consideran por encima de las leyes terrestres (con un discurso mesiánico de sacralización de la política imperial en el cual el Presidente se considera representante del poder divino), según algunos intelectuales (el New York Times ya ha adelantado la hipótesis); un ejemplo de los exabruptos de los republicanos una vez en la Presidencia (Nixon+Reagan), para demócratas y para las izquierdas de diferente cuño; y la profundización del imperialismo político y económico de fines del XIX dejado «a la buena de Dios» en un mundo sin contrapeso, en la visión de los multilateralistas. De hecho, los relatores de las Naciones Unidas consideraron que la tortura de prisioneros en Guantánamo es un mal precedente y un retroceso en el plano moral y del derecho internacional.
Por ello, cuando el ministro de Relaciones Exteriores británico, Jack Straw refiriéndose a la polémica mundial desatada por los dibujos publicados el 30 de septiembre del 2005 por el diario danés conservador Jyllands-Posten y reproducidos el 10 de enero del 2006 por un cotidiano noruego, declara: «Cada religión tiene sus tabúes, y los de culturas diferentes deben evitar ofender esos tabúes. Si en vez de caricaturas de Mahoma fueran de Jesucristo o de la Virgen, en nuestra cultura habría un enojo similar», está constatando una evidencia empírica no sólo en el plano de las religiones sino también en el ámbito social.
La posición de Condoleezza Rice se ubicó en la misma línea comunicacional: Apaciguar. No herir frontalmente ni exacerbar ánimos del conjunto del mundo árabe-musulmán, puesto que una caricatura del Profeta Mahoma con un turbante con bombas, es una ofensa a los miles de millones de individuos de cultura musulmana moderada y reformista. Así, no sólo aquellos que practican el fundamentalismo islamista y las minorías que hasta ahora se han lanzado en la Jihad de Al Qaeda, fueron los ofendidos.
No olvidemos que en la geopolítica de la Guerra Fría los «combatientes de la libertad» de Bin Laden fueron un instrumento de los EE.UU. contra la URSS. Si después los guerreros salafistas cambiaron la metralleta de hombro y se trasformaron no sólo semánticamente en «combatientes terroristas» (es la figura jurídica inventada por el Departamento de Justicia de EE.UU. para torturar detenidos que no son considerados prisioneros de guerra) contra Washington, fue porque consideraron que éstos eran responsables de mancillar con sus bases militares (en Arabia Saudita) la Tierra del Profeta. Y con ello también del terrorismo de Estado israelí, del sufrimiento del pueblo palestino, además de la ocupación de Irak y de las humillaciones infligidas por Occidente al mundo árabe-musulmán.
Pero hace 5 años estos grupos eran una minoría aislada. Hoy, debido a su presencia y combates en Irak en contra del invasor han ganado en imagen y prestigio, contribuyendo, según los especialistas a una reislamización del mundo árabe y a la consolidación de posturas radicales como las de Irán y de Hamas en Palestina. ¿Pero quién no sabe que los EE.UU. no pueden pagarse ni política ni militar, ni económicamente la apertura de otro frente global de guerra?
Es por eso que al político inglés y a la emisaria del Imperio se les olvidó decir que la guerra de imágenes contemporánea y de caricaturas cargadas de significación política se libra en un clima mundial de alta peligrosidad. Del cual sus propios gobiernos, uno dirigido por el socialdemócrata Anthony Blair y otro por un republicano neoconservador son los principales responsables, y también, hasta el momento, los más afectados.
Ahora bien, todas las sociedades tienen tabúes. El Holocausto judío, la inocencia de la infancia, las representaciones vejatorias de minusválidos, las ofensas a los homosexuales y a los gitanos, el sexismo-machismo ordinario, el secreto médico, los Derechos Humanos (hasta ahora), la vida privada, son algunos espacios santuarizados cuya inviolabilidad los europeos practican. Violar esos tabúes es un delito o un mal gusto. Pero siempre podrán ser temas explotados por la prensa amarilla y la TV basura, en nombre de la libertad de expresión.
Tampoco la libertad de expresión existe de manera absoluta en las sociedades de mercado donde poderosos grupos mediáticos ocupan el espacio público y el mercado de la información-entretenimiento. Sin embargo, pese a sus múltiples limitaciones, la libertad de expresión es una conquista de la humanidad, y ello bien lo saben los periodistas que han trabajado en dictaduras. Estas realidades son de conocimiento público en capas instruidas y moderadas de las sociedades musulmanes.
El New York Times, en una publicación del 8 de enero pasado, sostuvo que el asunto de las caricaturas adquirió amplitud cuando la Conferencia de líderes religiosos musulmanes debió plegarse a las presiones de la inmigración musulmana de dos países nórdicos laico-protestantes, Dinamarca y Noruega, donde las extremas derechas racistas han ganado posiciones. Las autoridades islámicas no podían quedar indiferentes frente a la agitación que se preparaba desde gobiernos decepcionados –con o sin razón–, de Occidente (Siria, Irán, Palestina) o desde movimientos fundamentalistas fuertes como los de Irak, Turquía, Afganistán y Pakistán contra lo que era una provocación más que el inicio de una polémica.
La explicación que dos de los mejores especialistas franceses del Islam, Gilles Kepel y Olivier Roy, dan del conflicto, es que la actitud de los dirigentes europeos hacia el mundo árabe cambió sustancialmente. En los últimos tres años abandonaron la neutralidad y asumieron una postura intervencionista en el Oriente Medio. Se endurecieron en las negociaciones sobre el tema nuclear con Irán y acusaron a Teherán ante el Consejo de la ONU; han adoptado una posición dura hacia el régimen de Bachar Al-Assad de Siria en el caso Hariri; y en Afganistán las fuerzas de la OTAN reemplazan a los soldados de EE.UU. y, en consecuencia, tendrán que enfrentar directamente a los Taliban y Al Qaeda. Por último, las autoridades europeas ejercen fuertes presiones sobre Hamas, cortándole la vital ayuda económica a la Autoridad Palestina, para que cambie su política de destrucción del Estado de Israel.
Según especialistas europeos del Islam el desenlace del conflicto se juega en las comunidades árabes del viejo continente (15 millones de musulmanes viven en el Viejo Continente, según la prensa árabe). ¿Sabrán éstas actuar con prudencia sin calentar los ánimos y llamar a la cordura para reformar el Islam? ¿Actuarán las comunidades musulmanas-europeas como puente civilizacional entre Europa y el mundo árabe-musulmán y aceptarán los valores laicos de respeto y neutralidad del Estado frente a las diferentes confesiones? Sin olvidar que no hay sociedades laicas en estado puro, sino cristiano-laicas-católico-protestantes, con dominación de una sensibilidad, católica en Francia, por ejemplo, y anglicana en Inglaterra o luterana en Suecia. ¿No fue acaso el reconocimiento de esta realidad la que llevó en Chile a la Presidenta electa a obtener la venia de la jerarquía de la Iglesia Católica para enfrentar la maniobra piñerista de la manipulación del corpus de ideas del denominado «Humanismo Cristiano»?
Régis Debray, transformado hoy en un erudito sobre el tema de las relaciones entre religión y política, en su libro Crítica de la Razón Política o el Inconciente Religioso, anunciaba desde 1981 el «reencantamiento acelerado del mundo» y afirmaba: «Lo religioso no debe confundirse con una confesión, cuando las religiones seculares perecen, el colectivo se derrumba. No hay sociedades sin algo que las supere, sin sacralización, porque el mercado no basta para pegar a una sociedad (Reconciliación y Bicentenario van en ese sentido)». Si las sociedades musulmanas se vuelcan a la religión es porque las otras soluciones políticas fueron aplastadas.
Un panorama complejo. Es por esto que las declaraciones de Condoleezza Rice desentonan cuando llama a los países del universo latinoamericano a pelearse entre ellos. No es el momento. La estrategia del Imperio es sembrar el caos, revolver el gallinero, sacar las castañas del fuego con la mano de algún gato mojado, a cambio de prebendas, apretones de manos, para convertirse en los imprescindibles de siempre. Bastantes problemas tienen y tendrán en otras latitudes. Aquellos partidos que en sus banderas tienen por símbolo el continente latinoamericano y están en el poder, tendrían que meditarlo bien y definir una clara política latinoamericanista y no pro imperial para un mundo complejo e inquietante.
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Leopoldo Lavín Mujica es Profesor del Departamento de Filosofía del CollÄge de Limoilou, Québec, Canadá.
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